El encendido del alumbrado extraordinario, con su millón y pico de puntos de luz y que se extiende por numerosas calles y plazas de la ciudad, viene a ser algo así como un gran anuncio de que se aproximan importantes días festivos. De aquí a un mes, llegarán la Nochebuena, el día de Navidad, la Nochevieja, el 1º de enero, día de Año Nuevo, que la Iglesia Católica dedica a Santa María, Madre de Dios, y, por último, la Epifanía, el Día de Reyes, conmemoración del momento en que los Magos de Oriente se postraron ante el Niño Jesús.
Durante mi infancia y mi primera juventud, estas fechas tenían un alto significado religioso, que han ido perdiendo con el paso de los años. El consumismo ha ido cercenando poco a poco esa raíz cristiana, y ya, en comparación, son pocos los que siguen manteniendo aquel espíritu. Sí, se felicita la Navidad y todavía se oye alguna vez aquella expresión de “Felices Pascuas”, aunque si preguntásemos a quienes así se expresan, no podrían explicar lo que realmente están diciendo, porque la única Pascua que celebra la Iglesia es la de “Resurrección”, también llamada “Pascua Florida”.
El alumbrado extraordinario, que comenzó a ponerse en los años 50 del siglo XX, ha evolucionado para convertirse, en gran parte, en una forma de atraer clientes a las tiendas. Prueba de ello suele ser esa queja anual comparativa de comercios situados en calles hasta las que no ha llegado esa especial iluminación. Este año, quizás atendiendo algunas de tales quejas, las luminarias navideñas han abarcado un mayor número de calles, pero todavía habrá protestas, aunque debería comprenderse la imposibilidad de llevar dicho alumbrado extraordinario a la totalidad de las calles en las que existe alguna tienda.
Lo cierto es que quienes asumimos el carácter religioso de las fiestas navideñas compartimos también –porque ello va unido a lo que conmemoramos- la alegría con la que otros celebran estas fechas, impregnadas siempre del espíritu de fraternidad que le imprimió la venida al mundo de Jesucristo.
Hace muchos años, en Ceuta era costumbre que, en las noches de las fiestas más señaladas de la Navidad, salieran a la calle coros compuestos por vecinos de distintas barriadas y de los añorados “patios”, entonando villancicos y otras canciones, casi siempre relacionadas con el nacimiento del Niño de Dios. Al mismo tiempo, espontáneos bastante cargados ya de vino hacían la guerra por su cuenta, tocando un bombo. Esa costumbre de los coros callejeros y de los bombos fue radicalmente prohibida por D. José María Góméz López, por aquel entonces Administrador General, cargo equivalente al de Delegado del Gobierno, quien movilizó a numerosos agentes de la entonces llamada Policía Armada (los conocidos como “Grises”) aguándoles la Nochebuena y la despedida del año, con la única finalidad de que acabaran con aquella tradición ceutí. Ahora, los coros participan en el concurso oficial que convoca la Ciudad, actuando en el Auditorio del Rebellín, pero se les ve poco por las calles.
Las Misas del Gallo, que se decían en todas las iglesias y capillas, rebosaban de fieles. Hoy, lamentablemente, ya no es así. Sí, acuden muchas personas, pero no llenan los templos como en aquellos años. Y hay iglesias en las que ni siquiera se dicen.
De cualquier modo, el encendido del alumbrado especial equivale a la ceremonia de apertura de las fiestas navideñas. Poco a poco, el espíritu de la Navidad irá invadiendo nuestras almas. Felicitaremos a nuestros amigos, y hasta recibimos algunos christmas. Pero nada de eso es lo que importa: estaremos conmemorando la llegada del Salvador a este mundo, hace ya más de dos milenios. Los cristianos hemos sufrido persecuciones inicuas, y lo peor es que todavía se acosa y se asesina a muchos de ellos.
Ahí tenemos a Asia Bibi, encarcelada en aislamiento durante muchos años para evitar que pudiese ser asesinada por otra reclusa, y que ha sido declarada inocente hace tan solo unos meses, aunque sigue escondida en un lugar secreto por miedo a que los más intransigentes traten de cumplir su terrible propósito de asesinarla. Una mujer ejemplo vivo de la verdadera fe, pues cuántas veces le propusieron que se convirtiera, contestó que prefería morir católica antes que adjurar de su religión.
Tengamos en estas fechas un especial recuerdo para todos los mártires recientes y para los cristianos que viven bajo la amenaza de ser asesinados por el único motivo de sus creencias, lo que no es impedimento para que disfrutemos en estas fechas del millón largo de luminarias que han llegado para iluminar nuestras principales calles, de los villancicos que dan realce a estos días y, también, del espíritu de confraternidad y afecto que nos unirá incluso con quienes no profesan el cristianismo.
Vaya, pues, un simbólico y temprano abrazo para todos los ceutíes y para cuántos, desde otros lugares, leen este periódico.