Me juego los gayumbos de la suerte a que más de uno de aquellos ofendidos de profesión que en su momento echaron aceite hirviendo a Woody Allen para que saliera pies en polvorosa de España ahora harán ejercicio de coherencia aplaudiendo esta cinta por el sencillo motivo de que a todo el mundo le ha gustado. Los argumentos que hacían que Vicky Cristina Barcelona "fuera un desastre" porque parecía una guía turística en vez de retratar los encantadores escondrijos menos conocidos internacionalmente de la Ciudad Condal (como si los protagonistas no fueran precisamente eso, turistas) seguramente serán más correctos vistos desde la óptica foránea, con un poquito más de perspectiva; porque la sucesión de postales parisinas con la que comienza esta exquisita comedia existencialista, unida a una música que llama la atención por su protagonismo, es toda una declaración de intenciones, impregnando de nostalgia y romanticismo a los que estamos al otro lado de la pantalla y a los que este simple empujoncito nos basta para entregarnos a la historia.
El ingenioso argumento nos transporta a un París del todo mágico en un argumento igualmente cargado de magia, así como de surrealismo casi a partes iguales. La disparatada trama se centra en un escritor estadounidense de segunda (Owen Wilson en el mejor papel que ha interpretado) que viaja a París y allí da rienda suelta a su inspiración, paseando por las calles de la ciudad que en sí misma es protagonista viva y, ahí comienza el disparate, transportándose a sus añorados años veinte en un sitio concreto cual ceniciento a medianoche. Sus aventuras irán apartándole de la vida cotidiana que lleva con su prometida (Rachel McAdams, muy convincente haciendo de guapa insufrible), y acercándole más y más a los ¿imaginarios? personajes con los que se codea; dichos personajes van en un despliegue sesudo un tanto excesivo desde Pablo Picasso a Monet, pasando por Ernest Hemingway o un siempre divertido Dalí (lujazo de cameo de Adrien Brody), para desembocar en los brazos de Adriana, una Marion Cotillard sencillamente arrebatadora.
Por supuesto, los momentos metafísicos como el de preguntarse si realmente cualquier pasado fue mejor y los diálogos punzantes no faltarán a la cita con el Woody más en forma desde Match Point, que ha sido aclamado por este proyecto en todo el mundo, muy a pesar de sus queridos compatriotas detractores, que no tienen más remedio que rendirse esta vez a la evidencia de la calidad que destila un libreto que no se olvida de repartir estopa tanto al "way of life" como al cine de Yankilandia, declarando abiertamente su amor eterno a Europa en general y a Francia en particular, a los que llama "más evolucionados", sapo difícil de digerir y que seguro que apuntarán con sangre para próximas vendettas descarnadas.
La claridad de ideas de la composición de estímulos para los cinco sentidos de los más exigentes es la muestra del por qué el genial realizador cuenta con quien quiere (rebajándose los salarios drásticamente) en sus repartos; a modo de curiosidad, mencionaremos que Carla Bruni, cosas de la magia del buen cine, hace un pequeño y simpático papel en el que parece actriz y todo. Disfruten mientras puedan de la profunda sencillez del veteranísimo director, que ya habrá tiempo para prejuicios malintencionados…
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