Categorías: Opinión

Marroquinización, ese es el problema

Que la ciudad avanza hacia una progresiva marroquinización parece evidente. No es un fenómeno de ahora. Viene de lejos, desde la independencia del vecino país. Un problema endémico que, lejos de remitir, parece seguir su curso, especialmente por la permisividad de unas leyes en materia de extranjería que flaco favor hacen a Ceuta y Melilla, junto con la tradicional falta de firmeza deseable en la materia por parte de los gobiernos de turno.
En su ‘Contracorriente’, de hace dos domingos, L.G. Álvarez ponía el dedo en la llaga con su habitual contundencia y claridad: empadronamientos de centenares de marroquíes, las consecuencias de una legalización por arraigo tras llevar dos años en el país y los consiguientes quebraderos que para nuestro futuro pueden traernos la demografía.
Salvo en el caso aislado de los malintencionados o  de los ignorantes de turno, la gran mayoría de la opinión pública nacional, a diferencia de épocas pasadas, está a favor de nuestra españolidad. Una corriente que se vio refrendada con las visitas de Zapatero, como presidente del Gobierno y la de los Reyes, y que podría variar de invertirse el fenómeno poblacional.
Según el informe del Observatorio Permanente de la Inmigración de mayo último, Ceuta era la autonomía en la que más había subido el número de extranjeros, un 12,6 %. En concreto, de los 4.578 censados, 3.735 eran precisamente marroquíes (el 5,7 de la población), seguidos a mucha distancia de los chinos, 121.
No sería de extrañar que esa cifra de magrebíes se haya visto incrementada actualmente. Resulta llamativo en este sentido como se vieron desbordadas todas las previsiones de escolarización, precisamente por la llegada, principalmente, de marroquíes que se quedaron sin trabajo en la Península y se vinieron a nuestra ciudad con sus familiares, a nuevos hogares, o a la vecina Castillejos por razón de la economía de la vivienda, pero manteniendo oficialmente su residencia en territorio nacional, en este caso en Ceuta.
Más del 60% de los niños inscritos en el Registro son de origen marroquí, en bastantes casos con la perspectiva de poder acceder a la nacionalidad española. En tales circunstancias, cualquier niño extranjero que haya nacido en territorio español puede solicitar, en el momento que lo desee, la obtención de la nacionalidad por residencia sólo con demostrar un año de estancia legal, en vez de los diez que marca la ley.
A diario entra un auténtico aluvión de magrebíes por la frontera del Tarajal para trabajar en los más distintos oficios. Gentes que, con el tiempo, han ido desplazando en sus quehaceres a profesionales ceutíes de toda la vida o a otros operarios llegados desde la Península en busca de trabajo. En Ceuta existieron empresas punteras que, en bastantes casos, se convirtieron en escuelas de magníficos oficiales. El caso de la firma Baeza, por ejemplo, en el gremio de la carpintería, especialmente en aquellas desaparecidas dependencias de la calle Canalejas con las que un voraz incendio acabó en pocas horas. Y de Baeza salieron grandes maestros de la ebanistería como los Cañete, Dúo o Bravo, que a su vez fueron haciendo escuela y formando en cadena a otras generaciones.
Un ejemplo que podíamos trasladar a otras empresas y oficios, pero impensable hoy por la competencia que supone esa otra mano de obra barata venida del otro lado del Tarajal para los más diversos trabajos y empresas. Baste dar una vuelta por cierto punto de Hadú en el que pueden encontrarse fontaneros, albañiles, carpinteros, pintores, mecánicos o electricistas a la espera de alguna ocupación. El otro ‘INEM’, como jocosamente lo llaman algunos. Es más, en determinados casos algunos de estos trabajadores marroquíes se instalan con sus chiringuitos en la ciudad, desconozco si con todas las formalidades legales o no, con lo que la competencia a los profesionales y a la mano de obra local se hace poco menos que imposible.
Reflexionando en torno a todo cuanto engloba esta problemática, me viene ahora a la mente una frase de Fernando Moran, el que fuera ministro de Exteriores durante el primer gobierno de Felipe González, quien, a principios de la década de los noventa, vino a decir que Ceuta y Melilla podrían ser en el futuro marroquíes por efecto de pura ósmosis. Ósmosis poblacional en este caso.
Un fenómeno que el prestigioso ex diplomático español posiblemente jamás se le habría ocurrido imaginar respecto a Gibraltar, punto al  que, por cierto, no llegan pateras. Muy significativo, ¿verdad?

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