Esta mañana, antes de la ocho y media, cuando la rutina de cada día me atrapaba y me mecía entre sus brazos, y me empujaba también una vez más, inexorablemente, a abrir la puerta de la sala de profesores del colegio CEIP José Ortega y Gasset, no sé por qué mi mirada se detuvo irracionalmente, por unos instantes, en ese espacio y en ese tiempo donde ella siempre estaba allí, con su sonrisa y sus “Buenos días, Kino”. Al no verla y ser consciente de que ello era un imposible, en lo más profundo de mi ser algo se rompió, de forma violenta y brutal, y me arrastró a navegar por el universo de la nada y de lo que no tiene racionalidad alguna, mientras que simultáneamente miles de imágenes de fragmentos de vida profesional compartidos con Maribel, martilleaban sin compasión mi mente, a la vez que una intensa tristeza y pena se apoderaban de mí, entrecortando mi respiración y las retahílas de reclamaciones que, en el más absoluto silencio, luchaban por mover mis labios, en una especie de protesta de niño malcriado por el absurdo que la vida se convierte en ocasiones como esta.
Y es que María Isabel Lagares Fuentes, la orientadora del centro, ya no está. Se fue para no volver jamás, después de ser derrotada por un inesperado cáncer que, en menos de siete meses, no tuvo contemplaciones para llevársela al más allá en un fatídico sábado del 20 de octubre de este mismo año. Puedo, debo y estoy obligado a comprender y asumir, me guste o no, que “El mundo es ansí”, como el título de la novela de Pio Baroja, que todo tiene un principio y un fin, y que la muerte es algo consustancial a nuestra propia existencia. Pero para los que conocimos a Maribel se nos hace muy cuesta arriba no poder disfrutar del inmenso placer de su presencia entre nosotros.
Sin embargo, hay cosas que el cáncer no nos podrá arrebatar a los que tuvimos la dicha de compartir con ella momentos de vida: su sonrisa, su humildad, su capacidad para hacer frente a las adversidades y los retos, su sencillez, su independencia del cualquier poder, su espíritu de superación e innovación, su afán de lucha, su necesidad vital de aprender y hacerlo cada día mejor, su competencia para ponerse en el lugar de los demás, su profundo conocimiento de la orientación y de la educación o su entrega al trabajo y a su familia.
Precisamente por lo expuesto, y muchas más razones que en este momento se escapan a mi memoria, sería un error imperdonable para el mundo educativo local (incluidos la Dirección Provincial de Educación de la ciudad o los propios sindicatos de enseñanza), que no se aunarán esfuerzos compartidos para organizar un merecido homenaje a esta mujer que fue una pionera y un modelo a seguir para los profesionales, presentes y futuros, de la educación y de la orientación educativa de Ceuta.
Descansa en paz, estimada compañera.
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