Opinión

Entrevista Luis Oteyza-Abd el Krim en 1922 (II)

Trato de ordenar la dispersa y entremezclada entrevista Luis Oteyza-Hermanos Abd-el Krim. Finalizaba mi artículo sobre la entrevista mantenida el 1-8-1922 con el hermano pequeño de Abd-el Krim (Mohamed), declarando que el padre de Abd-el Krim había enviado a éste y a él mismo a estudiar a España para que conocieran las partes más sensibles en las que el Ejército español en el Protectorado podía ser atacado por el clan familiar, apoyado en las cabilas. Y continúa hoy declarando en contestación a las preguntas que el periodista Oteyza le formuló:

“Mi hermano -dice- ya mayor, abogado y sacerdote musulmán, marchó a Melilla. Mi padre, considerando que lo que se proponía había de conseguirlo con la ayuda de una nación europea, escogió a España, la más próxima y la de carácter más parecido al nuestro. Quería una unión con ella y preparaba la aceptación del protectorado, de un protectorado de verdad. Éste había de ser conservando a los rifeños sus usos, sus costumbres y sus leyes, y la ocupación militar, poniendo las fuerzas al servicio, a la orden de las autoridades indígenas. Esto esperaba mi padre; pero vio que era al contrario. Y vio que era, además, con arbitrariedades, con abusos, con atropellos. Protestó entonces ante los gobernantes de España y de Marruecos. La contestación fue decirle que se pusieran en manos de Jordana. Se negó y encarcelaron a mi hermano. Pacientemente esperó mi padre a que éste fuera liberado y pudiera retirarse de Melilla. Enseguida aguardó el fin del curso para que llegase yo a Alhucemas sin obstáculos en el camino. Y teniéndonos ya seguros, rompió todo trato con España.

Mi hermano tampoco quería ya nada más. Sin embargo, yo… al comenzar el nuevo curso, Ximénez, el director de la Residencia de Estudiantes, y Aguirre, del ministerio de Estado, me escribieron diciéndome que volviese, a lo cual respondí con largas cartas explicando lo ocurrido, pidiéndoles que se interesasen por la situación de Marruecos, y advirtiéndoles que si España seguía así habría una guerra, porque estaban muy excitados los ánimos; principalmente, en las cabilas sometidas. Acababa diciéndoles que se nombrase una persona civil inteligente que hiciera un viaje de inspección. No me contestaron. Y supe que se habían enviado copias de mis cartas a los Comandantes de Melilla y Tetuán, los cuales decían que había que escarmentarme por la falta de respeto. Ha callado un momento el joven Abd-el-Krim. Vacila… Al fin se decide a decirme: -No voy a ocultarte nada. Mi padre quería atacaros, y cuando operasteis sobre Tafersit salió con una harka; pero regresó enfermo, y al poco tiempo murió.

P: -¿Entonces tomó el mando el hermano de usted? -pregunto. R:-Sí; mi tío Abd-Salam, que es El Jatabi hoy, y yo, le apoyamos. Tuvo el mando supremo. Y decidió permanecer a la defensiva. Claro que preparando fuerzas, uniendo a las cabilas, previniendo, esto es, un ataque. P:-¿Y esperaban ustedes quietos?. R:-Quietos del todo. No hablamos siquiera a las cabilas sometidas. -Queríamos aún -añade Mahomed- ver si la paz era posible. P:-¿Hicieron ustedes gestiones para ello?. R:-Verá usted. Ocurrió la toma de Annual, ¿sabe cuándo?. Entonces se avisó a Silvestre por mediación de Got y de Idris (ya ve usted que atestiguo con vivos) de que allí había de detenerse. Supimos que quería tomar Quilates, y éste -señala a Pajarito- fue a verle y le dijo que no moviera un soldado. Que hablaríamos, porque deseábamos de veras que no estallase la guerra. Pero que si antes movía un soldado, pasaría algo irremediable.

