Categorías: Opinión

Mariscadas sindicalistas

El sindicalismo pierde sentido en una España en la que miembros de los principales colectivos se dan pantagruélicos festines a costa del dinero público y en nombre del pobre trabajador

 

Leí hace unas mañanas en el ABC de Sevilla, mientras tomaba un Catunambú en Sierpes, que la Unión General de Trabajadores (UGT) en su delegación en Andalucía invitó a 180 sindicalistas a una cena exclusiva con dinero de la Junta, es decir, con parné de los andaluces de a pie, que se gastaron aquella noche 11.671 euros. Días más tarde, ya en Ceuta, otra noticia publicada por la misma cabecera, un delicioso oasis dentro del régimen andaluz, tendente cada vez más a encoger los espacios de libertad, denunciaba que el mismo sindicato cargó una mariscada de 2.047 euros a una subvención de la Junta , un pantagruélico festín en el que no escasearon langostinos (se consumieron treinta raciones a razón de 1.080 euros); seis pargos al horno (126 euros); seis cilindros de foie, (90 euros) u ocho botellas de Rioja de reserva Marqués de Arienzo (152 euros), algunas de las viandas que recoge la cuenta de la comida navideña que celebró el mencionado sindicato el 21 de diciembre de 2009 en un exclusivo restaurante de la capital sevillana, tal y como ha conseguido destapar el histórico periódico. Recibo del quiosquero El Mundo de la pasada edición dominical y, en portada, aparece, fruto del excelente trabajo de investigación de los compañeros, la revelación de que el nuevo líder de UGT–A, Francisco Fernández Sevilla, contrató los actos del Día de la Mujer de 2012 en Cádiz cargando el gasto a una subvención de Empleo: nada menos que 22.000 euros.
Mientras tecleo estas letras, en mi memoria se agolpan multitud de casos de abusos y atropellos similares a los mencionados, episodios vergonzosos (y hediondos como el marisco podrido bajo un sol de justicia andaluz) que, más allá de las páginas doradas, las benditas tertulias y los tímidos arreones del ciudadano liberal en la urna, han pasado inadvertidos por la mayoría de los andaluces, bien por propio interés, bien por cobardía, bien por ignorancia, bien por desidia, bien por condescendencia y camaradería con los movimientos sindicales y las revueltas sociales de la izquierda cerril.
Pero en el fondo y en la manera en que pasa por alto la sociedad andaluza los atracos que la clase dirigente y organizaciones sindicales llevan a cabo con absoluto descaro, envueltos, eso sí, en palabras marcadas por el ideario del buenismo progre que de manera tan excelente representa Susana Díaz, la presidenta del País de las Maravillas, se erige un entramado de tintes tan funestos como titánicos, un escenario donde el pueblo juega un incomprensible papel de extraño conformista: ¿Cómo es posible que este tipo de noticias gocen si no de la simpatía del común de los ciudadanos sí de una infame justificación siempre y cuando el benefactor sea un político socialista, de Izquierda Unida o un sindicalista que se suponen que han de velar por los intereses de los trabajadores, la igualdad social y la erradicación de los abusos del poderoso?
El maldito doble rasero, la vomitiva doble moral es causa principal, que no la única, del lodazal en que se ha convertido Andalucía, una región en la que hubiera estallado una campaña anual de insoportables tintes bélicos si los sinvergüenzas que hubieran tomado el dinero del sufrido contribuyente hubieran sido políticos pertenecientes al Partido Popular: Esto sí es mierda y lo otro no. Extraño y pobre lugar es aquel en el que los delitos toman mayor, menor o directamente ninguna dimensión y gravedad según sea el color del chorizo en cuestión.
El aparato sindicalista, que se ha revelado como un jodido cáncer de la democracia española, causa de lamentables penurias, en plena simbiosis con la tranquilidad que da a todo Gobierno saber que maneja el cortijo desde hace más de tres décadas, lleva a situaciones dramáticas como las destapadas por ABC y El Mundo, esas comilonas y festejos del Día de la Mujer robadas a la ciudadanía y que no suponen más que una manifestación que ha de plantear un serio debate de carácter nacional: ¿Es realmente imprescindible, o acaso necesaria, la existencia de sindicatos, al menos en la manera que desarrollan su quehacer en la actualidad, en un país democrático como España en el que los derechos de los ciudadanos y de los trabajadores están ya recogidos en la Constitución? ¿Es entendible que, en el nombre del progre y de la igualdad social, los Cándidos, Pastranas y compañía vivan de maravilla, como señoritos de puro, copa y tendido en La Maestranza, con almuerzos en restaurantes de primer nivel, viajen a ciudades exclusivas y conduzcan Mercedes o BMW mientras las personas de los estratos más desamparados y afectados por la crisis económica hacen encajes de bolillos para llegar a final de mes? ¿Es admisible que no se depuren responsabilidades políticas, judiciales y sociales ante estas mariscadas con la contundencia que exigen tales atrocidades? ¿Es mantenible una clase paniaguada y demagoga cuyos resultados positivos y méritos cosechados a lo largo de los años de la democracia se reducen a escasas hojas, organizaciones que se chupan jugosas subvenciones públicas para el disfrute propio y la patada en el culo del necesitado?
Ante este panorama sólo se entienden, de manera urgente, dos vías de escape: la disolución total del sindicalismo español o una reforma absoluta que nazca en la raíz y ataña hasta el más mínimo detalle en aras de erigir un justo, potente y decoroso aparato sindical, similar al que opera en Alemania y que corre en beneficio no sólo de los trabajadores de cada Länder sino de la República entera.
Las personas trabajadoras, instruidas y razonables que pertenecen a los distintos sindicatos españoles, que sin lugar a dudas las hay, callan cada vez que se publica una noticia como las mencionadas, evidenciando una cobarde y reprochable actitud que, en cierta manera, valida la sinvergonzonería de sus colegas, irrita al buen y honesto trabajador y, en suma, perjudica al conjunto de una nación incapaz de poner orden en el caos, seriedad en el cachondo y cordura en el disparate mientras en el restaurante de la esquina los andaluces invitan a marisco al ugetista o comisionista de turno. 'Salud, camaradas'. Eso sí, vaya por delante.

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