Opinión

Entrevista Luis Oteyza-Abd-el Krim en 1922 (III)

Finalizaba mi artículo anterior sobre la entrevista Luis Oteyza-Muhammad Abd-el Krim, explicando su hermano Mohamed cómo estaba formado el Ministerio de Justicia. Añadiendo: De los primeros tiene cada cabila los hombres que necesita, uno por poblado importante, y de los segundos hay uno al mando de cada doscientos guerreros…Pronto habrá Cámara de Diputados, escogidos por cada cabila y en número proporcionado al de habitantes.

P: ¿Hasta eso?. R: Hasta eso, y más. Ya lo verá usted. Juzgo llegado el momento de discutir en serio. Y le hablo al alma, más aún, le hablo a la inteligencia. P: Formalmente, Mahomed, dígame si cree usted, que conoce las naciones constituidas, en la posibilidad de que el Rif llegue a serlo. Una nación verdadera, ¿eh?. Una nación donde estén garantizadas la hacienda y la vida, no sólo de los propios, sino también de los extraños. R: Y hasta de los enemigos -responde-. Y eso no es que pueda llegar a ocurrir; es que ocurre ya. Usted tiene la prueba. -Sí, usted la tiene. Lleva usted tres días en Aydir paseando libremente por todas partes, con sus ropas y con sus maneras, que revelan su condición de español… ¡Y no le ha seguido un chiquillo, no le ha gritado una mujer, no ha dejado de saludarle un hombre!

P: Señor De Oteyza, dígame usted si cree que ocurriría eso en Madrid con un beniurriaguel. R: No he levantado siquiera la vista para que no vean en mis ojos la contestación, que no quiero dar. Dibujo en mi carnet. Mahomed se inclina sobre mi hombro y ve que estoy pintando una paloma con un ramo de oliva en el pico. Me habla en tono afectuoso: -La paz y la amistad… Con ellas alcanzaría España todos los beneficios que en el Rif pueden lograrse. Los alcanzaría sin pérdida alguna…P: ¿En qué condiciones? -pregunto-. R: La independencia absoluta desde el Kert hasta Tetuán. -¿Con nuestro Protectorado?.

R: No; el Protectorado, que un día creímos aceptable, hoy sabemos que no lo es. Ni una posición ni un soldado. P: Entonces…R: Una unión de intereses, en cambio, de modo que España quedase en nuestro territorio mejor que ninguna otra nación. Es el pueblo que más estimamos, pues sabemos que sus ideas y sus sentimientos son análogos a los nuestros. Os daríamos puntos de mercado y la preferencia para explotar las riquezas del país. Como hermanos os tendríamos entre nosotros. El Rif no ha combatido a los españoles, sino al partido imperialista que quiso avasallarle. A los trabajadores, a los comerciantes, no es que los rechacemos, ¡es que les pedimos que vengan!. P: Pero reconocer vuestra independencia sería inútil. Otras naciones intervendrían…R: ¡Que lo hagan! Con quien sea lucharemos hasta el exterminio… ¡Con quien sea! El Rif ha vivido siempre independiente, sin reconocer dominación ninguna. Y así sigue, y así seguirá. P: Usted conoce, Mahomed, los verdaderos poderíos…

R: Usted ha visto el nuestro. Aquí todo hombre es un soldado, y un soldado al que no hay que pagar ni mantener. Las defensas naturales de nuestras montañas están reforzadas. Hay cuarenta cañones emplazados sobre la bahía, y en la playa, doble línea de trincheras. Podrán aplastarnos; pero la mano que lo haga se desgarrará la carne y se romperá los huesos. -Sin embargo, los aplastados seríais vosotros -digo, sin poder dominarme, en un atávico sentimiento de orgullo racial. Mahomed pone su mano sobre mi brazo, y dice pausadamente: No hablemos de guerra, que es de paz de lo que interesa que hablemos. Y sigue diciendo: Si reconociese España nuestra independencia, llegaríamos hasta a una alianza con ella, y no tendría amigos más fieles ni más abnegados que nosotros. He encendido un cigarro para calmar mi nerviosidad. Fumo un instante en silencio. Al fin me recobro enteramente.