-P:-¿Y fuiste tú -pregunto a Pajarito- a llevar ese recado?. R:-Sí, yo mismo. P: -¿Y no te tiró Silvestre por la ventana?. R: Pajarito dice riendo: -Faltó poco. Hace una pausa evocadora, y añade: -Me dijo que España tenía poder para ir donde le diera gana, sin mirar quién se ponía delante; que él estaba dispuesto a entrar en Beniurriaguel (cabila de los Abd-el Krim) aunque se opusieran todos los Abd-el-Krimnes del mundo, y que prefería llegar por la fuerza mejor que templando gaitas. Vuelve a hablar Mahomed: -Vuestros soldados salieron de Annual y tomaron Abarrán. Atacamos la posición apenas colocada, y la tomamos en el día. Los moros que estaban con vosotros se limitaron a huir. La orden de atacaros no era hasta después de tomar Annual. -Todavía mi hermano trató detener los acontecimientos. Por mediación del coronel Civantos mandó una carta a Silvestre. No tuvo contestación. P:-¿Y que decía esa carta?. R:-Lo mismo de siempre: que se detuvieran los soldados en Annual.


P: ¿Contestó Silvestre?. R: No lo he podido saber. Las respuestas que a esto me dan no son claras. -Mi hermano -dominando la confusión-, pasó a Temsaman y estableció su cuartel en Amezauro. Allí estuvo reuniéndonos a todos, y desde allí envió emisarios a las cabilas sometidas, avisándolas de que se acercaba tal vez el instante. Se preparó todo en un par de semanas. P:-¿Lo que se preparó fue el ataque a Igueriben?… R:-Sí, el ataque a Igueriben. Lo de atacar a Annual se decidió luego. Al ver lo quebrantadas que quedaron vuestras fuerzas, y, sobre todo, al enterarnos de que Silvestre estaba allí, decidimos cogerle.

Calla un instante. -Mi hermano dirigió el ataque, que duró cinco días. Cortamos el camino entre Annual y Sunma. Enseguida vino el intento de auxilio, y al rechazarse éste, la evacuación. P:-El decidirse a proceder sobre Annual, ¿se debió principalmente al deseo de coger a Silvestre? -inquiero. R:-¡Oh, claro! -me contesta Mahomed. P: -Según eso, ¿se le odiaba mucho? R: Es Pajarito quien responde: -No se le odiaba a él sólo. La culpa no la tenía toda él. Era su rivalidad con Berenguer la que le había vuelto loco. Ya lo sabíamos. Y también que le empujaban desde Madrid. Mahomed Abd-el-Krim interrumpe: -El querer cogerle era sólo para privar de él a sus tropas. P: -Murió, ¿verdad? –pregunto. R: -¡Claro!. Las cabilas se alzaron todas, como estaba convenido, al enterarse de la toma de Annual. Esto no sorprendió a los beniurriagueles. Pero sí les sorprendió la rapidez con que cayeron nuestras posiciones. Tanto no esperaban. No podían esperar que su victoria fuese tan pronta y tan absoluta.

P: Interrogo a Mahomed: -¿Qué pasó?. R: -Ya vio usted que no pasó nada -me responde-: que no se asaltó Melilla, aunque estuvo indefensa durante casi tres días. P: -¿Y esto lo sabían ustedes?. R: -Tan lo sabíamos, que tuvimos que trabajar mucho. Ben Siam, sobre todo. Nosotros no queríamos pasar de la línea del Kert, y establecer allí la frontera; pero al ver que las cabilas sometidas se excedían en acometividad y en furia, temimos que asaltasen Melilla. Hubiera sido horrible. La Humanidad entera se hubiese horrorizado ante un saqueo así, con los incendios, las violaciones y los asesinatos consiguientes. Mi hermano lo comprendió, y envió a éste con tres caides y seiscientos hombres para evitarlo. En el Gurugú estuvieron una semana protegiendo a Melilla; hasta que estableció Berenguer la línea defensiva. Calla Abd-el-Krim. Yo también callo. ¿Dicen verdad?…, ¿Es “fantasía”, según ellos califican?… Me notan en el rostro la duda.

R: -No cuente usted eso si no quiere -me dice-. Yo lo he relatado porque éstos me lo han pedido, y por contestar a la pregunta de usted. Además -añade–, no tiene ningún mérito. Aspirábamos ya, como aspiramos ahora, a que se nos considere un pueblo digno y no una tribu de salvajes. Por eso quisimos evitar ese acto, que se consideraría feroz en todo el mundo. Aprovecho la coyuntura que tan abiertamente se me brinda para ir a asunto más delicado: P:-Ha habido, sin embargo, actos de verdadera ferocidad -digo-; ¿no me lo negará usted?. R:-¿Y en qué guerra no los hubo? -me replica-. Las naciones más cultas de la culta Europa han luchado recientemente, y ya se vio –añade. -De todos modos … -empiezo a decir. -De todos modos -me interrumpe-, considere usted, consideren ustedes todos los españoles, dónde han sucedido las cosas reprobables. Los beniurriagueles no hemos intervenido en ellas. Hemos matado luchando cara a cara, y nada más. Nuestros prisioneros los guardamos, y hasta arrebatamos prisioneros a otras cabilas para salvarles la vida.

