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Luisa, toda una vida junto a su hermana Ascensión y en Cruz Blanca

Ascensión despedía este pasado domingo a su hermana del alma, María Luisa Sierra Marín. Aunque no como le hubiese gustado. María Luisa fallecía este pasado sábado a sus 78 años, tras casi un mes “luchando como una jabata contra el coronavirus”. Ahora Ascensión, cuatro años mayor, se siente sola. Le falta su hermana pequeña. Prefiere retener la última imagen que tiene con su hermana. “Con la pandemia no he podido verla ni despedirla, pero me quedo con el recuerdo del día 12 de octubre celebrando la comunión de mi nieto. Estaba muy guapa y muy bien y pasamos un día estupendo toda la familia juntos y con eso me voy a quedar”, rememora.

Ambas nacieron en Ceuta y el pasado 9 de noviembre María Luisa celebraba su 78 cumpleaños, aunque ingresada en el clínico de Loma Colmenar. “Empezó a ponerse muy mala y a tener fiebres muy altas. Entonces, le hicieron la prueba y dio positivo, pero estaba en casa. Al ponerse peor, pues sus hijos la llevaron al hospital. Ingresó el 1 de noviembre y se ha tirado 20 días luchando como una jabata. Esto no nos lo esperábamos porque estaba en planta normal, ni UCI ni nada, y unos días estaba peor, pero otros estaba mejor. Además, estaba consciente y no había perdido la noción del tiempo ni nada. Sabía hasta los nombres de las enfermeras y las llamaba y todo. Todavía no me lo creo”, lamenta Ascensión.

Fue una gran mujer que ha estado junto a su marido e hijos durante toda su vida. Una persona luchadora, que así lo ha demostrado hasta el último momento, aunque no haya podido ganarle esta batalla al maldito COVID-19. En la madrugada del 20 al 21 a las 3:40 horas dejaba este mundo. “Se le encharcaron los pulmones y eso es lo que se la ha llevado porque otras patologías no tenía. Estaba perfectamente. Pero ahora me he quedado sola, ya no me quedan más hermanos y nadie en la familia nos lo esperábamos”, explica emocionada.

Hoy la familia Sierra Benítez está rota. El centro de su vida familiar, esa era María Luisa para ellos. Una mujer siempre dispuesta y disponible para todos y cuyos labios jamás pronunciaban un “no”. Ahora, sus tres hijos y dos nietos se sienten “huérfanos”. Pero ese sentimiento lo comparten también en la Fundación Cruz Blanca. Luisa, como la conocían la mayoría, dejó huella en mucha gente, no solo en su familia y eran muchos los que la querían y ahora echan de menos.

No le tocaba irse tan pronto. No merecía irse así. Sus hijos y su hermana jamás imaginaron que se iba a ir así y que no podrían despedirse de ella. Ahora se les hace difícil y extraño no verla. María Luisa hace cuatro años perdió a su marido, Roberto Benítez Guisado, un guardia civil con el que tuvo a sus tres hijos, vivían en las casas militares de Puertas del Campo.

Antes de casarse, “como no podía parar quieta”, estuvo trabajando en la Fábrica de Tabaco, trabajo que después dejó para ser ama de casa al casarse. “Antes estudiar era un privilegio, entonces estudió hasta la educación media y se puso a trabajar. Pero era más lista que el hambre, tenía una mente brillante y en memoria no había quien le ganara y a solidaria tampoco. Ha estado casi 30 años ayudando en Cruz Blanca. Tenía muchas virtudes, pero cosía y planchaba cuando lo necesitaban. Era muy solidaria, amiga de sus amigos y siempre estaba para todo el mundo y a cambio de nada. Todo lo hacía de corazón. Como la canción, si le decían ven, ella lo dejaba todo. No le importaba nada, la hora ni quien fuera por hacer un favor. Era muy creyente y muy buena. Llevaba más de 50 años arreglando y limpiando el nicho de una hija de unos amigos que ya no viven aquí. Era extraordinaria”, confiesa Ascensión con la voz entrecortada.

Una mujer dulce e inocente que siempre quería agradar a todos y generosa de corazón. Pero su recuerdo no se esfuma. La suerte de esta familia que ahora está rota ha sido poderla tener todos estos años. No han conocido mujer con más fuerza para luchar por la vida de los suyos y con la alegría que tenía siempre. Unas hermanas que eran uña y carne, aunque ahora Ascensión se siente más huérfana aún. “Como creyente espero que esté en un sitio bueno en el paraíso y que en el cielo brille con luz propia porque era una persona maravillosa. Dios habrá decidido que era su momento”, concluye.

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