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Maximus

Asombro, perplejidad, incredulidad, indignación, y más asombro aún son algunas de las sensaciones que se van agolpando, por horas, en lo más profundo de una Sociedad que ya no entiende nada de nada. Al margen de los fundamentalistas de carné (no importa el color del logo, esos van a piñón fijo donde anida el poder, bien por querencia al pesebre, bien por ceguera neuronal), nadie comprende muy bien qué está pasando. Este país se despierta, a diario, con una manipulada y fabricada sensación de intervención, almuerza con el fantasma de los mercados que jamás calman su ansia de lucro exigiendo más sobre más y se acuesta con un puñado de ministros y presidentes autonómicos que disparan cada uno por su cuenta, añadiendo, lógicamente, más confusión a una situación ya de por sí totalmente kafkiana.
En toda esta maraña incomprensible, salvo por el hecho de que cada vez tenemos derecho a menos que nada, lo único que queda claro es la consigna que tienen de pegarle salvajes dentelladas a todo lo público, sin discriminación alguna, excluyendo, lógicamente, las prebendas establecidas de nuestros eternos salvadores, y eso, se cumple a rajatabla. El retroceso está siendo tan brutal, directo y evidente, que lleva implícito un pavor que se ha transformado en la tónica generalizada. Con el espantapájaros del “después de mí el caos”, los que mandan utilizan los palos y los multiplican al tiempo que, a este lado de la realidad, los golpes se soportan con estoicidad y resignación por eso de que si se siente dolor es que aún se está vivo… o dicho de otra forma, si todavía le pegan tajos a lo que gano es que, por ahora, sigo ingresando por poco que sea. De pena.
El aludido miedo en grado superlativo es el que hace que interioricemos que, efectivamente, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (ahora, según el FMI, al parecer también morimos por encima de nuestras posibilidades… tiene huevos la cosa), el que provoca que tengamos que comprender con servil sometimiento que todo esto es por nuestro bien, el que nos empuja a asumir las peligrosas derivas fascistas de los nuevos tiempos como males menores y, es ese mismo miedo, el que produce que aceptemos que la crisis tiene su origen en quienes la padecemos y no en quienes la crearon para ser aún más poderosos. Sigo insistiendo en que la Doctrina del Shock funciona “tous azimuts”, que diría el General.
Aquí, como en todas partes, los lobbies apoyados por los superconservadores parecen haber ganado la partida sobre las demás tendencias y cumplen, escrupulosamente, con el guión establecido: todo recorte y nula inversión, un concepto de “Estado tipo S.A.” que se aleja, al galope, del concepto de Democracia que tanto aseguran proteger. Arropados en ese terror sociológico tan interiorizado por todos, los discípulos de la miseria ajena están arrojando las conquistas sociales al vertedero sin parpadear y sin crear ni una gota de empleo; neocon hasta la médula. Mientras, en la casa política de enfrente aún andan enzarzados con los internos ajustes de cuentas y argumentando, desde las bancas parlamentarias, un cansino “y tú más” que poco aporta. Son horas que deberían dejar nulo espacio al vacuo aire dialéctico y a la pobreza política y, por el contrario, ofrecer mucho trabajo efectivo; sin embargo, esa no parece ser la tendencia. En unos momentos en que la teórica izquierda debería trabajar para rearmarse ideológicamente, todo son juegos florales, o poco más, algo que deja cancha libre a lo que nos invade sin piedad. Más pena.
Sí, el retroceso es de los que hacen historia, o mejor dicho del que nos precipita hacia un pasado más o menos lejano en el que unos semidioses, vestidos de rojas togas y coronados con dorados laureles, decidían sobre la suerte de quienes peleaban sobre la arena por una única recompensa: seguir viviendo… un día más.
Pero, y quizás ahora más que nunca, bueno será recordar que, un día, hartos de estar hartos y sin nada que perder, un puñado de hombres decidieron que poca diferencia existía entre la esclavitud y la muerte, entre el sometimiento y la extenuación y entre la anulación del ser humano y su olvido de la condición de ser racional. Tan sólo armados de razón y cansados de ser menos que nada, osaron creer que podían cambiar el curso de la Historia; tanto, que lograron poner de rodillas a todo un Imperio.
Quizás ya ha llegado la hora de decir basta y comprobar como los de abajo, a poco que juntemos voluntades, tenemos la fuerza de cambiar las cosas, todas las cosas.
En un Sur del Edén cada vez menos edén y cada vez más erial, deberíamos empezar a despertarnos del coma inducido al que nos tienen sometidos e iniciar, nosotros también, el giro del curso de la Historia, de nuestra Historia.
Cierto es que hoy ya nadie alza el pulgar para condenar a la muerte segura… ahora es más sutil, más inteligente, más devastador. Se nos quitan medios para curarnos con dignidad, para que nuestros hijos puedan formarse, para que la Justicia pueda defendernos o para que nuestros mayores tengan el derecho de gozar de algunos privilegios tras una vida dándolo todo…
Ahora los césares son muchísimo más sofisticados, mientras que los gladiadores apenas si hemos logrado evolucionar.
Ya lo dice mi mañica preferida: no se trata de elegir entre morir de pie o vivir de rodillas, se trata simplemente de vivir, aunque ello implique reventar las reglas del juego y, al menos, no manchar la memoria de quienes sí se dejaron la piel por el bienestar de las futuras generaciones… aunque sólo sea por eso.
Bueno será que, como en la conocida película que recrea la época romana, todos los Maximus de la tierra tomemos conciencia de lo que somos para que la arena deje de tener, de una vez y para siempre, nuestras huellas y manchas de sangre.
Otro modelo es más que posible y viable, otra cosa es que no nos atrevamos a querer vivir en Libertad. Nos guste o no, el argumento no es nada nuevo porque demostrado está que las emancipaciones sólo pueden ser obra directa de los implicados.
Espíritu de Maximus, mucho más que una figura de Hollywood, todo un espejo donde, si quisiéramos, podríamos vernos reflejados, aunque sólo fuese para comprobar qué significa la expresión vivir en Libertad, lo único que realmente aterroriza a los ‘decididores’. No dudo que usted sabrá lo que debe hacer al respecto pero, eso sí, el tiempo de reflexión ya parece agotarse a golpe de prima de riesgo y déficit cero. Ya lo sabe, la próxima cita la tenemos en el albero del circo o en las mazmorras de la miseria. Vaya eligiendo.

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