Comienza un nuevo curso escolar. Y con ello, reabrimos el espacio semanal de opinión de la Federación de Enseñanza de CCOO de Ceuta. Cada martes lectivo, y bajo el epígrafe de “La Pizarra” (el curso pasado lo llamábamos “Desde el aula”), la ciudadanía en general, y el profesorado en particular, tendrá la oportunidad de leer en “El Faro” un artículo relacionado con el mundo educativo y sus vicisitudes locales. Nuestra intención es contribuir desde la reflexión, el debate y la reivindicación permanente a mejorar el sistema educativo en todas sus facetas y dimensiones. El título elegido para este reinicio no es casual. “El maestro luchando, también está enseñando” fue un “grito de guerra” que se hizo muy popular en muchos lugares del mundo en los que el colectivo docente fue protagonista muy destacado de movimientos sociales en defensa de los valores democráticos y de los derechos humanos. Sintetiza la indisociable vinculación entre el aula y la calle, desde la que se genera ese espacio mágico y abstracto en el que los docentes debemos incardinar nuestra labor. En unos momentos difíciles como los actuales, en los que impera el egoísmo insolidario extremo como el valor predominante en la sociedad; los docentes tenemos que irrumpir con determinación y entusiasmo para mostrar con nuestro ejemplo que no todo está perdido. Es preciso que el profesorado recupere ese espíritu de lucha que parece extinguido, olvidado o postergado y que ha supuesto durante muchos años un instrumento de transformación social inigualable e indispensable. La acción colectiva es la única capaz de cambiar las cosas. La protesta individual (en redes o tertulias), el lamento en la intimidad o la indignación aislada; son expresiones estériles que a nada conducen y que solo sirven para enquistar los problemas, los agravios o las injusticias. Aprovechando el inicio del curso, queremos hacer un llamamiento al conjunto del profesorado ceutí para que entre todos obremos un cambio de actitud colectiva. Llevamos demasiado tiempo callados, desmovilizados, dóciles. Se diría que hemos caído en la resignación y el conformismo como si hubiéramos llegado a la conclusión de que nada se puede hacer. Porque los problemas que carcomen nuestro sistema educativo permanecer inalterados, o se agravan. Pero a veces da la impresión de que ya no nos sentimos concernidos por ello. Hemos perdido la sensibilidad. El fracaso escolar (como mejor corolario de la situación que padecemos) sigue siendo brutal. Por supuesto, el mayor de toda España. Pero esto que antes nos escandalizaba, ahora lo asumimos como algo normal (inevitable), como si obedeciera a causas naturales (“En Ceuta tenemos el poniente, el levante y el fracaso escolar”). No es así. El desmedido fracaso escolar es la consecuencia de una determinada política educativa aplicada durante años, que ha cristalizado en un sistema educativo plagado de carencias, desfases y deficiencias. El amplio inventario de calamidades no por conocido deja de ser menos insultante. La red de centros es notoriamente insuficiente y deficiente. Dos centros (Escuela Oficial de Idiomas y Escuela de Arte) carecen de edificio propio y están “de prestado” en otros emplazamientos; algunos (como el Centro de Educación Especial San Antonio) están sobresaturados; la mayoría carece de instalaciones y equipamientos adecuados (se han tenido que ir suprimiendo para habilitar aulas); otros son edificios antiquísimos con serios problemas estructurales. La ratio de alumnos por grupo (sobre todo en secundaria) está muy por encima de lo que se considera pedagógicamente óptimo. No existe quien diseñe una estrategia didáctica y metodológica específica para la Ciudad que contemple todos los instrumentos precisos para combatir el fracaso escolar y atender a la diversidad con garantías, de manera que solo se cumple “el mínimo legalmente exigido” en un ejercicio de indolente Inercia que tiende a perpetuar la precariedad. El cuerpo normativo que regula el funcionamiento de los centros está obsoleto o es directamente inexistente. Las plantillas de personal de administración y servicios (esenciales como en el caso de la educación especial) son irrisorias por no decir delictivas. El profesorado de Ceuta (y Melilla) sigue siendo el único en toda España que ve vulnerado impunemente su derecho fundamental a la negociación colectiva. Este hecho (mejor dicho, esta injusticia) es la que permite, por ejemplo, que las retribuciones de los docentes ceutíes sean un quince por ciento inferiores a las de la media aritmética de las comunidades autónomas, y esté a diez puntos de distancia de las más bajas de todas ellas. O que los docentes ceutíes (y melillenses) dispongan del peor cuadro de licencias y permisos de todo el país. Nada de esto es irreversible. Son decisiones políticas que se pueden cambiar. Pero la experiencia acumulada nos enseña que sólo la lucha colectiva organizada es capaz de promover cambios significativos. Esa debería ser la prioridad del profesorado ceutí para este curso. Tenemos que dejar a un lado nuestras diferencias y discrepancias (tan lógicas y legítimas como inútiles); superar el desánimo, la pereza y la desconfianza; y volver a creer en la lucha. El Ministerio tiene que sentir que somos mil quinientos combatientes ilusionados, unidos y dispuestos a dar la batalla para exigir una enseñanza digna y de calidad para nuestra Ciudad.