Cualquier lugar se puede convertir, de la noche a la mañana, en el lugar idóneo para resistir. Porque eso es lo que hacen los marroquíes que, tras bordear los espigones fronterizos, deambulan por Ceuta. Viven de la sociedad que les da comida, la misma que les ha repartido mascarillas y la que les da ropa. Intentan escaparse de las batidas que están llevando a cabo las fuerzas de seguridad para trasladarlos a la frontera, en esa suerte de devoluciones sobre las que han colocado su punto de mira las oenegés. Escapados de su país, buena parte de ellos han encontrado en la vieja cárcel de Los Rosales un espacio donde protegerse.
Resulta llamativo que las celdas que en su día acogieron a los presos, sirvan ahora de refugio para los huidos como parte de esa llamada efectuada por Marruecos en su intento de bloquear Ceuta. Allí dentro duermen, allí se lavan y de ahí salen para buscar la comida que les reparten quienes integran la cadena de solidaridad formada por muchísimas personas atraídas por la necesidad que ven en los llegados a la llamada Frontera Sur de Europa.
La vieja cárcel lleva abandonada desde que se produjo el traslado de los últimos internos a la actual de Mendizábal. Aunque estuvo un tiempo con protección policial, después se entregó a la dejación más absoluta, permitiéndose la entrada de todo tipo de personas, incluso menores expuestos a prácticas delictivas sobre las que llamaron la atención los propios vecinos.
Sobre la cárcel antigua o, mejor dicho, sobre su futuro se ha contado y se ha escrito mucho. Pero nada se ha cumplido. Hubo un compromiso de la administración de usar las instalaciones para un centro de formación que nunca se llevó a cabo. Tampoco se atendieron las demandas de las asociaciones del entorno para que pudiera convertirse en una especie de polifuncional. Nada de esto salió adelante, ante el malestar de los residentes que han asistido incluso a incendios provocados dentro de las instalaciones.
La vieja prisión fue completamente desvalijada, sacándose del lugar todo aquello a lo que había quienes pretendían darle utilidad. Tras aquello, se ha convertido en un asentamiento más que ahora sirve de infrahumano albergue para los hombres, todos jóvenes pero también menores, que deambulan por la zona.
Lejos de buscarse una solución urgente, lo que están haciendo las administraciones es dejar en manos de la propia sociedad y de las distintas oenegés la atención a estas personas que nada tienen, ni tan siquiera ropa, y que ahora se nutren de lo que otros les dan.
Entre ellos se incluyen los vecinos solidarios que, de manera individual, están haciendo compras para todos ellos o repartiéndoles ropas que tienen en su hogar.
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