Hablar de Manuel Rivas es hacerlo de una de las firmas más lúcidas y comprometidas desde hace décadas con la defensa de una civilización auténtica, de la libertad, del planeta, del mundo rural, del feminismo o el ecologismo activo.
El periodista y escritor es un autor anfibio que ha buceado por todos lo géneros, un piel roja dispuesto a dar la voz de alarma cuando las cosas van mal.
Referente literario y también moral de las letras españolas, Rivas ha vuelto a hacer uso de la palabra con mayúsculas en un momento “necesario para poner libertad en el cuerpo del lenguaje”.
El ensayo ‘Contra todo esto’ apenas supera el mes de vida y ya ha dado que hablar, sin duda, retomará la palabra esta tarde a las 20.00 horas en la sala de Usos Múltiples de la Biblioteca donde Rivas se encontrará con sus lectores para charlar de ese “manifiesto rebelde” y muchos más, pero, antes, poesía.
Las palabras querían expresarse. Fueron ellas las que me llevaron. Este libro es una rebelión”
Ese género inseparable de la trayectoria de Rivas y que este año se homenajea en la Feria del Libro “Voy a empezar con unos poemas, hablaremos, pero también escucharemos”, señala el autor a lo largo de una conversación de lo más intensa, de esas que prolongarías con varios cafés.
Su voz tenue, pausada, con un marcado acento gallego imparte lecciones con cada sílaba que pronuncia, con cada autor que menciona al final de cada frase o con la musicalidad poética que acompaña a su prosa hablada. Después de desmenuzar superficialmente esa realidad ante la que se estremece en su última publicación, sin duda, su voz sigue siendo de las grandes necesarias en este mundo ante el que dice sentir “vergüenza”.
–No es un dilema. Toda literatura es poética. A veces se entiende la poesía como un formato anacrónico, pero es una forma de mirar el reverso del espejo. Cuando escribo relatos o una novela procuro que esa literatura sea poética, pues, la poesía es la célula madre de la literatura.
–No es una decisión que se adopte repentinamente. Cuando trabajas en literatura lo haces a escondidas con las palabras, pero el escritor debe mirar hacia el mundo y llega un momento en el que esas palabras escondidas con las que trabajas quieren decir algo.
Es un libro literario, está escrito con la intención de pronunciarse a cerca de lo que está ocurriendo, hay mucho trabajo emocional.
Es como un lugar insurgente donde las cosas se ponen de pie, y aquí las palabras se ponen de pie, se levantan y buscan alegremente la boca y la punta de los dedos.
Las palabras querían expresarse, fueron ellas las que me llevaron. Este libro es una rebelión.
–El arranque no está en un discurso previo, sino en mirar de frente la realidad, por eso la palabra vergüenza cobra un sentido especial.
Cuando sentimos vergüenza por el espacio en el que vivimos, por ese poder que actúa contra la palabra que es su principal enemigo, ya que el lenguaje es uno de los mejores vehículos para expresar rebeldía, por eso hay una gran producción del miedo a través del que se busca la paralización para desactivar conciencias.
El poder se mueve mejor entre el secretismo, el miedo, y la desvergüenza. Hoy en día hay una mayor capacidad de contaminación de las palabras, que son víctimas. De hecho, están siendo penalizadas, como en España, donde parece que hay una obsesión por controlar hasta a las coplas.
–Sin duda vivimos una crisis democrática, se está haciendo uso de esa producción del miedo para restarnos derechos y libertades. Se está pavimentando el camino hacia el autoritarismo que debemos combatir con más democracia porque estamos experimentando un retroceso en el que se han activado mecanismos como la Ley Mordaza en la que el Gobierno es juez y parte de la misma.
–Hay signos de esperanza, estamos viviendo la revolución del movimiento feminista, los pensionistas o de los medios públicos. Hemos vivido las protestas masivas de la juventud a través del 15-M, esa juventud catalogada de nini que salió a la calle a poner de manifiesto sus penurias.
En mi opinión hay posibilidad de cambios, hay una mayoría social que está luchando por ello, el problema es que las cadenas son demasiados fuertes, hay mucha insistencia por parte del poder porque son muchos los intereses en juego. Pero, a pesar de ello, tengo mis motivos para tener esperanza.
– En parte sí, todos somos herederos de una educación machista y, por más que te limpies, siempre quedará algo escondido.
El machismo es un sistema discriminatorio transversal en todo el mundo, es una gran vergüenza histórica. Predomina un gran poder machista en las empresas, la iglesia, la política... Hay un estado de guerra contra la mujer.
Se producen más de 60.000 feminicidios al año, existe esclavitud, explotación y eso está ocurriendo en nuestras ciudades, no hay que irse a un país remoto carente de libertades. Debemos ser conscientes de ello y luchar por ese cambio, porque la liberación de la mujer es también la del hombre.
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