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Machado, otra calle en el olvido

No es la primera vez, ni será, desgraciadamente, la última que escriba de esta calle, y en el descuido que la tienen los políticos, aquellos que sólo la visitan cuando pordiosean el voto. Callejón antiguo, viejo, condenado a desaparecer, como ha sucedido con otros., por la codicia ladrillera de unos cuantos. Su final no está lejos.

A Machado se trasladó mi familia, desde Duarte, en los años 50. Por supuesto que ha tenido cambios. Ahora, aparece flanqueada por dos ‘rascacielos’, esos que están surgiendo sin el menor criterio estético. Se abre desde Real, a través de una empinada rampa, como las que construye la NASA para el lanzamiento de sus cohetes. Rampa sin alcantarillas (el subsuelo es un parking), de ahí que, si riegan o llueve, además de formarse peligrosas cataratas, se corra el peligro de caídas, que ya superan las del Rebellín. Además, quienes la suben o bajan, han de ir oliendo, y lo peor, sorteando, como en la gallinita coja, los mojoncitos y mojones de perros que a veces los llevan sin correa como en un canódromo y que jamás recogen sus excrementos en esas bolsitas que los supermercados chinos venden por un euro. Lo criticaba la ‘Pavana’ hace días: en este pueblo ya estamos tan acostumbrados a convivir con la mierda que hasta parece una de nuestras identidades.
Creo que fue Pemán quien piropeo a Ceuta, llamándola “tacita de plata”, halago que hoy se complementaría con “será de plata, pero de la que cagó la gata”.
Escalar la dichosa cuesta, donde antes existieron escalones es puro senderismo. Hasta el primer descansillo, subirla es maldición de los dioses para los que tenemos sobrepeso o padecemos de cardiovasculares. La llamo “El Gólgota”, en recuerdo a la que anduvo Cristo para morir. Y así nos sentimos, agónicos y sin oxígeno, al llegar a la cumbre. Es en este punto cuando sigo oyendo a aquellos niños que reunía la ‘miga’ Angustita en un cuchitril que después se convirtió en ‘Salón del Reino’ para los Testigos de Jehová. A Angustita, la aprendiza de maestra,  a su madre y a sus dos hermanas, cuentan que un pariente intentó envenenarlas, valiéndose de raticida que diluía  en líquidos para beber. Así lo explicaba la buena de Angustita: “Todo sabía a vermú de garrafa”.   Y cómo no recordar a aquella otra vecina. Siempre pegada a los visillos de su balcón, observándolo todo minuciosamente. De ella se decía que fue monja de un convento de clausura y que había colgado los hábitos ya en edad madurita. Todo esto podría explicar su mutismo y ese mirar como si estuviera descubriendo una realidad que le había estado prohibida. De seguro que en su vida de “esposa del Señor”, estaría encargada del torno, ese lugar en el cenobio cargado de misterio y de morbo, donde se oye el Ave María del saludo, para pasar a “¿Cuántas docenas de rosquillas quieren ustedes?”. Fue pariente de un alcalde muy popular, en esos tiempos que tanto gustan a mi amigo Paco Sánchez.
Estoy harto de repetirlo: este Machado nada tiene que ver con el escritor andaluz. ¡Ojalá si le hubiéramos dado  a una calle el nombre de un poeta y además, de izquierda!. Fue Arroyo quien mandó sustituir los viejos azulejos, cuando tuvo que agrandar los escaparates de su tienda de colchones, corriendo con los gastos del nuevo rótulo, sin que aún  el Ayuntamiento le haya restituido el coste de la obra. Supongo que en la Casa Grande consideraron que el gesto del empresario era de un espléndido y desinteresado mecenas.
Nuestro Machado puede que fuese un portugués (el apellido lo canta), del Algarve, que, al abandonar la milicia, decidiría quedarse aquí; comprar un terrenito; casarse con una caballa (lo han venido haciendo los alféreces y tenientes de la Academia, y en estos días, los soldados profesionales); se construiría una casa y la rodearía con un huerto. Hasta puede que la que hemos conocido como ‘Huerta de Bárbara’,  fuera un reducto de aquel pequeño edén con aquellos árboles asomándose por las tapias, y en Navidad, las flores de Pascuas, gigantescas, tiñendo de rojo el paredón. ¡Ay, que mala es la nostalgia!, siempre denuncia a los que no creemos en el futuro.
Machado, como una calleja, tiene un escaparate en que se ve desde Real; y dos trastiendas donde se esconden, por un lado, un reguero de chabolillas que alternan con esas ‘casas-mansiones’, las que surgen en las madrugadas y para las que los responsables de Urbanismo, mantienen el comportamiento del famoso trío de monos: no querer hablar, no querer oir y no querer ver. Por el otro, donde vivo, conduce a un pasaje que antes lo cerraba una cancela (costeada por los propios vecinos) y desaparecida misteriosamente. Es aquí donde habitan los olvidos del Ayuntamiento y de aquellas consejerías que tienen responsabilidades, como velar por la salubridad de la gente;  donde ratas y hasta serpientes y se pasean como Periquillo por su casa; donde la inexistencia de barandillas fomentan las roturas de caderas, piernas, tobillos, etc., entre los que mayor edad; donde los suelos quedaron sin asfaltar (como los de las fotografías), fangosas e intransitables cuando las lluvias las convierten no en charcos, sino en lagunas; donde es olvido eterno en el deporte de barrer y baldear por parte de las empresas contratadas (las suplen los propios vecinos); donde las alcantarillas o están cegadas o no existen, pues también se olvidaron de abrirlas cuando hicieron la chapuza de las conducciones de agua, provocando que los escalones se desmoronen. Se podría continuar. En fin, toda una tarjeta de visita de un lugar y de los que viven en él, en pleno centro ceutí, a quienes los unen el estar cansados, hartos y hasta los mismísimos de que se les ignore. Mas se acabó de soportar la resignación como respuesta y ya hemos decidido pasar al Nivel - 4 del CABREO.
Y como agosto es mes de casorios, y los ha habido hasta interculturales, pues que ¡Vivan los novios y sus invitados!.

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