Opinión

Magia en las elecciones de 1881 en Mirandilla

E stamos inmersos en todo un proceso plurielectoral de primavera. Primero, votaremos el domingo del “28-A”, en las elecciones generales. Luego viene el “superdomingo” del 26 de mayo (“26-M”) que votaremos en las autonómicas, excepto las Autonomías que gestionan su propio calendario electoral. También en las municipales. Y en las europeas, que este año España aumentará hasta los 59 sus escaños, si por fin los británicos abandonan la Unión Europea (UE) con el “guiri-gay” que Theresa May - especialista en “aplazar plazos” - y su renuente Parlamento tienen montado. Votaron irse de la UE para recuperar su independencia, pero ahora quieren quedarse sólo para lo que les conviene. Son tan listos, que se han pasado. Si se van, pierden 500 millones de clientes y pagarán derechos arancelarios que ahora se ahorran. Tomen nota los separatistas.

Que haya elecciones democráticas legalmente convocadas, siempre es muy bueno. El ilustre gallego Castelao decía que: “el pueblo sólo es soberano el día que vota”. De esa forma, este año seremos al menos dos días soberanos, el “28-A” y el “26-M”. El primero, con doble premio al votar a diputados y senadores. El segundo, con triple “pedrea”: autonómicas, municipales y europeas. Pero, ojo, porque a veces la política tiene magia y magos. Como este artículo se publique el lunes, día después de haber votado y de conocerse los resultados, no se me podrá acusar de imparcialidad ni nadie podrá ya utilizar el mágico método que hoy les voy a desvelar sobre cómo votar con resultado “a la carta” asegurado.

Ya el humorista norteamericano de magia política, Woody Alle, dijo: “Un mago hizo un gesto, y desapareció el hambre; hizo otro gesto, y desapareció la injusticia; repitió el gesto, y acabó con las guerras. Un político hizo un solo gesto, y desapareció el mago”. Pues demasiados políticos en elecciones - y fuera de ellas - parecen magos y charlatanes de barrio llamando a lo negro blanco, haciendo como los sofistas de la antigua Grecia, que con pura demagogia eran capaces de convencer a la vez de una tesis y de la contraria. Otro político español dijo aquello de que: “las promesas electorales se hacen para no cumplirlas”. Claro, todo ello hace pensar a algunos políticos que los electores estamos tan aborregados que nos creemos las mentiras que ellos los pastores inventan y prometen. Si hace falta, hasta convierten el agua en vino, multiplican panes y peces, construyen castillos en el aire y asaltan el cielo con tal de ganar el escaño; pero cuando lo consiguen, “si te vi no me acuerdo, y hasta dentro de otros cuatro años”. ¿Cómo no va a haber así tanta abstención y desafección?..

Por eso voy a descubrirles el rocambolesco sistema de magia caciquil (“pucherazo”) que en 1881 idearon algunos políticos para ganar las elecciones en Mirandilla, mi pueblo. Aunque advierto que aquellos viejos políticos no eran peores que algunos otros actuales que continúan engañándonos disfrazándose de demócratas para luego terminar en corruptos compulsivos, que ahora parece ser la profesión más rentable, de la que algunos militantes de partidos no se libran, incluidos los de las nuevas formaciones que venían a “regenerar” España.

Pues en aquellas elecciones de 1881, se produjo un terremoto político a nivel nacional, con enfrentamientos, interpelaciones y enmiendas presentadas en el Congreso de los Diputados en las que intervinieron hasta el presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, el jefe de la oposición, Antonio Cánovas del Castillo, ministros y diputados de renombre como Fernández Villaverde, Romero Robledo, general Martínez Campo, etc. El suceso fue recogido en periódicos nacionales y periféricos como La Época, El Conservador, La Crónica, El Imparcial, El Liberal, La Democracia, Diario de Badajoz, La Reforma de Cáceres, El Cantón Extremeño, La Coalición y, oficialmente, en el Diario de Sesiones del Congreso de 22 de septiembre, y 15, 17,18 y 19 de octubre de 1881, que tengo en mi poder. Lo recojo en mi nuevo libro sobre mis últimas investigaciones sobre mi pueblo. Y el caso lo traigo aquí como ejemplo de lo que nunca más debería suceder.

