Los T.N.T.

Quien haya cumplido más de 50 años creerá que con T. N. T. estoy haciendo alusión a aquel conjunto de los años 60 y 70 formado por tres hermanos italianos cuyos padres emigraron a Uruguay y allí se formaron artísticamente, y que nos representó en 1964 en el Festival de Eurovisión. No. Tampoco me refiero al trinitrotolueno (TNT), componente químico explosivo. Las siglas T. N. T. en este caso se refieren a los Tontos de las Nuevas Tecnologías. Si el amable lector pasa por ser una persona observadora sabrá a qué me refiero. Me refiero a esas personas que sufren un embotamiento, reflexivo y personal, debido a un uso y abuso de las nuevas tecnologías. Sí, me estoy refiriendo a ése o ésa que cruza la calzada, no ya por donde debe, sino por donde no debe, pero abstraído y ensimismado en una conversación telefónica, o, incluso, operando desde su teléfono móvil. Ése o ésa que compulsivamente mira  a cada instante el teléfono. Estoy aludiendo también a esas personas que en un grupo, en vez de atender a la conversación, están manipulando el teléfono como si le fuera la vida en ello. Aparte de demostrar una notable falta de delicadeza y de pudor hacia el resto de los presentes, esos T.N.T. no se dan cuenta de que, inconscientemente, están cayendo en una adicción tan castrante y dependiente como pudiera ser cualquier sustancia, alcohol o tabaco, por ejemplo. O ese ciudadano que conduce al mismo tiempo que manipula el móvil, o aquellos otros que mientras esperan a la puerta de un centro docente a que salga el hijo se entretienen en operar en el teléfono. Cuando los he visto, a estos últimos, me he preguntado por qué no echan un vistazo a la prensa o a un libro, libro que podría esperar su turno en la guantera del vehículo. El colmo de la adición es esa madre que al tiempo que empuja el carrito de su bebé va abstraída manipulando el teléfono móvil. El colmo, oiga. En fin, no es preciso que siga con los ejemplos, pues es un lugar común hoy día el abuso que se hace de las nuevas tecnologías.
Las citadas nuevas tecnologías han asestado un golpe, acaso no de muerte, pero sí de consecuencias imprevisibles, o no tan imprevisibles, a la transmisión del saber por medio de la palabra. Hoy día cuando la palabra no encuentra apoyo en el power point ni en ningún otro artilugio de las nuevas tecnologías pierde su carácter seductor. Es duro escribir tal cosa cuando hasta la invención por Gutenberg de la imprenta de tipos móviles moderna, hacia 1450, la palabra era el vehículo fundamental para la transmisión del conocimiento. Después de su invención, la palabra fue compartiendo su lugar primigenio, a lo largo de más cinco siglos, con los libros, cada vez mejor impresos y coloreados. Pero en modo alguno la palabra se vio relegada al desván de los recuerdos y de los trastos inservibles, tal y como parece que sucede en estos días.
Perorar sobre la sobrevaloración de la técnica en estos días es tanto como dedicarle tiempo al azul del cielo. El papel de las nuevas tecnologías es de una relevancia tan extraordinaria no sólo en el campo de la sociología del conocimiento, sino en la educación, cualquiera que sea su nivel, incluso en el mal uso del lenguaje, en la “descalificación de la vida intelectual entendida como crítica e innovación”, que bien podríamos hablar ya de una “nueva mentalidad”, tal y como señala el profesor Jordi Llovet. El mismo Llovet nos llama la atención manifestando que el problema que acarrea el uso cada día más extenso e ineficaz y más divulgado de las nuevas tecnologías en el ámbito de la educación no reside tanto en los contenidos que se pueden vehicular a través de dichos medios, cuanto en los hábitos de conocimiento de las personas que manipulan tales artefactos. Es tal el poder que han adquirido las nuevas tecnologías que, siguiendo a Jordi Llovet, toda vindicación de una enseñanza basada en el arte de la palabra, en la elocuencia y en la inteligencia de los profesores y alumnos, ha terminado por parecer una impertinencia, algo no adecuado a la educación. Ante estas palabras del catedrático de Teoría de la Literatura y de Literatura Comparada lo único preciso es guardar silencio. Y meditar. Asimismo, el juez de Menores, Emilio Calatayud, hizo unas declaraciones a El País en las que manifiesta que las nuevas tecnologías son una oportunidad, pero también un riesgo. Son sus palabras: “Es una vergüenza que el regalo estrella en las comuniones sea un móvil para criaturas de 10 u 11 años. Es un problema como los ordenadores”. No hace falta aclarar cuáles son los riesgos a los que se refiere el juez.
A este respecto, resulta más increíble aún que las nuevas tecnologías hayan llegado hasta la ¡poesía! He aquí el poema titulado Benditos los ignotos, de Juan Antonio González Iglesias, Profesor de Filología Clásica e Indoeuropea en la Universidad de Salamanca: Benditos los ignotos, / los que no tienen página / en Internet, perfil / que los retrate en facebook, / ni artículo que hable / de ellos en Wikipedia. / Los que no tienen blog. / Ni siquiera correo / electrónico, todo / les llega, si les llega, / con un ritmo más lento. / Tienen pocos amigos. / No exponen sus instantes. / No desgastan las cosas / ni el lenguaje. Network / para ellos es malla / que detiene la plata de los peces. / Benditos los que viven / como cuando nacieron / y pasan la mañana oyendo el olmo / que creció junto al río / sin que nadie / lo plantara. / Benditos los ignotos / los que tienen / todavía / intimidad. (Para los distraídos: “ignoto” es sinónimo de “no conocido ni descubierto”).