La mañana del 24 de diciembre, el cementerio de Santa Catalina acogía uno de los entierros más desoladores. Toda la historia que ha rodeado la muerte de este joven subsahariano cuyo cuerpo fue encontrado en García Aldave el pasado 15 de diciembre es terrible. Nunca se ha sabido su identidad, murió escondido para que no lo descubrieran quizá temiendo una devolución. Lo hizo en una noche de frío. El sábado pasado fue enterrado sin identificación y solo.
Eché de menos a Curro, aquel vicario que pasó por Ceuta haciendo historia porque los hombres buenos hacen eso: historia sin pretenderlo. Eché de menos a Curro esa mañana del 24, horas antes de la celebración de la Navidad tan importante para quienes creemos. Lo eché de menos porque estoy segura de que Curro hubiera estado ahí para rezarle, para impedir que el joven fuera enterrado así sin más, sin un responso, sin una despedida.
Hubo rezos en soledad, en la intimidad de cada uno, pero no es lo mismo. No lo es porque todos, al menos eso nos dicen, somos iguales ante Dios. Y con todos se debe hacer el mínimo esfuerzo de ofrecer una oración para pedir por su alma y por el consuelo de unos padres que ni siquiera sabrán de la muerte de su hijo. Para pedir que, si ese joven era creyente, fuera acogido como se merece.
Nadie debe ser enterrado solo. Nadie. Pero en este mundo en el que imperan las hipocresías resulta que importa más una publicación en redes sociales que un interés sincero por quienes mueren en nuestras fronteras. Recuerdo una noticia de hace unos días en la que se pedía justicia por los cuatro varones que habían muerto en su intento por llegar a Ceuta, pedían justicia e identificaciones.
Cuando alguien se preocupa únicamente del postureo o cuando se decide convertir la inmigración en una forma de ganarse los cuartos, sucede que se hace el ridículo. Se hace cuando se piden identificaciones que ya se han conseguido en 3 de los 4 casos o cuando se reclama justicia dando a entender un interés y una preocupación que deben ser tan superficiales que impiden una mínima empatía para que ese fallecido pueda emprender el camino hacia el más allá con cierto calor, con rezos en silencio, con una mínima compañía.
El mundo cada vez es más oscuro, más malo y menos humano con quien menos lo merece.
Una verdad como un templo