-Sí -insisto-; pero otras cabilas…-Esas otras cabilas son las que habían civilizado ustedes. Y hasta podríamos disculparlas diciendo que ejercían represalias. -No hablemos de eso. -Como usted quiera. Se ha roto la conversación. Empezó siendo una plática amistosa, y había llegado a adquirir tonos de polémica. Rompe, al fin, Mahomed el silencio, diciéndome con exquisita cortesía: -No hay que disgustarse pensando en lo pasado. Lo pasado pasó. Y el porvenir, que ha de llegar, puede ser más dichoso. Sobre esto hablaremos mañana mientras almorzamos, porque almorzaremos juntos. Agradezco la invitación con las palabras de ritual, y nos despedimos. El almuerzo que en nuestro obsequio dispuso Mahomed Abd-el-Krim ha tenido honores de banquete oficial. Hasta el café, el riquísimo café moro, más aromático que otro ninguno y espeso como chocolate, nos ha sido servido por un negro, con arreglo a la moda de los Palaces ultra chic.

P: ¿Estamos en la capital de una nación civilizada? De ello trata de convencemos nuestro anfitrión. R: -El Rif ha sido constituido en República -me explica-, de la que mi hermano ocupa la presidencia por voto unánime de los jefes de las treinta y una cabilas que la integran. P: -¿Y cuáles son sus atribuciones? -pregunto. R:-Hasta ahora -me responde Mahomed-, un poder absoluto y exclusivo. Viendo que sonrío, ataja mi pensamiento irónico sobre lo republicano del sistema diciendo: -Al principio no podía ser de otra forma. ¡Compréndalo usted! En un levantamiento militar, sólo la dictadura guerrera del caudillo puede asumir los poderes. Por ello mi hermano es, además, su propio ministro de la Guerra. P:-Hay un Consejo de ministros, pues. R: -Sí -responde vacilando-; aunque, verá usted, ninguno tenemos ministerio concreto. P: -Ha dicho usted tenemos… ¿Es usted ministro?. R: El joven Mahomed, con la petulancia de sus veinticinco años, se engríe un poco. -Lo soy, claro. Pero enseguida añade con simpática llaneza: -Voy a explicarle a usted.

El joven ministro habla: -Hasta el presente, los ministros constituimos una junta que, bajo la presidencia de mi hermano, se reúne y acuerda lo que se ha de hacer. Generalmente, mi hermano designa al que le place para que realice cada gestión. Uno cualquiera, el que mejor puede llevar a cabo el asunto. Y sin especialización determinada. P: -No entiendo eso -interrumpo. R: -Pues es bien sencillo. Vea usted… Nos aprovecha a todos para todo. Yo, por ejemplo, que poseo varios idiomas y tengo relaciones en diversos países, suelo llevar los asuntos de lo que ustedes llaman ministerio de Estado; pero si hace falta organizar una tribu y está ocupado mi tío Abd-Salam, que es quien suele encargarse de los asuntos del Interior, voy, y la organizo. P: También en Guerra actúa usted -indico-, pues usted nos dio el golpe de Magán. R: -En Guerra actuamos todos. Y como soldados rasos. Yo llevo siempre fusil; y todos iguales. Nos batimos para dar el ejemplo. En el asalto al Peñón de Gomara, crucé la Isleta y entré en el cuartel. Matamos gente; pero nos mataron también mucha. Yo tuve suerte en no ser de éstos, pues hasta bayonetazos hube de parar.

Calla un momento, recordando el apretado trance. -Pero no voy a contarle mis hazañas bélicas -dice al fin-. Pregunte usted sobre cosas más interesantes. P: -¿Quiénes forman con usted y con su tío el Ministerio?. R: -Mohamedi Chenus, que es el encargado de la Justicia. Y otros más… Azarkan y El Maal-lem, también. Y otros, ¿sabe usted?…P: -¿Qué otras autoridades hay? -pregunto. R: -Las de los jefes de las cabilas. Algo así como gobernadores. Estos dependen del poder director. Luego hay los cadis, jueces, y caídes, capitanes, dependientes de los jefes.

(Continuará el próximo lunes)

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