Esta es la historia de Marroncita. Una gata carey que ha hecho su vida en el entorno de la residencia Gerón, en Ceuta. Allí encontró el amor y el cariño de Salvador, un residente que le daba a diario de comer.
La luz de Salvador se apagó hace unas semanas. Ese hombre servicial, que ayudaba a todo el mundo y transmitía alegría, cuidaba de esta gata callejera que venía a diario en busca de su alimento, aunque en el fondo era una mera excusa para encontrar caricias y amor.
Hay historias de película que demuestran hasta dónde llega el amor de los animales por quienes les dan simplemente cariño. La de Salvador y Marroncita es una de esas historias que no hay que novelarla, porque es real y ha tenido como escenario esta residencia ubicada en Pueblo San Antonio.
Desde la muerte de Salvador, Marroncita acude a diario al entorno de Gerón buscándolo. No pasa ni un solo día en el que no recorra el camino para dar con él, para maullarle en busca de caricias y comida. Cubre el mismo camino que hacía cuando Salvador vivía, pegándose junto a la ventana de su habitación.
Ahora nadie se ocupa de ella de una forma constante y permanente. Salvador era quien le ponía pienso y agua fresca a diario, mientras Marroncita lo acompañaba todos los días en su rutina de paseo matinal.
Formaban un tándem perfecto que la muerte se encargó de separar.
Ahora, la minina se pone a llorar día y noche buscándolo, intenta entrar en la residencia. Es el ejemplo más claro de una de esas tragedias olvidadas por una sociedad que no entiende el sentimiento que rodea el mundo animal, el amor que pueden llegar a mostrar hacia quienes les ofrecen acogida, respeto y cariño.
Y Salvador representaba todo eso para Marroncita. No solo era la persona que le daba a diario de comer, sino quien le prestaba compañía y ofrecía unas caricias inexistentes para una gata callejera.
Quienes conocen de cerca esta historia están rotos de dolor por ver la escena de esta gata llorando día y noche, asustada, buscando a quien ya no está. Salvador le daba de comer y se quedaba con ella para que las pavanas no le arrebataran su sustento. Marroncita sentía pasión por este dueño inesperado a quien acompañaba en los paseos.
Fallecido Salvador, nadie ha retomado la acción más maravillosa que podría hacerse en su recuerdo: continuar cuidando de la gata por la que se desvivía y en el mismo entorno en donde siempre ha estado, la residencia Gerón.
Ya no hay caricias, ya no hay compañía, ya no hay esa combinación de miradas a través de una ventana. Marroncita espera, pero Salvador no baja para darle sus mimos y comida. Lo busca, se queda horas y horas pegada a la ventana llorando.
“Si Salvador nos está viendo no estará feliz. Él querría que alguien la ayudara. Por favor, a todas esas personas que están llorando la marcha de Salvador… ¿No oyen los llantos de Marroncita? ¿Nadie querría por la memoria de ese gran hombre maravilloso y desinteresado para con sus compañeros…cuidar de su amiga? ¿Es que la vamos a dejar morir de hambre? ¿Eso es lo que desearía Salvador? En su memoria, y por su memoria, por favor. Ayudad al animal que es un ser vivo y no lo está pasando bien. Ayudar ayudando. Amor compasivo”, ruega la nuera de Salvador, Myriam Alaminos Albarracín.
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