Todas las profesiones que se precien han desarrollado su particular código deontológico. Los médicos, por ejemplo, mantienen la tradición del juramento hipocrático que les obliga a velar por la vida como bien supremo, aunque ya se sabe que del dicho al hecho hay mucho trecho. Otro gremio como el de los historiadores, cuenta con su particular ethos profesional, identificable en las célebres palabras de Cicerón: “¿Quién ignora que la primera ley de la historia es que el historiador debe atreverse a decir sólo la verdad?¿Y que la segunda es que debe tener el valor de decir toda la verdad?¿Y que no deberían quedar sospechas de parcialidad en su obra?. Siguiendo estas ideas, el historiador Fernández Armesto, en su obra “Historia de la verdad y una guía para perplejos”(Editorial Herder, 1999), declara que “la historia sin objetividad es más difícil de asumir porque los historiadores no tienen otra justificación para lo que hacen”. En este mismo trabajo nos advierte respecto a un nuevo peligro, más sutil y corrosivo que se cierne en torno a la verdad: “los mentirosos no tendrán nada que demostrar-y los defensores de la verdad no tendrán nada que exigirles-si la importante distinción entre verdad y falsedad es abandonada como una insignificante curiosidad de un pasado pedante”.
Los ciudadanos tendríamos que exigir lo cierto y denunciar lo falso, sobre todo cuando la mentira y la tergiversación de la realidad provienen del poder político. Según la Real Academia de la Lengua Española, el verbo tergiversar se define como “dar una interpretación forzada o errónea a palabras o acontecimientos”. Y esto es precisamente en lo que ha incurrido el Gobierno de la Ciudad en el escrito justificativo de la propuesta para la constitución de la Fundación Ceuta Crisol Cultural 2015, cuyo objeto declarado es la conmemoración del VI centenario de la conquista portuguesa de Ceuta. Decir, como se dice en este documento, que “con la llegada de Portugal comienza la convivencia de dos pujantes culturas: Islam y Cristiandad, que marcarán nuestra actual idiosincrasia” es una absoluta tergiversación de la historia, por ser suave en el calificativo. La verdad se encuentra en el polo opuesto. Este acontecimiento histórico, inicia una etapa de conflicto entre Ceuta y los reinos fronterizos, -alcanzando su momento álgido en el cerco de Muley Ismail (1694-1727)-, que no se aminora hasta el fin de la Guerra de África en 1860.
Durante los más de cuatrocientos años que separan la conquista lusitana de Ceuta en 1415 y el fin de la Guerra de la África, no fue permitida la permanencia de musulmanes marroquíes en nuestra ciudad. Así, resulta difícil hablar de convivencia entre Islam y Cristiandad, cuando la presencia lusitana en Ceuta inició una etapa de continuo conflicto con nuestros vecinos musulmanes y estableció una presencia testimonial de musulmanes en nuestro territorio. Prueba de esta última afirmación es que a principios del siglo XX, de los 13.269 habitantes que tenía Ceuta, los musulmanes eran tan sólo 250 (Alarcón Caballero, 2009), alcanzando la cifra de 2.717 personas en 1935, en el contexto de un impresionante crecimiento demográfico (Gordillo Osuna, 1972). En apenas un lustro la cifra de musulmanes se duplica, principalmente motivado por una importante inmigración masculina, siendo el 75 % de estos nuevos habitantes nacidos fuera de Ceuta. Ya en periodos más cercanos a nuestros días, la población musulmana ha continuado aumentado su presencia en nuestra ciudad hasta alcanzar un porcentaje estimado del 40 % sobre el total de los habitantes de nuestra ciudad.
Como muchos recordarán, la población musulmana ha mantenido una peculiar situación jurídica que fue objeto de revisión a raíz de los acontecimientos que provocaron la entrada en vigor de la Ley de Extranjería en 1985. Según la investigadora I.Planet, de los 15.000 musulmanes que vivían en Ceuta en 1986, sólo 2.007 tenían la nacionalidad española, lo que motivó un proceso de regulación entre 1987 y 1998 por el que a 5.580 musulmanes de origen marroquí se les reconoció la nacionalidad española.
Los datos anteriormente expuestos nos llevan a concluir que la convivencia entre cristianos y musulmanes en el solar ceutí es un hecho relativamente reciente que se remonta a poco más de un siglo, sin olvidar que en otros periodos de la historia, como la época medieval, existieron, en un contexto inverso de mayoría musulmana, pequeñas comunidades cristianas. Por todo ello podemos decir que la convivencia no se puede dar como un fenómeno consolidado en nuestra ciudad, como bien nos recordó el diputado del grupo mixto, Mohamed Musa. De una manera muy gráfica, este diputado, dijo en el Pleno del pasado jueves que todavía nos miramos de reojo: unos viendo a los otros como ocupantes, y a la inversa, los otros identificando a la comunidad rival como emigrantes. También coincidimos con él en su afirmación de que la identidad colectiva de los ceutíes está aún por conformarse, algo en lo que venimos insistiendo desde hace muchos años desde nuestra asociación.
El camino que debemos trazar para alcanzar la deseada convivencia en nuestra ciudad tiene que tener un claro destino y un firme sólido, consolidado a partir de la verdad. En la construcción de este camino no vale la mentira, los engaños y las tergiversaciones de la historia. Este camino tiene que ser construido entre todos y la verdad tiene que ser la luz que ilumine los pasos de los dispuestos a recorrerlo. No cabe duda que el camino a veces adquirirá formas sinuosas, y que habrá personas dispuestas a interponer todo tipo de obstáculos, pero llegaremos a la meta final si la antorcha de la verdad no se apaga. Esta luz de la verdad no se extinguirá si nuestros mandatarios son suficientemente honestos para rechazar el uso de la mentira y contamos con una sociedad civil dispuesta a ejercer la crítica vigilante para evitar los engaños a los que muchas veces se ven tentados los poderosos para alcanzar sus objetivos. No olvidemos que los detentadores del poder “son las elites que construyen los monumentos (y también los destruyen, añadimos nosotros), controlan los órganos de documentación, compilan los archivos y mantienen a los cronistas, historiadores y periodistas en la palma de su mecenazgo” (Fernández Armesto, 1999).
Para desgracia de nuestra ciudad, una parte significativa de la sociedad civil y las personas más instruidas de nuestro pueblo mantienen una actitud complaciente con los requerimientos del gobierno de la Ciudad, prestando con demasiada facilidad su adhesión acrítica a los proyectos que éste emprende, sirviéndoles de cómplices y coartada para sus desatinos. No es la primera vez que esto ocurre, sirva como ejemplo, la campaña de apoyo que iniciaron para justificar el traslado del mercado a la Manzana del Revellín o la que han organizado estos días para justificar la Fundación Ceuta Crisol de Culturas. Lo bueno que tiene una ciudad pequeña es que todos nos conocemos y de este modo los mandatarios saben perfectamente a quienes no tienen que incluir en su “mailing” de personas y organizaciones políticamente correctas.
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