Hoy he recordado unas imágenes de hace casi cincuenta años al recostarme unos minutos en mi cama, ya que los sentimientos me habían penetrado con gran fuerza en mis interiores y me dejaron con una moral de caída y con las lágrimas en mis párpados, veía a esa persona con las fuerzas de su juventud y ahora estaba la pobre bajando las escaleras con la lentitud que le permitía su avanzada edad ayudada con mucha dulzura por su hija.
Me encontraba en un patio de nuestra ciudad situado en la calle Sargento Coriat, justo enfrente de donde hoy está el Palacio de justicia.
Ahora hay un colegio, que no recuerdo bien el nombre del mismo. Allí vi a una mujer que siempre la distinguía por su valor de relacionarse con las personas ya que su torrente de voz, como su forma de reírse, eran muy peculiares.
Trabajaba haciendo casas, es decir asistenta del hogar, y una de ellas era la de unos ancianos que tenían una pequeña casita junto a la mía. Estos señores tenían dinero y eran muy especiales. El único hijo que tenían fue un alto cargo de una Central ya desaparecida que se llamaba Atlas de Ceuta.
Tras la erradicación de las chabolas, allá por los años setenta y siete y setenta y ocho efectuado por el popular Joselito ayudado por mi padre José Benedicto tuvimos la suerte de que viniera a vivir justo en el mismo bloque. Fue cuando me di cuenta que todo lo que tenía de pequeña era porque en los tarritos pequeños se guardan los grandes perfumes.
Y eso es así. Cada vez que esta señora hablaba era para ponernos a todos una sonrisa en nuestros rostros. Tenía ese don que Dios da a muy pocos seres humanos.
Trasmitir una esencia que hoy en día está poco reconocido debido primero a la falta de cordialidad entre los vecinos y muy especialmente la comunicación. Cada uno va a lo suyo. Nadie entra en las casas para tomar ese café conciliador que servía para descargar las tensiones que podría haber entre vecinos o un simple intercambio de opiniones.
Pues esta mujer rompía todos los moldes y volvíamos por unos momentos a lo antaño, ¡que bonito era!, y nos daba esa felicidad e nuestros corazones faltos hoy por hoy de esa dinámica propuesta por una mujer que tenía que salir a la calle a buscarse la vida ya que su marido no podía traer los suficientes recursos económicos para mantener a su prole.
Ella no se cortó y salió a buscar el pan nuestro de cada día para sus vástagos. Más adelante pudo conseguir entrar en una empresa de limpieza que durante muchos años estuvo con ellos hasta el momento de su merecida jubilación.
Hoy a sus muchos años la veo con sus hijos a las nueve menos algo coger un vehículo adaptado para ir a un centro de día, donde hace sus pinitos de felicidad con los amigos y amigas que tiene allí hasta las cinco de la tarde que regresa a su casa donde lo están esperando sus hijos.
Yo se que es la vida, pero a pesar de todos los achaques de la misma conserva todavía esa sonrisa que sigue trasmitiendo confianza y su corto diálogo que nos trasporta a los días lozanos de su juventud. Se te vienen las lágrimas al rostro y tus ideas fluyen mientras que paseas al perro, ya que es cuando coincidimos por las escaleras, te vienen esos flases y de inmediato llegas a una serie de conclusiones.
Debemos de dar a nuestros semejantes todo lo que llevamos. Y en este caso lo has dado todo María. Disfruta lo que te queda en este mundo. Igualmente a tus familiares. Has sido, sigues siendo y serás única.
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