He llegado a mi tierra…y a mi mar. He viajado, copiando, como hacen las cigüeñas y las golondrinas en su regreso a las espadañas y campanarios de las iglesias y catedrales… A volver mil veces mil, a donde abrí los ojos por primera vez. A ser prisionero de mi lugar primigenio; que al ser cárcel que el corazón ata, bien pudiéramos estar hablando, de la libertad conquistada en nuestra Arcadia soñada…
He tocado los espejos azules y fríos del litoral de la Peña, de Fuente Caballo, de la Ribera y del Chorrillo… He sentido el frescor del agua, hasta el extremo de sentirme mar, y yo diría, aún más, hasta sentirme Océano profundo e inabarcable… Yo ya no deseo tener medida, ni peso, ni substancia…Yo ya sólo deseo ser agua de ese Mar- Océano, justo donde termina la razón y los pensamientos, y principian los sentimientos que acaban de brotar de este lado del corazón. Sí, hemos llegado a mi tierra… Y la mar, con sus brazos infinitos de zócalos grises, verdes y azules, nos anuda y nos arrebata como una mujer enamorada. Todo es pasión. Todo trasciende a la belleza de lo lejano, a lo que no puede cogerse, a lo que no tiene precio, ni puede en cualquiera de sus formas comprarse en un mercado… Todo es lujuria de los sentidos… Todo diríase acogido al pregón de los deseos, como exuberante se anuncia el árbol y el fruto de la higuera. Todo se aviene a nosotros, como soñando un sueño antiguo de otros lugares, en otros atardeceres… Todo son recuerdos de pertenecer hasta la desnudez del alma, a una ciudad acostada, dormida, entre las cimas agrestes, duras, del Atlas, y la extensión luminosa, a veces plateada, del Estrecho.
¿Qué podemos decir de lo que tantas veces se ha contado? Nada hay nuevo bajo el sol, y sin embargo, con el nuevo día, renacen las ilusiones -como el ave Fénix-, de sus cenizas y nos lanzamos a la conquista de estas nuevas horas, como si en ellas fuéramos a encontrar lo que anhelamos y llevamos tiempo buscando y, a nuestro pesar, aún no hemos encontrado… ¿Qué buscamos en este eterno regreso a nuestras calles, a nuestras plazas, a nuestros jardines… a nuestros bosques, a nuestros altos montes, a nuestros caminos, a nuestros amigos perdidos…? ¿Por qué, Señor, no cesa ya esta búsqueda, y quedamos sin gobierno, sin timón, como los barcos en el temporal? Arrumbando a lo que el azar y el viento nos quieran señalar. Libres de ataduras. Ausentes del tiempo y de las horas. Tal vez, como aquellos hombres, que un día, quisimos ser, y aún, como tenues rescoldos, sus voces suenan y perviven en nosotros. Si, hemos llegado a mi tierra…Y no puedo callarme ni dejar de pronunciar las palabras que escribo… Todo es necesidad…Todo es abandono, como los puertos al alba -como dijera Neruda en su famoso poema-. Necesidad de ser nada más que polvo de mi tierra, y sal de mi mar… Necesidad de dejar el pensamiento libre en cualquier esquina, de cualquier calle y, olvidarte de tu nombre, y al cabo, cuando la existencia ya sólo sea un rumor alejado en la línea del horizonte de la vida, fundirte en la tarde, con la brisa del Poniente y la silueta deseada y deseante de Ceuta…
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