Se llama “renegado” a la persona que abandona sus creencias o religión para seguir otras diferentes. El término trae causa de la Edad Moderna, y comenzó a aplicarse a los cristianos que abandonaban la fe cristiana para abrazar otra religión ajena, como los que se convertían del cristianismo al islamismo. Y también a los que lo hacían desde el islamismo al cristianismo, porque igualmente comenzó a aplicarse a los musulmanes convertidos. A comienzos del siglo XVI, tanto los Reyes Católicos como Carlos V, facilitaron la apostasía, término también similar que consistía en la renuncia o abjuración a la fe en una religión para abrazar el cristianismo, que encontró su marco legal en la Pragmática de conversión forzosa, especialmente, la promulgada el 14-02-1502, en virtud de la cual se daba a elegir a los musulmanes sometidos (mudéjares) entre el exilio forzoso y la conversión al catolicismo mediante el bautismo; cuya nueva categoría social de esa conversión surgida daría lugar a los moriscos y a otros grupos sociales como los judeoconversos, etc. Sin embargo, Felipe III en 1609 decretó la definitiva expulsión de los moriscos de España, que la mayoría de ellos fueron a asentarse en Marruecos, principalmente, en Rabat, Tetuán, Marraqués, Xauen, etc. Miguel de Cervantes, que conoció a muchos renegados durante su cautiverio, escribió en Los baños de Argel: “Envíame a decir cómo te llamas, y de qué tierra eres, y si eres casado; y no te fíes de ningún moro ni renegado”. Los mudéjares de toda España tuvieron que ir a las iglesias a bautizarse. Se les preguntaba qué nombre querían tener, y si alguno no se manifestaba, le ponía Fernando si era hombre, o Isabel si era mujer. La conversión fue general en todas partes. A partir de la conversión forzada, los mudéjares dejaron oficialmente de serlo, ya que bautizados se les llamaba moriscos, expresión que en aquella época tenía un matiz claramente peyorativo.
Con Felipe II, se intensificó la guerra en el Mediterráneo con los turcos otomanos y la manifiesta simpatía de los moriscos españoles con los piratas berberiscos instalados en sus bases norteafricanas de Marruecos, Argelia o Túnez, pusieron en riesgo a las poblaciones costeras españolas asaltándolas y saqueándolas, por lo que se les exigió la conversión forzada de los musulmanes peninsulares que les ayudaban. En 1566 prohibió el uso de la lengua árabe y los trajes y ceremonias de origen musulmán. A finales del siglo XVI, la población morisca en España pudo ser de unas 500.000 personas. Odiados por los católicos viejos, rechazados por la corona, que veía con inquietud la posibilidad de sublevaciones que actuasen como una quinta columna de los piratas berberiscos, los turcos o los franceses y detestados por la Iglesia, que dudaba de la sinceridad de su conversión, los moriscos eran objeto de toda clase de sospechas. Su total integración con los españoles fue prácticamente imposible, y la pervivencia dentro de España de un pueblo que no se integraba con el español, resultaba hostil. Felipe III decretó la expulsión en 1609, que se llevó a cabo durante 7 años, hasta 1616. En esa fecha, terminó la existencia de los mudéjares y de los moriscos en España, que fueron expulsados.
Pero en el entorno próximo a Ceuta, que es al que más bien se circunscribe este estudio, el término renegado tenía un significado especial, sobre todo, si se trataba de desertores, que incluso eran separados de los demás renegados que hubieran caído en tal situación por otras causas menos reprobables. El mayor número de renegados españoles en Marruecos se llegó a dar en la llamada Guerra de África, ya que unos eran huidos del Presidio del Hacho; otros, ante la dureza y riesgo que suponía la guerra, abandonaban las filas militares españolas para pasarse a territorio marroquí, donde muchos abjuraban de su religión cristiana para abrazar la mahometana, principalmente los desertores. Éstos, al llegar a Marruecos les esperaba una vida llena de dificultades, sobre todo, porque en cuanto se les detenía por el país vecino eran declarados como esclavos y vendidos como tales; cuya condición social de esclavo podían evitar si “renegaban” de la religión cristiana y se convertían al Islam. Cuando esto ocurría, se suavizaban el trato, las relaciones sociales y la convivencia. El acto de conversión consistía en declarar en una mezquita lo siguiente: “No hay más Dios que Allah, y Mahoma es el Profeta de Allah”. Luego, eran desnudados de sus ropas cristianas y vestidos con los atuendos musulmanes. El acto de sumisión culminaba con el sometimiento al renegado a la circuncisión.
