Llega hasta tal profundidad la separación entre lo que somos y lo que aparentamos que no nos reconocemos a nosotros mismos y atentamos hasta contra nuestras propias obras maestras. Hoy queremos hablar sobre el maltrato que le dispensamos a los animales y las plantas que conviven con nosotros e iluminan nuestras vidas.
Entendemos como surgieron los códigos legales establecidos y el papel inicial de la burocracia en el mundo antiguo. Asimismo, nos parece que a través de nuestros artículos de opinión también hemos criticado suficientemente la tramoya burocrática desde la constitución de los estados modernos hasta nuestros días. El horror experimentado por Kafka es, en gran parte, la expresión del intelectual ante el espectáculo social correctamente burocratizado y empaquetado en útiles tongas de papelitos ordenados. Como indica Jordi Llovet lo de Kafka es una aislamiento prudente que no metamorfosis, que persigue la aceptación social pero no la aprobación, una forma de eludir la persecución por ser culto y pensar libremente. Llegar a suponer que la sociedad generada es, ante todo y sobre todo, un rotundo fracaso colectivo (aunque no absoluto) es muy duro de asumir y a ninguno de nosotros nos agrada reconocer. Desarrollar equilibradamente la colectividad es un enorme reto y el elemento primordial para conseguirlo es, como comentábamos en el artículo de la semana pasada, facilitar un cambio interior en las personas que forman las sociedades. Sin embargo, el poder militante es distante, soberbio, bastante desquiciado por el tipo de actividades burocráticas poco o nada edificantes, y pleno de dementes tranquilos que parecen que no han roto nunca un plato. Obviamente, la sociedad lo soporta y tolera y, normalmente, el poder es un buen reflejo de ella. La clase política no desea enfrentarse a los problemas sino evitarlos y en cualquier caso los parchea o los elimina mediante actuaciones tremendistas. Estas actuaciones tremendistas son las que estamos soportando en diferentes partes de esta España inmodesta, completamente alocada y desenfrenada con “el estado del bienestar”. En el caso de los animales domésticos y las plantas que son los que nos ocupan hoy nuestro artículo de opinión, la disposición de normas es sencillamente histérica y solo puede contentar a los más intolerantes e histriónicos de la sociedad. Veamos algunos ejemplos concretos: en el municipio de Tazacorte en la isla de La Palma se ha producido el insólito hecho de tener todas las playas existentes para el baño cerradas a los animales domésticos, y en concreto a los perros. En una ínsula que tiene el galardón de Reserva de la Biosfera y que ingresa beneficios debido al turismo rural y a su envidiable red de senderos, tomar una medida tan absurda y desconcertante (que incluso afecta a zonas del litoral completamente desatendidas para el baño, e incluso afectadas por vertidos de obras y por obras mismas) solo puede provenir de un catetismo desilustrado, bien enraizado, que fluye como la lava bajo el volcán e influye en la élite local, que maneja las riendas ofreciendo estas simplificaciones de la realidad haciendo desaparecer nuestras mascotas de las costas por decreto municipal. La Palma, se lleva la palma porque su parque nacional está dirigido por un furibundo déspota que sueña prohibir la entrada al parque de perros atados. De manera similar ocurre en nuestra bonita y marinera ciudad donde se instalan carteles que prohíben las mascotas en las playas. Extraña este hecho, ya que Ceuta es ciudad amable con los animales domésticos y disfruta de numerosas mascotas, los numerosos veterinarios que se ganan la vida gracias a ello dan fe de lo que decimos. Y de la misma manera, muchas de nuestras aceras maltratadas por los dueños incívicos ofrecen la otra cara de la moneda. Tanto en Ceuta como en otras partes de la geografía española estas medidas tremebundas son un atentado a la inteligencia, y sobre todo una oda a la estupidez y a la desidia política. En lugar de simplificar la realidad se debería controlar a las mascotas y multar a los infractores. En ningún caso se puede multar a la amistad, el compañerismo, la lealtad, la entrega y los sentimientos que ofrecen un perro a sus dueños y muchas veces también a cualquier persona que se acerque a ellos con buenas intenciones. Es como jugar a dioses que prohíben en un planeta de todos acercarse a algunos a la orilla del mar porque han sido malos por correr, patear toallas, cagar y mear por doquier. En todo caso ellos no son el problema sino el dueño y, con toda seguridad, afirmamos que se trata de excepciones a la regla. Es, en realidad, una medida que no llega ni a ser electoral, es simplemente estúpida e innecesaria. Se evitarían problemas y normas despóticas, ridículas e indignas como esta si se habilitan espacios para las mascotas. La zona del agujero podría ser el espacio para que los dueños puedan disfrutar con sus perros durante la temporada de baños en la zona de la Ribera. En otras zonas frecuentadas en verano se puede hacer lo mismo y dejar al sentido común de los ciudadanos el resto de áreas. Para colmo de prohibiciones, hasta una compañía marítima de apariencia bastante moderna y muy puntual ha comenzado a impedir que las mascotas puedan viajar con los dueños en el mismo espacio. Hasta los aires más avanzados de Europa se enrancian ante las casposas disposiciones españolas. En fin, afortunadamente otras compañías están permitiendo las mascotas en espacios comunes con el pasaje.
Y mientras todo esto acontece en nuestra bonita y marinera ciudad, realmente el descontrol animal impera por nuestros campos y en determinados momentos aparecen perros abandonados cuya procedencia no se reconoce oficialmente, pero que todos sabemos de dónde proceden. En estos momentos algunos pobres perros abandonados están disfrutando de la carne fresca de ballena en nuestro maltrecho pudridero. Es la sociedad protectora la que debe encargarse de estos animales y no otros colectivos más dados a la sangre fácil. Qué decir de los jabalíes, que se enseñorean por muchos caminos y a los que hay personas que interesadamente están alimentando para poder cazarlos posteriormente. En fin, hay suficientes inconsistencias en la gestión política en relación a los animales y las plantas de la ciudad para que prohíban llevar a nuestros animales a las playas de baño o nos obliguen a poner bozales a los perros por un brote de rabia mientras no se controlan los perros abandonados ni a los infames ejecutores de estos actos. Pero, para llegar a esto, han tenido que colaborar no solo la desidia política sino también la involución humana hacia nuevas formas de barbarie, en la que la persecución de nuestras propias obras maestras será el nuevo estandarte que oriente a los urbanitas más embrutecidos, infelices y estúpidos. Aquellos que aguantan gustosos los atascos de tráfico, la música a toda pastilla y los hedores a comida playera, pero no pueden soportar que un perrito les pise la toallita. No se trata de imponer a las mascotas a personas que no tienen deseos biofílicos tan afianzados, pero sí de ordenar más racionalmente y equitativamente los espacios para disfrute de todos y esto incluye, por supuesto, a los animales de compañía. Deseamos terminar este artículo de opinión con una frase de Geddes (el sabio escocés) sobre la naturaleza y los animales domésticos en relación al ser humano, nosotros pensamos que, ahora más que nunca, los necesitamos: "¡Pongan al niño a observar la naturaleza, no con lecciones rotuladas y codificadas sino con sus propios tesoros y fiestas de belleza, como son sus piedras, minerales, cristales, peces y mariposas vivas, flores silvestres, frutas y semillas¡.
Pero por encima de todo, las plantas cultivadas y los animales bondadosamente domésticos, que domesticaron y civilizaron al hombre en el pasado y que ahora nuevamente hay que hacer volver para que lo civilicen y le den paz".
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