Me han impactado las imágenes que han dado la vuelta al mundo sobre los desastres causados por el huracán Sandy a su paso por la costa Este de los Estados Unidos de América. Más de 90 muertos. Árboles caídos. Líneas de metro inundadas. Miles de hogares sin electricidad. Una ciudad como Nueva York dividida en dos. Grandes colapsos de tráfico en las principales avenidas de Brooklyn, Queens y Long Island, provocados por el corte del servicio de metro y de trenes de cercanías. Una gran devastación en New Jersey. Desde la calle 34 de Manhattan hacia abajo se está trabajando a contrarreloj para sacar el agua de los túneles. Las frases más repetidas y leídas en la prensa ha sido las del gobernador Andrew Cuomo: “Somos vulnerables”, “vamos a aprender de esto”.
Hace pocos meses estuvimos en Nueva York. Durante nuestra estancia en el Hospital universitario de Brooklyn hicimos buenos amigos. A uno de ellos, Paul, nos hemos dirigido en cuanto hemos conocido la noticia, interesándonos por su situación y la de sus familiares. Afortunadamente están todos bien, aunque han tenido que realizar algunas reparaciones domésticas para devolver la electricidad a la vivienda de su madre. También han tenido que trabajar algunos días conectados a internet desde sus casas, al estar cortado el transporte público. Peor suerte ha tenido la sobrina de uno de sus mejores amigos, que murió aplastada por un árbol, al sorprenderle la tormenta en la calle paseando junto a su perro. Nuestras condolencias a sus familiares.
Evidentemente, estos desastres naturales, cada vez más frecuentes, no causan los mismos destrozos en países como Cuba o Haití, que en el mismísimo corazón del Imperio. Pero demuestran que ante el cambio climático, provocado por el hombre, todos somos igual de vulnerables. Por mucha normalidad que hayan querido transmitirnos las autoridades neoyorkinas acudiendo a la apertura de la bolsa de Wall Street al día siguiente de la catástrofe. No sé si con estas imágenes lo que querían era dar apariencia de normalidad, y de que la situación estaba bajo control, o lanzar el mensaje subliminal de que la economía capitalista está por encima de estos “percances”. Porque así es como siguen calificando este tipo de desastres los que niegan la existencia de un cambio climático provocado por el hombre, como por ejemplo hacen los republicanos americanos.
Sócrates decía que “una vida sin reflexión no es una vida en sí misma”. Quizás sea esto lo que nos falte. Recuerdo que cuando andaba por el metro de Nueva York este verano era normal ver a algunas personas con ropa de abrigo en los vagones, a pesar del sofocante calor húmedo del mes de agosto. Nosotros también la llevábamos a veces. La razón era que el aire acondicionado estaba al máximo y a una temperatura extremadamente fría. Igual ocurría en muchos edificios públicos. Era como si a los habitantes de esta gran urbe no les importara nada el consumo energético desaforado para mantener artificialmente fríos los espacios en los que se movían. Casi desde entonces arrastro una tos seca de la que, a duras penas, ahora he empezado a recuperarme.
A finales de este año 2012 acaba el primer periodo de cumplimiento del Protocolo de Kioto. Sin embargo, desde el fracaso de la cumbre de Copenhague en 2009, los procesos de negociación internacional sobre el cambio climático siguen estancados. Ni siquiera Japón o Canadá, que están vinculados por este protocolo, aceptan prorrogarlo. Y los grandes emisores, como China o Estados Unidos, no aceptan una limitación internacional de sus emisiones de gases de efecto invernadero. Los datos nos revelan que por ejemplo China ha triplicado desde 1990 las toneladas de CO2 que lanza a la atmósfera, hasta alcanzar 6.8 por persona y año, aproximándose así peligrosamente a la media europea de 8.1; ambos muy alejados de las 16.9 toneladas de los estadounidenses. Es decir, que desde el año 2000, que ya se empezó a hablar del cambio climático por causa del hombre, las emisiones ha crecido en el mundo un 30%. Y lo grave es que los descensos en los países desarrollados se han compensado con el 54% de CO2 que ya emiten los países emergentes.
Pero todo no está perdido. Como dice la que fuera Secretaria de Estado de Cambio Climático en España de 2008 a 2011, quizás el huracán Sandy ha sido una bomba política, al haber causado el efecto colateral de que el cambio climático haya vuelto a estar presente en la agenda de un candidato a la presidencia de los Estados Unidos. El Alcalde de Nueva York, Bloomberg, una vez visto el desastre causado por Sandy, y a pesar de ser conservador, ha respaldado públicamente a Obama, por la mayor credibilidad que le ofrecen sus políticas de cambio climático frente a su rival.
Seguramente esto no sea suficiente. Pero como en el cuento de Andersen, es posible que el huracán Sandy haya hecho despertar a los neoyorkinos para descubrir que “el Emperador está desnudo”.
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