Categorías: Opinión

Manuel Ramírez

Manuel Ramírez Jiménez es uno de esos ceutíes en la diáspora, que diría Juan Díaz, de los que jamás olvidan su tierra. Ni los muchos años de ausencia ni la lejanía han logrado mermar sus sentimientos hacia ella. Ceuta, por contra, jamás se ha acordado de su persona. Así me lo manifiesta, con amargura, desde Zaragoza, de cuya Universidad ha sido vicerrector y decano once años y en la que continúa ejerciendo como catedrático de Derecho Político.
El profesor Ramírez, como gusta llamarse, pregona, divulga y defiende el nombre de su ciudad desde las más diversas tribunas. Habitual columnista de la TERCERA de ‘ABC’ y de la cadena de diarios ‘Vocento’, no duda salir al paso en periódicos y libros cada vez que la ignorancia o la ofensa se ciernen contra Ceuta y Melilla, como los recientes acontecimientos orquestados desde Marruecos contra esta última. Con argumentos históricos precisos y hermosas pinceladas sobre la realidad española de la vida de ambas ciudades, ha sabido dejar las cosas claras a propios y extraños. “Sin dejar de ser culpable, no es Marruecos es él único culpable. También quienes no alzan con fuerza el grito de la españolidad indiscutible y están optando por ceder o encogerse de hombros. Como si no pasara nada. Y pasa mucho. Más de la cuenta”, concluía en ‘ABC’.
Presidente de la Asociación Española de Ciencia Política y Derecho Constitucional y director de la Fundación de Estudios Políticos, además de sus numerosas e importantes distinciones, es también académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y vocal de la Comisión Nacional de Cooperación de la UNESCO. Autor de más de veinte libros, me envía “España al desnudo (1931 – 2007). Un texto “no políticamente correcto” como me escribe en su dedicatoria, pero fruto de un profundo estudio y pensamiento que ainvita a la reflexión del lector sobre la actual realidad de un país en el que todavía seguimos preguntándonos qué somos y por qué.
Un currículum densísimo el suyo para el que el espacio de esta columna sería totalmente insuficiente. Manuel es también miembro del Instituto de Estudios Ceutíes, a través del cual otras dos obras suyas han visto la luz recientemente. El último, ‘Relatos y retratos’ (2010), recoge una serie de acontecimientos y personajes del siglo XX, posiblemente ya olvidados, como Manuel Alonso Alcalde, Ramón Gotarredona y Alfredo Galera. Una inmersión “a cuanto he vivido con alegría y a cuanto he sufrido con tristeza”.
Me dice Ramírez que, por fortuna para él, a nivel nacional y europeo su quehacer ha sido generosamente reconocido, “aunque mi entrañable ciudad de Ceuta, en cuya calle Velarde nº 12 tuve el honor de nacer, jamás se haya acordado de mi persona”. Al recordarla con emoción, parece revivir el tiempo pasado con toda su fuerza como si estuviera delante de sus ojos:
“Mi mente vuela al desaparecido Pasaje Fernández, en el que vivía parte de mi familia paterna, y a mi entrañable ‘glorieta’ en la que pasábamos tardes y noches toda la familia Velázquez (Antonio era y sigue siendo mi mejor amigo, aunque él llegó a general médico y yo no pasé de artillero en el Hacho), los hermanos Lanz, la familia Sanz, Josechu Nieto, Anselmo Arnáiz… Allí pasó nuestra infancia, completada con los largos veraneos en la playa de Fuente Caballo, donde se nos unía Baselga (prestigioso médico luego en EE. UU.), los hermanos Álvarez de Cózar, el sobrino del Padre Arenillas y algunos ya mayores: José Pulido (hombre entrañable), González, mi padre y mi tío, Peñalver, Gómez Toledo, etc. Más tarde, la juventud nos lleva a gastar suela en el Paseo de las Palmeras (en nuestro país, toda ciudad ha tenido su tontódromo), donde jóvenes y ‘jóvenas’ comenzaban sus idilios (…). Los largos años en el Instituto, con un magnífico profesorado; los desfiles militares; Pepe Remigio conduciendo a la Virgen de África; el todavía no nacionalista obispo Añoveros presidiendo, junto a Galera, la Semana Santa; los Festivales de España en San Amaro, los chumbos, las terrazas de verano, los inevitables helados de Pepito Vidal, los largos paseos hasta el final del muelle, la unión y labor posterior de la Asociación de Antiguos Alumnos del Instituto (Olivencia y yo hicimos los Estatutos)…”
Pero la desaparecida y brillante Asociación merecerá próximamente una página específica. De momento, el recuerdo a Manuel Ramírez a quien la Ciudad debería reconocer su trayectoria rescatándolo de ese olvido en el que parece tenerlo sumido, una cruenta espinita que él lleva dolorosamente clavada en su gran corazón caballa.

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