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Los planes urbanísticos no son suficientes

No es primera vez, ni será la última, que dirijamos nuestra atención al análisis de ciertos aspectos de la sostenibilidad social en nuestra ciudad. Pensamos que este tipo de reflexiones son especialmente necesarias en periodos preelectorales, en los que suele llevarse este tipo de cuestiones a extremos que se alejan de la realidad. Los excesos son achacables tanto al partido del gobierno saliente que sucumbe con suma facilidad a la tentación del triunfalismo, como a los partidos de la oposición, quienes lógicamente se centran en resaltar los fallos cometidos y los incumplimientos de los que pretenden revalidar la confianza de la ciudadanía. Tanto unos como otros suelen errar en el diagnóstico de los problemas urbanos, así como plantean medidas ineficaces para paliarlos. Con demasiada frecuencia depositan toda su confianza en la bondad de los planes urbanísticos que, aunque imprescindibles para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de determinadas barriadas de la ciudad, resultan ineficaces para atajar los disturbios que acontecen en determinados puntos de Ceuta.
Como venimos insistiendo desde hace tiempo, la solución a la conflictividad urbana pasa por construir una nueva cimentación social que se dirija a facilitar los fines verdaderamente humanos. Nadie se le escapa que este tipo de reconstrucciones sociales no se lograr de un día para otro. Sin embargo, todos somos conscientes de que existen problemas urgentes que no han deseado abordar ni quienes lo sufren de manera más directa ni la mayoría del cuerpo social que yace en un estado permanente de ceguera colectiva.
Los cambios que reclama a grito nuestra ciudad no vendrán, tal y como advierte Lewis Mumford, de “exhibicionistas tecnológicos ni arquitectónicos, más interesados en modelos abstractos y estructuras fantásticas que en concretas realidades humanas. Ni de proyectos de renovación urbana diseñados para satisfacer las apetencias de especuladores, constructores y políticos. Nada funcionará si no se consigue satisfacer los anhelos humanos más fundamentales, sin aliviar las ansiedades, molestias y resentimientos, sin alentar el autorrespeto, el autocontrol y la libertad interior y exterior de cada persona”.  
Las soluciones no son nada fáciles. Y hay que distinguir en esta situación tres aspectos, de los cuales uno tiene fácil solución. Lo primero que debemos hacer es abordar los problemas que tienen solución con los medios que actualmente disponemos. Así nuestros primeros pasos tienen que dirigirse a la eliminación de vertederos incontrolados, la dotación y mejora de las dotaciones básicas (agua, saneamiento, electricidad, etc….), el apoyo a los medios de transporte público y la instauración de equipamientos educativos, sanitarios, sociales y culturales. A continuación hay que hacer frente a los problemas que requieren un nuevo esquema general, otros métodos y nuevos órganos de ejecución y control, aunque ésto requiere un periodo de tiempo amplio que se debe iniciar lo antes posible. Finalmente, restan los problemas “cuya solución depende de que se reorienten los ideales últimos y los propósitos de toda nuestra civilización; y esto exige un cambio tan amplio de la mentalidad general como el que ha ocurrido en otros momentos de la historia de la humanidad. En última instancia, el éxito de los dos primeros cambios dependerá, claro está, de esta transformación, que será más amplia y, necesariamente posterior”.
Una de las primeras cosas que debemos hacer antes de iniciar cualquier proyecto de renovación urbana es acabar con la situación de segregación étnica que se da en determinadas barriadas de la ciudad. Para esto es importante contar la actitud positiva y activa de la propia población que vive en estas barriadas que debe materializarse en su disposición al traslado a otras zonas de la ciudad. Sin embargo, tenemos que tener siempre presente de que debido a la alta densidad de población que actualmente sufrimos en Ceuta y a la escasez de suelo no va a ser posible dispersar y volver a instalar a esta población en pequeñas comunidades si no es apelando a soluciones regionales y nacionales. Dado nuestro carácter casi insular las soluciones regionales son inviables, sobretodo cuando a esta condición se suma la actitud poco colaboradora de Marruecos. Por tanto, la única posibilidad que nos queda es acudir a soluciones de ámbito nacional. Creo que ha llegado el momento de reconocer que las medidas locales son inviables para satisfacer necesidades básicas como una vivienda decente y un trabajo que dé a todos los ciudadanos una oportunidad para su desarrollo, autonomía y autorrespeto.
Hecho este reconocimiento, al que se resiste la clase política y  buena parte de la sociedad, podremos estudiar los medios para favorecer esta “migración” hacia otros puntos de nuestro país mediante ayudas económicas e incentivos lo suficientemente atractivos para superar las reticencias que podrían suscitar un plan de este tipo. Este plan de movilidad poblacional tendría que ir a la fuerza acompañado de una férrea política de control de crecimiento de la población en Ceuta, a partir de iniciativas para favorecer el control de la natalidad, -principalmente de índole educativas y económicas- y restricciones en las autorizaciones para residir en nuestra ciudad. Evidentemente, ninguna de estas elecciones es clara ni fácil, y hay que dejarlas todas abiertas, aún sin demorar su puesta en marcha. Somos también conscientes del desconcierto que pueden sentir muchas de las personas que acaban de leer este párrafo. Pero les aseguramos que la situación en la que nos encontramos en Ceuta es suficientemente grave  como para seguir ignorando la realidad de una ciudad incapaz por su tamaño de sostener una población tan abultada en unas aceptables condiciones de vida. Nadie ignora que nuestra ciudad se mantiene de manera artificial por la importante afluencia de fondos públicos que llegan en forma de nómina para más de un tercio de la población y con un caudal hasta ahora inagotable de subvenciones públicas. A pesar de todo este dinero no se ha conseguido reducir las desigualdades sociales y equilibrar las condiciones de vida de los ceutíes. Y la razón no es otra que la amplia superación de la capacidad de carga de nuestro territorio. No sé si estaremos equivocados, incluso nos gustaría estarlo, pero al menos intentamos ser honestos y cumplir con nuestro deber moral de decir la verdad, la nuestra al menos.   
De lo anteriormente expuesto se puede concluir que los planes urbanísticos, por muy acertados que puedan parecernos, son insuficientes para superar el desquiciamiento interno de nuestras ciudades, al ser tales desórdenes tan sólo síntomas del desmoronamiento moral que corroe a toda nuestra civilización. Esta desintegración cuando se traslada al ámbito personal, según Mumford, “sólo se puede contrarrestar cuando se cuenta con una familia que sostener, una profesional respetable, una casa propia con unas mínimas comodidades y se vive en una ciudad reconocible, donde se tienen deberes diarios que cumplir”. Por desgracia, la situación es justo la inversa: muchas personas en nuestra ciudad carecen de trabajo estable y de la satisfacción que se siente al cumplir con nuestras obligaciones laborales; de modo que muchos ceutíes “carecen de la ayuda que, para oponerse a sus propias fuerzas internas de desintegración, debían proporcionales, pero no les proporcionan, ni la familia, ni la propiedad, ni el respeto profesional, ni un sueldo bien ganado, ni un hogar identificable como suyo”.

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