Lo primero que ha de hacerse -digo a Mahomed- es el rescate de los cautivos. R: No están ya en España -me responde- porque no han querido vuestros gobernantes. -No diga usted eso, Mahomed -le advierto-; eso no es creíble. Oiga usted y juzgue -me contesta…- A poco del desastre, estorbándonos los prisioneros, que habíamos hecho, más que nada, para evitar que fuesen muertos, comenzamos a devolver algunos. El Maal-lem entregó catorce que estaban enfermos, además de una mujer, en la plaza de Alhucemas. Y, naturalmente, solicitó que se le pagasen los gastos que por ellos había hecho. No le pagaron ni una peseta. Puede usted preguntar al interesado. En esto -continúa- comenzó a caer prisionera gente nuestra, y la reclamamos ofreciendo el canje. Ni se nos contestó.


P: Pero ha habido negociaciones -digo. R: Sí -me responde-; al cabo, Berenguer envió a Idris Ben Said, y se convinieron las condiciones: la libertad de todos los rifeños presos, y cuatro millones de pesetas. Pero la gestión se rompió. R: Parece que, no habiéndose ultimado cuando el viaje que hizo el Sr. La Cierva con los directores de los periódicos, ya no se quiso seguir. Y pasó el tiempo sin que nada más se hiciese. Después –continúa– vino lo de Almeida. Este señor, que estuvo en la plaza de Alhucemas, inició otra negociación. Le pedimos que lo primero de todo pusiera en libertad a los beniurriagueles pacíficos que están presos. Son éstos de diez a quince. Y se les prendió cuando el desastre, sólo por ser de Beniurriaguel. Tres de ellos estaban en Melilla estudiando en la Escuela Indígena, otro tenía una tienda en el Malecón, y algunos eran viajeros que volvían de Argelia. El Sr. Almeida respondió que nos daba cuarenta y ocho horas para ponernos al habla con él, y que si nos negábamos nos pesaría. A las cuarenta y ocho horas se fue, y no nos ha pesado.

P: ¿No ha habido más?. R: Casi no… El padre Revilla se entrevistó con mi hermano en Beni-Ulicheck, y éste le dijo que no había dificultad en el rescate; que viniera alguien con facultades bastantes y se haría. Revilla, que no quiso ni venir a Aydir a ver los prisioneros, se fue y no volvió. P: ¿Y así estamos?. R: No. Últimamente mi hermano tuvo una carta escrita en Tánger por el marqués de Cabra, a quien recomienda Mohamed Ben Sadik El Hach, pidiendo entrar en tratos. Le contesté que viniera, y esperándole estamos. Y Mahomed termina: Pues bien: si viene él, o si viene otro, se llegará a un acuerdo. No hay dificultad ninguna por nuestra parte. Puede usted afirmarlo. Lo haré. Insistiendo en que si no están libres los prisioneros es porque no viene nadie a tratar de verdad el asunto. -Lo haré -repito. Y hecho queda. (Fin de la entrevista con Mohamed, el hermano pequeño).

Día 2-08-1922. Comienza la principal entrevista mantenida entre el periodista extremeño Oteyza y Muammad Abd-el Krim, como Presidente de la República del Rif, va a tener lugar a continuación. Amogar Ben Haddu, jefe de la guardia personal de Abd-el-Krim, ha aparecido en la puerta, que custodian dos centinelas con el fusil terciado. Una seña se cambia entre él y Pajarito, quien nos dice: Pasad. Cruzamos entre los centinelas que no nos saludan por no cambiar de posición el arma, y penetramos en una habitación grande donde detrás de una mesa, de pie y apoyado ligeramente en el brazo de un sillón, hay un rifeño cuyo parecido con Mohamed Abd-el-Krim (hermano pequeño) nos revela quién es. Estamos en presencia del presidente de la República del Rif. Mientras éste nos indica con un ademán que ocupemos tres butacas puestas en fila ante la mesa y a unos cuatro metros de distancia de ella, examinamos el recinto y sus ocupantes. No hay más muebles que los citados y ningún otro accesorio, salvo un gran tapiz rojo y blanco que cubre en parte el suelo de ladrillo. Nada en los muros encalados, y ni un farol siquiera pendiente del techo de vías cruzadas.

