Hoy 21 de Febrero, Doña Pepa, mi madre, ha cumplido 87. Los 87, tela marinera. A mí me quedan días para los 60 y aquí ando, sin vender una escoba.
Doña Pepa, mi madre, es como todas las madres del mundo: cálida, protectora, imprescindible, sanadora de penas, inventora de alegrías, apoyo en los fracasos... Doña Pepa, mi madre, parece volar cuando abre sus brazos, cuando recita un poema se mete en las entrañas de la emoción y derrama jardines de palabras.
Mi señora madre es una llovizna fina que alivia la sed del cansancio, se convierte en un cuento de hadas los días que te derrota el fracaso, se mueve en la sombra de la noche transformándose en luciérnaga de la oscuridad.
Al alba ya está despierta y, cuando Morfeo abandona tu cuerpo, te espera en la cocina un vaso de leche, unas magdalenas, un zumo de naranja: todo está en una bandeja esperándote a que te laves la cara mientras espantas al sueño que no ha terminado de marcharse.
Pepa, a sus 87, me llama todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches: ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? Ya falta poco para vernos, me gustó tu CAÑONAZO, qué bien ecribes hijo, nunca dejes de hacerlo. La mamá siempre está ahí, “ya verás que todo se arregla...te quiero mucho cariño”.
Mi madre me dice que adelgace, que no vaya hecho un desastre, que no olvide tomar las pastillas, que me abrigue, que no deje de ir al médico, que eso que me preocupa no tiene ninguna importancia. Y a sus 87, me recuerda lo poco que me queda para cumplir los 60 y que aún tengo toda la vida por delante.
Doña Pepa, con 87 años cumplidos, no para de darme consejos aunque yo pierda la paciencia y le diga que es una pesada y que me saca de los nervios.
Me dice mi madre, con voz cada vez menos nítida y más apagada que ya no vale para nada, que se despista, que no se acuerda de muchas cosas, que el dolor de huesos es insoportable, que apenas puede ver con el ojo del que no ha perdido la visión.
Ahora, me preparo la leche, selecciono sus pastillas y, mientras escribe algún WhatsApp, la veo temblorosa y desorientada, yo disimulo y programamos la compra, lo que haremos de comida: le encantan los potajes, la sopa de almejas y el gazpacho. ¡Qué buenísimo está todo hijo!
Mi madre está ahora habitada por la inseguridad, la incertidumbre, el temor. Yo le quito importancia y le digo..Venga mamá, que te queremos, que vamos de la mano, que ya pasará lo que tenga que pasar, que deje de angustiarse, que aquí estamos y que el amor que nos tenemos permanece intacto, eterno, como cada primavera, como cada verano que llego al pueblo y te empeñas en deshacerme la maleta.
Mi madre es todas las madres: madres coraje, madres invulnerables, invencibles, poderosas, titánicas, valientes. Aprietan sus dientes con ternura y nos besan por mil los besos que les damos.
Ahora mismo mi madre, mi Pepa, mi vida me ha llamado para preguntarme sobre qué iría el Cañonazo de hoy..
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