Opinión

La mala suerte

La pasada semana me quedé aislado. No físicamente, pero casi. Fue mi móvil el que dejó de funcionar. Bueno, funcionaba, pero no me obedecía. Incluso llegaba a marcar llamadas a contactos registrados, algunos de los cuales me devolvían la llamada preguntándome qué quería. La cuestión fue que no pude enviar mi artículo semanal a todos mis contactos. Algunos me lo reclamaron. Y era un artículo importante, pues hablaba de medio ambiente, cambio climático y de la última heroína en la lucha medioambiental, Greta Thunberg, la niña sueca de 16 años que ha tirado de las orejas a los políticos en la última cumbre del clima y que está movilizando a millones de niños en todo el mundo con sus huelgas escolares los viernes en favor de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Es curioso hasta dónde ha llegado nuestra dependencia de las nuevas tecnologías. Pretender funcionar hoy día sin un móvil, sin una Tablet, o sin un ordenador, es bastante difícil. Salvo que te quieras aislar el mundo y vivir en un bosque oyendo sólo el ruido de los animales. Es una opción para algunos, pero no para la mayoría. En mi caso, suelo usar estos instrumentos de las mejores marcas. Sin entrar en detalles, me va bien así. Fundamentalmente, porque me ahorra mucho tiempo y enfados. Por eso procuro tener softwares con licencia. Lo del tiempo no es ninguna broma. Sobre todo, si no te sobra. Un colega y amigo, catedrático de economía, lo explicó muy bien en una reunión. Mi tiempo es mucho más valioso que ahorrar unos euros buscando el detergente más barato, nos dijo. En el caso que os cuento, me enfadé mucho, pues mi IPhone de última generación (cuando lo compré), solo tenía dos años y medio, es decir, ya no contaba con garantía. Yo había leído algo respecto a que estos modelos estaban dando problemas con la batería y que la compañía Apple había enlentecido su funcionamiento de forma programada, para así provocar el cambio. Estaba convencido de que se trataba de un caso más de obsolescencia programada. No obstante, me llegué a un servicio técnico de uno de los establecimientos de la compañía para que analizaran el problema. No podía admitir que tuviera que cambiar de móvil tan pronto. Aunque, en el fondo, lo quería, pues las prestaciones de la nueva generación de IPhone eran bastante atractivas. La atención fue rápida y eficaz. El primer diagnóstico fue que, como poco, había que cambiar la pantalla. Esto costaría 180 euros y lo harían en 1 hora. El segundo diagnóstico fue que estaba dañado el sistema. No tenía arreglo. Las alternativas eran dos. Una. Cambiar a otro de segunda mano reparado por ellos, que costaría casi 400 euros. Dos. Cambiar a uno nuevo, descontando 65 euros que me daban por el mío. También había una tercera. Cambiar de marca y buscar otro más barato. El problema sería que dejaría de estar enlazado con la Tablet y, también, dejaría de acceder a una serie de servicios útiles y cómodos, que te hacen la vida más sencilla. Tendría que empezar de nuevo y aprender el funcionamiento de otros sistemas operativos. Y todo, por ahorrarme unos euros. Finalmente descarté esta opción. Pero, antes de comprar el nuevo, quise tener una charla con el técnico. No porque él tuviera la culpa de lo que a mí me pasaba, sino para que mi protesta se trasladara a la compañía. Le manifesté mi enfado y le dije que era un caso claro de “obsolescencia programada”, que debería estar prohibido. El técnico, un chaval joven y con mucho desparpajo, me respondió rápido. No, señor, no se trata de esto. Lo suyo es un caso de “mala suerte”, si tenemos en cuenta que yo he visto venir aquí a clientes con sus IPhone de más de 5 años, a los que se les ha cambiado la batería y nada más. Le manifesté que no estaba de acuerdo con esta apreciación, aunque le informé de que había decidido comprar uno nuevo y no cambiar de compañía, de momento. He leído bastante sobre la obsolescencia programada y creo que es algo que se produce, injustamente, y con un alto riesgo para el medioambiente y para los intereses de los consumidores, sin embargo, me costaba admitir que Apple lo practicara. Ya sé que las empresas de alta tecnología controlan el mundo. Y nos controlan a nosotros. Pero, a cambio, nos hacen disponer de unos avances tecnológicos que nos facilitan la vida. Innovar es costoso. Y si queremos estar a la última, hemos de pagar. He buscado información sobre este problema. Y he leído, de una fuente creíble, las explicaciones que dio la compañía Apple sobre el problema de las baterías del IPhone 6. Lo que dijeron fue que, reducir el rendimiento del teléfono era la mejor opción para prolongar la vida útil del producto, a consecuencia de que el desgaste de las baterías provocaba fallos. De esta forma, la batería no tenía que enfrentarse a picos energéticos que no podía satisfacer por su degradación. Mi problema ha sido que se ha reducido tanto el rendimiento, que ha deteriorado de forma irreversible el sistema operativo. Y esto puede deberse, efectivamente, a la mala suerte o a la obsolescencia programada. De momento, la cosa queda en tablas. He optado por seguir con mi fidelidad a la compañía, pues sus explicaciones me han convencido. Pero, estaré vigilante. De cualquier forma, entiendo que la “tarifa plana tecnológica”, no sería mala cosa. Hace bastantes años, cuando trabajaba en la dirección económica de un gran hospital público, pusimos en práctica este sistema. En lugar de comprar ordenadores que se quedaban obsoletos antes de ser instalados, se diseñó un contrato de asistencia técnica, con unos cálculos de costes muy precisos, por el que la compañía que ganara el concurso se comprometía a tener actualizado el software y el hardware permanentemente. Los resultados fueron espectaculares. En poco tiempo, y a un precio mensual asumible por el escaso presupuesto del hospital, nos pusimos a la vanguardia tecnológica de Andalucía. Trasladando esto al ámbito privado, si cada dos o tres años cambiamos de ordenador, de Tablet y de móvil, ¿no sería mejor pagar una cantidad fija mensual y que estas compañías se encargaran de actualizar los aparatos y los softwares, y reciclar los viejos?. Si hacemos cuentas, quizás no nos saldría mucho más caro, evitaríamos incrementar la contaminación tecnológica en el planeta, garantizaríamos los puestos de trabajo en estas compañías y ahorraríamos tiempo y dinero en nuestro quehacer diario. Sobre todo, si no somos muy expertos en informática y sólo la usamos como herramienta de trabajo para otros fines. No sé. Lo dejo aquí como reflexión.

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