A más de Abd-el-Krim y de nosotros hay otros seis hombres: cuatro soldados en línea a la derecha, con los fusiles terciados, como los centinelas del exterior; Pajarito, que se apoya indolente en la puerta de entrada, y Amogar, colocado rígido tras de su señor, con el puño puesto en la funda de la pistola. Abd-el-Krim recita pausadamente las rituales preguntas de la cortesía musulmana. Si estamos bien de salud, si nuestras familias gozan de igual beneficio, si nos ha cansado el viaje, etc., etc. Después se detiene en una pausa larga, que al cabo rompe súbito, diciéndome: Habla tú. Yo, empleando el tuteo también, le digo: Sidi, aunque sé lo absolutamente conforme que en ideas y en sentimientos está contigo tu hermano, y por más que de esto mismo que voy a preguntarte he hablado con él largamente, quiero para los lectores de La Libertad las respuestas de tu boca. En España ignoran la absoluta identificación que existe entre tu hermano y tú, y creerán más lo que tú digas que lo que otro diga por ti. Así, te ruego me digas si tú, representante indiscutible del pueblo rifeño, haces la guerra por tu voluntad.

-Nosotros no queremos la guerra -dice Abd-el-Krim-, pero estamos dispuestos a defender nuestro honor, es decir, nuestra independencia, porque yo juzgo, y todos los míos lo creen así, que la independencia es el honor de los pueblos, mientras sea preciso. Abd-el-Krim habla lentamente, dictándome, al ver que yo escribo. Le he dado con un gesto las gracias, y él me ha saludado sonriente. Luego me dijo Pajarito, hablando del carácter de su jefe, que no le había visto sonreír desde hacía mucho tiempo. P: Entonces, Sidi -pregunté insinuante-, ¿estás dispuesto a aceptar la paz y la amistad con España?. R: Siempre que no haya cosa que se relacione con ningún lazo de yugo. P: Pero el protectorado no es una dominación, y… R: No -responde rápido-, de ninguna manera. El protectorado es un nombre que se ha dado al modo de avasallar nuestros derechos. En tu Gobierno no tiene la palabra otro sentido. P: ¿Así, pues, no queréis más que la independencia?. R: Nada más.

P: ¿Es decir, que sólo por vuestro deseo de independencia lucháis con nosotros, y que no tenéis otro motivo para hacernos la guerra?. R: Quisiéramos que no hubiese guerra -responde, sin contestar directamente a mi pregunta. Y como volviendo a ella, añade: El Rif no odia al pueblo español, y no le hubiese odiado nunca si no fuera por la invasión militar. Hubo odio, porque el Rif vio en el militar al español; pero ya comprende que no es así. Ahí está la cosa. P: Según eso, como me ha dicho Mahomed, si se hiciese la paz darías a España el trato de nación más favorecida. R: Sí, está bien. En estas palabras de Abd-el-Krim, y, sobre todo, en el tono que las ha pronunciado, hay una indiferencia desdeñosa de la que me propongo sacarle. “Ahora vas a ver”, pienso. Y de pronto le digo: P: Y en ti, personalmente en ti, ¿no hay nada contra los españoles?.

En el brillo de sus ojos noto que he logrado inquietarlo. Pero no ha pestañeado siquiera ni ha hecho el menor ademán. Y sin cambiar el tono de voz me contesta: R: Personalmente yo, nada. No hay nada más que esto: que los militares que están encargados de gobernar no son capaces de hacerlo y abusan mucho de la dignidad. Nos hemos convencido, y no hemos podido admitir esto. Entonces decido irme a fondo: ¿Y particularmente con Silvestre?. R: La parada es limpia y completa: A Silvestre le conocí en Melilla hace muchos años, cuando no era más que comandante, y fue muy amigo mío. Luego no es verdad -insisto secundando el golpe- eso que cuentan de que tú abandonaste Melilla porque Silvestre te abofeteó. Pausadamente mueve Abd-el-Krim la cabeza, y con más calma aún que antes dice: Cuando yo me vine de Melilla, no estaba Silvestre. Estaba Aizpuru. Y tampoco he tenido nunca queja de Aizpuru -termina. (Continuará el próximo lunes).

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