No sólo había renegados desertores, sino también los que voluntariamente se convertían al islamismo, aunque eran los menos. Al fortín de Ceuta, llamado “Renegado”, que fue construido en 1864, se le bautizó con ese nombre porque en él se refugió un cristiano que adjuró y se quedó a vivir en una casilla que había en el monte en el que luego se edificó dicho fuerte, y que anteriormente se llamó Marabú (Santón). Según José Mª de Murga, en su libro “Recuerdos marroquíes del Moro Vizcaíno”, los marroquíes procuraban no establecer relaciones sociales con los renegados españoles, ya que sabían que la mayor parte de ellos sólo lo eran en apariencia y que, en muchos casos, abandonarían el país para regresar a España en cuanto tuvieran oportunidad. Sin embargo, no siempre quienes caían en manos de los marroquíes renegaban o apostataban de la fe cristiana. Ese era el caso general y más honroso de los prisioneros de guerra, que hacían frente a su adversa situación respondiendo con gran decoro, con inquebrantable fe, de forma valiente y con honor, como fue el caso vivido en 1706 por los Capitanes D. José Correa y D. Manuel Mora del antiguo Regimiento Fijo de Ceuta, que fueron apresados en Río Negrón y llevados a Mekinéz. El rey Muley Ismail les ofreció riquezas y honores si renegaban de la fe cristiana y se convertían al islamismo; pero ellos respondieron imperturbables que preferían morir por su fe y por su Patria antes que abjurar de su religión. Fueron sacados a un patio donde el propio rey ordenó dispararles a matar. Ambos cayeron, pero el Capitán Mora seguía con vida. El mismo monarca sarraceno lo remató con su alfange y propia mano. Por eso se concedió al Regimiento el título de “Defensor de la Fe”, que ostentó en su escudo con glorioso orgullo y honor.
Pero también con bastante frecuencia se daban los renegados en las filas marroquíes, porque igualmente los hubo en número elevado que renunciaron a la fe islámica para abrazar la cristiana, y algunos de alto rango y real alcurnia. Así, de Murga, cuenta en su libro que en el ejército de Marruecos hubo compañías enteras de renegados que, sorprendentemente, desfilaban al son de la Marcha Real española y de temas populares de nuestro folklore. Y continúa diciendo Murga: “Los renegados sólo se casan con hijas de renegados, con judías que se hacen mahometanas, con negras, con tal cual viuda no muy escrupulosa, o con mujeres a quienes, según el sentido literal de la palabra mora, les han dado suelta sus maridos”. Un caso bien elocuente de renegados marroquíes se tiene en el que fuera príncipe Muley-Xeque, nacido en Marrakech en 1566. Era hijo del sultán saadí Muhammad al-Mutawkkil, quien reinó en Marruecos desde 1574 hasta 1576 que fue destronado por su tío Abd al-Mutasim bi-lah, y después repuesto como rey con la ayuda de tropas portuguesas al mando del rey portugués Don Sebastián en la llamada batalla de los tres reyes, que ya fue objeto de otros artículos por mi parte.
Tras esa célebre batalla, con sólo 12 años de edad, el príncipe-niño se exilió en España, se convirtió a la religión católica en Madrid y fue conocido como Felipe de África o Felipe de Austria. También era designado por el sobrenombre de El Príncipe Negro. Tras la batalla pasó a reinar Ahmad al-Mansur, hermano de Abd al-Malik. Muley-Xeque tuvo primero una breve estancia en Portugal; después pasó a España, residiendo en Carmona de 1589 a 1593. Se convirtió al cristianismo cuando asistía a la romería de Santa María de la Cabeza en Andújar. Fue bautizado el 3-11-1593 en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Tuvo por padrino de su bautismo al rey español Felipe II, del que recibió el nombre. Fue amigo personal de Lope de Vega, quien le dedicó el soneto 148 siguiente: “Alta sangre real, claro Feipe/ a cuyo heroico y generoso pecho/ el límite africano vino estrecho/ aunque en grandeza a Europa se anticipe/ porque el cielo ordenó que participe/ de otro imperio mayor vuestro derecho/ y que se ocupen en tan alto hecho/ los cisnes de las fuentes de Aganipe/ tanto os estima a vos, Príncipe, solo/ que un día aventuró para ganaros/ con cuatro reyes veinte mil personas/ trocando el bajo por el alto polo/ a Fez en Fe, y a vuestros montes claros/ por claros cielos y por mil coronas”.
Al producirse la expulsión de los moriscos, la presencia de un antiguo musulmán en la corte de Madrid se volvió incómoda, razón por la cual Muley-Xeque se trasladó a las posesiones españolas en Italia y murió en 1621 en Vigevano, cerca de Milán, donde supuestamente está enterrado aunque no se conoce con exactitud el lugar de su sepultura. Un cronista de Vigevano, Matteo Gianolio di Cherasco, recogió la azarosa vida de Muley-Xeque en un libro titulado Memorie storiche intorno la vita del real principe di Marocco Muley-Xeque.
El nombre de Muley-Xeque lo llevan, además de la madrileña calle del Príncipe, la calle Felipe de África en Valdemorillo, lugar donde residió un tiempo antes de su bautismo. En Getafe existe otra calle del mismo nombre, pero no se refiere a Muley-Xeque, sino a otro príncipe marroquí que, años más tarde, también se convirtió haciéndose bautizar con este mismo nombre.
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