Miguel Delibes, en su novela “Los Santos Inocentes”, retrató de forma magistral las humillaciones a las que eran sometidas las clases bajas de los años 60, en los grandes latifundios españoles por parte de los señoritos.
Pero lo que mejor captó fue la resignación con la que se enfrentaban a su situación, sin duda fruto de la formidable labor propagandista de la Iglesia de aquellos años. Aquello de la resignación cristiana, el desprecio a las cosas mundanas y la creencia de que en el otro mundo seríamos todos iguales, fue el mejor aliado del Régimen, y uno de los secretos, junto a la feroz represión de la “masonería” y el “comunismo”, de que perdurara tanto tiempo. La genial adaptación al cine que realizó Mario Camus en 1984, consiguió que muchos nos revolviéramos de indignación contra este estado de cosas en las butacas de las salas en las que se proyectaba, a la vez que nos conmoviéramos con las casi perfectas representaciones de Alfredo Landa y Francisco Rabal.
Pero el origen de la festividad de los Santos Inocentes está en la orden que dio Herodes de matar a todos los niños con la intención de eliminar con ellos al Niño Jesús, futuro rey de los judíos. Esta fiesta fue ganando protagonismo a medida que lo perdía la denominada “fiesta de los locos”, prohibida por el Concilio de Trento. Es lo que nos cuenta el antropólogo e investigador del CSIC Manuel Mandianes en su estudio “Navidad, Reyes y locos”, al que ya me he referido en otro artículo anterior que dediqué a la magia de la Navidad.
Para el mundo cristiano, la Navidad es una de sus más importantes festividades. Tiene, por tanto, un profundo significado religioso. Al menos para los auténticos creyentes. Hasta el punto de que, según la tradición, deberían ser unos momentos de recogimiento y de reflexión, en los que se sacaran a relucir los sentimientos más profundos y limpios del ser humano, y en los que se renovara el compromiso personal de solidaridad y ayuda a los demás. Por ello son tiempos propicios para la práctica de la caridad y la compasión. Pero también han de ser momentos de reflexión, a la vez que de indignación y de no resignación. El la auténtica doctrina que propagó Jesús de Nazaret, que después se han encargado de descafeinar los de la otra “casta”.
El pasado año por estas fechas, me preguntaba qué pasaría si algún día ese niño y ese loco que todos llevamos dentro, se cansaran y comenzaran a burlarse de los poderosos más allá del tiempo fuera del tiempo, al que se refería Mandianes en el estudio antes citado. Pensaba que quizás estallaría la alegría y la locura colectiva. Preveía que, posiblemente nos daríamos cuenta de que el mundo aún se podía cambiar. Era mi pequeña esperanza.
Aunque la situación sigue siendo terrible para millones de personas en el ámbito internacional, sin embargo hay motivos para la esperanza. Uno. Se intensifican las demandas de lucha contra la corrupción. En EEUU se está forjando un ambicioso Plan de Acción Nacional para combatirla. El Gobierno de Canadá ha presentado una estrategia de fortalecimiento de la RSE. Grandes empresas como Microsoft, el Grupo Faisfax y otras, elaboran códigos de buena conducta. Dos. Se consolida la lucha contra el Cambio Climático. Estados como China o los EEUU, y empresas como IKEA, Mars, eBay, Sprint, Microsoft, Google y Facebook, toman posiciones para que la misma sea una realidad. Cientos de miles de personas han mostrado su preocupación en las largas marchas organizadas en New York. Tres. Nuevas Metas de Desarrollo Sostenible. Sustituyen a las Metas del Milenio y tratan de acabar con la pobreza, garantizando una vida de dignidad y oportunidad para todos, protegiendo la estabilidad del planeta.
A nivel nacional, aunque seguimos en una profunda crisis política, económica e institucional, sin embargo empiezan a surgir tenues rayos de luz. Y no me refiero a las decimillas de crecimiento de nuestros indicadores económicos. Lo que percibo es que los ciudadanos están hartos de tanta corrupción y de tanta mentira. Las encuestas de opinión nos muestran un vuelco total en las intenciones de voto. Los partidos tradicionales van a tener muy difícil gobernar sin tener en cuenta lo que dice la mayoría de la población. El fenómeno de la coalición Podemos está cambiando las agendas de todos los partidos políticos. También la de los partidos nacionalistas. ¡Por fin!. De momento, en las urnas. Después, ya veremos.
Y en el ámbito local, qué les voy a contar. Quitando los pequeños problemillas de la educación, el paro galopante, el abuso permanente de las navieras, la masificación de la frontera, la inmigración, la falta de vivienda, la pobreza absoluta de cada vez más familias, la marginación de barrios enteros…¡todo va bien!. Mientras que no se toquen los privilegios de unos cuantos miles de adeptos al Régimen, aquí no se va a producir cambio alguno. Simplemente, somos diferentes.
Pero no quiero amargar las Fiestas a nadie. Que sigamos disfrutando (los que puedan) y que tengamos una buena entrada de año. Y sobre todo mucha salud y libertad.
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