El Distrito electoral de Mérida estaba formado por ocho Secciones: Mérida, Mirandilla, Montijo, Villar del Rey, Puebla de la Calzada, Alburquerque, San Vicente de Alcántara y Arroyo de San Serván. Se elegía un solo diputado para el Distrito, para el que se presentaban dos candidatos: Alonso Grajera Maza, de Zarza de Alange (Badajoz), que era el favorito por haber resultado elegido en la anterior legislatura de 1876-1880. Pertenecía al partido Conservador de Cánovas del Castillo. Y José Castro López, un general nacido en Sevilla, que había sido presentado por el partido Fusionista, cuyo líder y presidente del Gobierno era Mateo Sagasta. Se presentaba por primera vez y tenía escasas esperanzas al ser muy poco conocido.

Celebradas las elecciones el 21-08-1881, en Mirandilla resultó ganador, como se esperaba, Granjera Maza con 84 votos, y perdedor Castro López con 53. Y en el cómputo general del Distrito de Mérida también ganó el primero con 617 votos, perdiendo el segundo con 593. Pero algo debieron de sospechar los partidarios de Grajera Maza que, al finalizar las votaciones, solicitaron poder presenciar el recuento de votos en la Sección de Mirandilla, denegándoselo el alcalde que, además, puso en la puerta del Colegio electoral dos guardias municipales con estrictas órdenes de que no entrara absolutamente nadie en el Colegio electoral. Ante la prohibición del regidor, los peticionarios requirieron un notario del pueblo, también elector que había votado, que levantó acta de que se les impedía presenciar el escrutinio de los votos.

Finalizado el recuento, los partidarios de Grajera Maza solicitaron de la Mesa electoral que les fuera expedida copia del acta con los resultados obtenidos, informándoseles que la misma se estaba redactando en casa del alcalde. Ante su extrañeza, acudieron al domicilio del regidor que, efectivamente, se hallaba allí reunido con el secretario del Ayuntamiento y un interventor de su partido. Solicitaron copia del acta, argumentándoles que todavía no se había terminado de redactar; si bien, se les entregó una nota en la que constaba que el “Sr. Grajera Maza” había obtenido 84 votos, y el Sr. Castro López 53. Como supieron que el ganador era Grajera Maza, de su partido, pues se dieron por muy satisfechos y se las prometieron ya tan felices.

Después fueron llamados por el alcalde a su casa, donde el secretario del Ayuntamiento les leyó el acta de viva voz a todos los peticionarios de la copia y, al finalizarla, indicó a un interventor de la Mesa que había actuado en representación del “Sr. Grajera Maza”, que la firmara en su última página. La firmó sin leerla, que es tanto como firmar en “barbecho”, como siempre digo en estos casos; aunque poco cabía sospechar, dado que se les acababa de leer y antes también se le había entregado la nota informándoseles que el ganador había sido Grajera Maza. Omito citar nombres y apellidos de los componentes de la Mesa de Mirandilla, presidía por el mismo alcalde en calidad de responsable de la Sección, ya que existen todavía familiares lejanos en el pueblo a los que podría desagradarles ver aquí reflejados sus mismos apellidos, aunque los datos son públicos por el Diario de Sesiones.

Pero, ¡oh magia de la política!. Al retirarse y leer la copia del acta que se les acababa de entregar, uno de ellos se percató de que, en lugar de constar “Alonso” Grajera Maza como ganador, figuraba su hermano “José” Grajera Maza, que ni siquiera se había presentado a las elecciones. De inmediato volvieron a casa del alcalde para que fuera rectificada el acta; pero ya se les informó que dicho regidor se había sentido tan indispuesto que el pobre hombre se había tenido que retirar a descansar. En los días siguientes el alcalde desapareció del pueblo, informándose a los vecinos interesados que se había tenido que ausentar d por unos días.

