Categorías: Opinión

Luces de carnaval

De nuevo la misma pregunta. ¿Cuándo separaremos el Carnaval de la Cuaresma? Se dirá que son otros tiempos, que no estamos ya en el nacionalcatolicismo. No es eso, no. Es cuestión, simplemente, de tradición, de ajuste de fechas, de sentimientos y pareceres.
El Carnaval ceutí ansía volver por sus pasos. Sin entrar en mayores profundidades, me remito a su manifestación más popular: la Cabalgata. Si su recorrido hubiera sido el de principios de los ochenta, a buen seguro que la cabeza se habría juntado con la cola, como entonces. Qué explosión de júbilo, buen gusto, colorido, ingenio, alegría y participación. ¿Habrá más gente dentro del desfile que en las aceras?, me preguntaba.
No es fácil coordinar a unas 4.000 personas. Festejos puso los medios y lo consiguió esta vez. La Cabalgata marcó diferencias respecto a sus antecesoras. Un gran acierto las vallas. Posibilitaron un orden que se echaba en falta. Hubo agilidad en el recorrido, evitando aquellas desesperantes lagunas, cuando el desfile se fragmentaba en varios tramos haciéndolo interminable. En una hora la cabeza había alcanzado ya la plaza de la Constitución. Y qué frescos, dentro de lo que cabía, bajaban hacia dicha plaza todavía los participantes, sin las desbandadas de otras ocasiones.
Así me lo pareció desde mi privilegiada ubicación en dicho lugar. Allí coincidí con varias familias musulmanas que, entusiasmadas, disfrutaban a rienda suelta con el magnífico cortejo. Tetuaníes dos de ellas, plasmaban en sus cámaras todo tipo de instantáneas sin perder detalle. Casualmente habían venido a pasar el fin de semana en nuestra ciudad y se encontraron con la grata sorpresa.
- Esto es precioso. Es para vivirlo. ¿Cómo no se les ha ocurrido a ustedes promocionarlo en Marruecos? – me decían -.
Fiesta intercultural el Carnaval, sí. Quede ahí el detalle para quien se resista a reconocerlo. Bienvenido sea todo aquello que pueda unirnos a los ceutíes y a quienes, desde el vecino país, vengan a visitarnos y a gozar de cuanto aquí podamos ofrecerles.
Concluida la cabalgata me encontré con mis buenos amigos Pepe Sillero y Emilio Lamorena, concejal de festejos este último en la edad de oro de nuestras carnestolendas. Elogiaba Pepe lo de las vallas, y Emilio, como ex-concejal del asunto, sondeaba mi opinión sobre cuanto habíamos visto.
- ¿Y qué crees tú, Ricardo, que le ha faltado a este brillante desfile?
- Si te hablo con el corazón, una persona, mi querido Rafael, ‘El Vargas’, quien, además, estuvo precisamente aquí, cuando el concurso de agrupaciones. ¿Te lo imaginas en la Cabalgata en su silla de ruedas? ¡Qué gran y merecido homenaje popular podría recibir así quien tanto hizo por esta fiesta!
- Estoy contigo, sí. Pero, en el plano organizativo, ¿no crees que sería ideal colocar un hilo musical carnavalesco cubriendo el recorrido, armonizando de esta manera mejor el desfile y el ambiente?
Mientras seguíamos cambiando impresiones, el Rebellín, concluida ya la Cabalgata, todavía era un hervidero de gente. Y por ahí volvió a ponerme el dedo en la llaga Emilio con la complicidad de Sillero.
- ¿Y ahora a donde se van todas esas personas?
- Pues a desperdigarse por bares, pubs, fiestas o, simplemente, a casa.
- Y en una gran carpa, ¿no crees que podrían recuperarse aquellas concentraciones carnavalescas, evitando así que se pierda este extraordinario ambiente de calle que hay ahora mismo?
Con esa idea en la mente subí hasta la plaza del Auditorio. ¿Y por qué no aquí, en este suelo sobre el que se asentó el templo del Carnaval?
-¿Aquí, dices?, me preguntó en el lugar alguien conocedor del complejo. Aquí no se puede colocar ni un clavo, no vayas por ahí.
Y Carracao con su guinda. “Si para sanear cuentas hay que quitar Carnavales y Feria, que se quiten”. Ahí quedó eso. Otra de las suyas, como aquella de convertir el Príncipe en un reclamo turístico. Con ocurrencias como ésta flaco favor le haces a tu partido.
Si acabásemos con las pocas diversiones que tiene este pueblo, como estas celebraciones en las que la ciudad se transfigura volcándose de alegría en la calle, y más aún en estos tiempos de pesimismo, incertidumbres y sacrificio, apaga y vámonos. Vaya, que habría que irse a Algeciras para disfrutar de la feria y el carnaval. Quienes pudieran permitírselo, claro. Con las tradiciones de este pueblo no se juega, estimado José Antonio. Que te quede claro.

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