Descubierta la trampa en la que habían caído, requirieron de nuevo al notario y, siguiendo sus indicaciones, se marcharon a Mérida junto con 77 electores de los 84 votos emitidos en favor del candidato Grajera Maza, que manifestaron que ellos votaron sólo a él. En el Distrito electoral emeritense formularon la correspondiente reclamación para que el acta fuera rectificada en el sentido sólo habían votado a “Alonso” Grajera Maza, pero nunca a su hermano “José” que ni siquiera conocían ni se había presentado como candidato. Pero se les informó que lo único que el Distrito podía hacer era elevar el acta firmada al Congreso de los Diputados tal como en Mérida se había recibido de Mirandilla, para que en el Congreso de Diputados en Madrid se resolviera el problema.

Sin embargo, en el Distrito la propuesta que salió para Madrid fue la de que fuera proclamado Diputado luego se supo que desde Mérida para Madrid salió la propuesta de entrega del acta de diputado a nombre del perdedor, “no electo”, Castro López, al haber declarado nulos los 84 votos obtenidos por Alonso Grajera Maza, por figurar a nombre de su hermano “José”. De esa forma, Castro López ya resultaba ganador. Esto último me hace sospechar que la trama habría sido urdida en Mérida en connivencia con el alcalde de Mirandilla.

El día de la entrega de credenciales de diputado para la posterior toma de posesión en el Congreso, ambos contrincantes comparecieron en Madrid a por su acta. Y ahí estalló ya el escándalo nacional. Los medios de comunicación rápidamente propagaron que en Mérida se había expedido el acta a quien había perdido las alecciones, y se había denegado a quien por votos la había ganado. Se desencadenaron sendos debates muy tensos en el Congreso, por parte de los diputados del partido Conservador al que Grajera Maza pertenecía, exigiendo que se esclareciera el asunto, se hiciera justicia, se depuraran presuntas responsabilidades penales de los autores de la supuesta falsedad documental y suplantación de candidato, y fuera proclamado diputado Grajera Maza. A tal efecto, presentaron dictámenes jurídicos, enmiendas parlamentarias y cuestiones incidentales.

Los diputados del partido Fusionista en el Gobierno, al que pertenecía Castro López, se opusieron radicalmente a que fuera rectificada el acta de Mirandilla, pretextando que la misma reflejaba la verdad “legal”, mientras que las pruebas aportadas por Grajera Maza no pasaban de ser meros indicios no constatados, según argumentaron los ministros de Fomento, Guerra y Gobernación. Por su parte, Grajera Maza insistió en la falsificación del acta. Pero el asunto ni siquiera mereció ser dirimido por la llamada Comisión de Actas “graves”, tal como correspondía hacerlo por la calificación de “graves” que en principio se había dado a los hechos, pasando luego a estudiarlos la Comisión de Actas “leves”, sin darle importancia al asunto, que el partido del Gobierno reputó como “irrelevantes”.

Sometida la enmienda principal presentada a votación en medio de tensa y tumultuosa sesión parlamentaria, entre cuyos votantes figuraban el Presidente del Gobierno, Mateo Sagasta y el jefe de la oposición Cánovas del Castillo, junto a otros prestigiosos y relevantes diputados, el resultado de la votación en el Congreso arrojó 49 votos a favor de la pretensión deducida por los conservadores, mientras que el partido del Gobierno obtuvo 108 diputados a su favor. Resultando de todo ello, que Alonso Granjera Maza se quedó sin su acta de diputado y, por el contrario, José Castro López fue definitivamente proclamado diputado del Congreso. Personalmente pienso que, si en lugar de utilizar la vía política para dirimir los hechos controvertidos, se hubiera hecho por vía judicial penal, el resultado probablemente hubiera sido muy distinto.

La nota más llamativa en todo este asunto la puso uno de los diputados miembro de la Comisión de Actas del Congreso, que al tener que estampar su firmar para la entrega del acta de diputado al perdedor “no electo”, José Castro López, muy afectado exclamó: “¡Dios me lo perdone!. Qué sacrificios exigen los deberes políticos. Hemos arrebatado el acta al diputado electo…!”. Pues he ahí una de las magias que entonces utilizaban aquellos viejos políticos. Magia de la política.

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