Categorías: Colaboraciones

Los paraos

Desde hace tres años vivimos, no una película de miedo, sino de terror. De esas que, aún cuando adultos, nos ponen la piel de gallina. Pánico de leer los periódicos, de oir la radio, no digo de ver la televisión, porque en mí no tienen un adicto. Por eso, desde hace unas semanas he optado por  desayunar con “Olé,Olé” y “Ave María”, emisoras que llevan a la evasión, aunque  te conviertan en un alienado gilipollas.
Cinco millones de personas sin poder trabajar, aunque lo quieran y necesiten, no es buena tarjeta de presentación de un país como el nuestro. Tampoco lo es que varios jefes de la cuarta caja de ahorros, precisamente los que la llevaron a la bancarrota, tuvieran la desvergüenza de embolsarse varios millones de euros como indemnizaciones, precisamente antes que el Banco de España interviniera a la entidad. Pólizas o seguros de jubilaciones también millonarias, como la que se regaló el canónigo cordobés, Castillejos, de CajaSur, haciendo  que se lo aprobaran,  antes de marcharse, y extensible, cuando muriese, también, a sus hermanas, pobres huerfanitas. En verdad cuesta trabajo imaginar que merecemos credibilidad cuando hay tantos y tantos ladrones paseando palmito y descaro por avenidas y rebellines, atreviéndose, incluso, a mascullar desde la acera de enfrente: “Joeros, tontos”. Y es que el  que más y el que menos, ya se ha dado de frente con familias que no vienen a pedirte dinero, sino viandas, las que sean. Es cuando la rabia sale a flor del piel. Los “otros” ya le están llamando a esta situación “la herencia”. Vamos a ver cómo consiguen  salir del atolladero. La verdad es que no dicen mucho de cómo piensan hacerlo (los botones de muestras son  para echarse a temblar), pues la maniobra de seguir quitando a los que menos tienen  y dejar intocables a los que, no sólo les sobra, sino que, además, quieren participar de futuros repartos, ya va pareciendo no inmoral, sino de ir pensando en  volver a afilar la  guillotina de Robespierre .
Hace aproximadamente una década, Anibal Butelli escribía una serie de reflexiones sobre la desastrosa situación de la Argentina, esa que la llevó al  “corralito”. España, pese a que lo desmientan, también está padeciendo el suyo. Allí se echaron a la calle, aporrearon las puertas de las entidades bancarias y organizaron conciertos de cacerolas por toda la Pampa. Aquí, más parece que la preocupación vaya por el color de la corbata que llevará en la boda Alfonso, el  futuro consorte de Cayetana, o por conocer la identidad del travesti con el que, dicen,  que se ha acostado el marido de Belén, “la princesa del pueblo”, y que, a la postre, les produce pingües beneficios. ¡Vaya coñazo de pareja! y ¡Vaya pueblo!,  que diría Unamuno.
Butelli arranca para su análisis, subdividido en cuatro momentos, de una pregunta que debiera estar en todos y en cada uno de nosotros: ¿cómo imaginamos que debe vivirse en una familia, normal y corriente, no de buhoneros,  esta falta de trabajo, que le afecta a más de  uno de sus miembros, puede que hasta tres?. ¿Qué genera este conflicto, en la sociedad que lo contempla?. Es a partir de estas interrogantes  de las que el analista parte para fijar esos cuatro momentos, como los cuatro actos de un melodrama que deriva en tragedia. En el primero, sobre el escenario contemplamos a unos personajes que gozan de un tranquilo descanso, pues, tiempo ha, lograron  trabajo  sin apenas esfuerzos y  ahora disfrutan de una feliz jubilación. Son, diríamos,  los que, sentados en  barreras, ven  lo que está ocurriendo en el ruedo, pero con una sorprendente miopía. Piensan que son nubarrones que tendrán que pasar  y que la solución que buscan sus hijos, no se demorará. Lo  han prometido los políticos. Y en esta espera es cuando se hace presente el segundo acto. Los mismos personajes de antes siguen hablando y dirigiéndose a otros, cabizbajos, allá en un rincón del escenario, dicen: “Vamos a echaros una mano” . Esta frase de los viejos hacen que los forzosos inactivos se animen y empiecen  a redactar curricula y a remitirlas a las más variopintas empresas. A casi ninguno les importa que la formación adquirida estuviera encaminada a cosas distintas; lo importante es buscar un nuevo empleo y a disimular un poco más el pudor, y hasta la vergüenza, de  no desdeñar ninguna ayuda monetaria de la familia y, por supuesto, de no hacerse de rogar cuando les invitan parientes y amigos a compartir plato y mantel. En las sobremesas, todavía en  estos parados percibiremos que no ha hecho mella la desmoralización; incluso contarán chistes sobre el acicalamiento que han llevado a las entrevistas y los tejos tirados a la que les hacía el cuestionario.Hasta aceptarán  que los abuelos corran con los gastos del colegio de los nietos, mientras la situación no cambie.
Pero llega la inquietud. Tercer momento. Donde trabajan dos y dejó de hacerlo uno de ellos, empieza a vivirse la angustia de que, también, puede repetirse la situación con el único que curra. La desazón les entran en venas a todos. El entusiasmo familiar baja y esa desesperanza se traduce en un bajo rendimiento  del  que imagina que será despedido para  engrosar una  maldita lista de un ERE (abominable sigla). El “vivo sin vivir en mí” se hace constante y esta inquietud le obligará a estar muy atento a todo a lo que hacen sus compañeros de fábrica, de si se mueven con falsas adulaciones; de si traen y llevan opiniones críticas dichas en momentos de desesperación, murmuraciones,etc...  En  el parado, por otra parte y agotado de un camino sin fin, se exteriorizará, el descarado descuido de cómo se presenta ante otros entrevistadores e incluso permaneciendo con un mutismo rebelde que el interlocutor interpretará como una provocación. Y es que ya todo le es igual. El abismo, que decía Felipe, abre sus puertas de par en par.
Y Butelli, ante estas consideraciones que yo me he permitido glosar y teatralizar, recapitula y vuelve a preguntarse: Si la falta de trabajo se agudiza ¿quiénes consumirán el creciente numero de bienes producidos ?; ¿ qué hará el que , a la fuerza, se ve convertido ya en un parado crónico?; ¿qué sendas sociales y económicas se planteará como móviles de la subsistencia ? quizás  el robo, la picaresca del engaño, el mercado de lo prohibido, echar mano de lo ilegal;  ¿y qué pasará con esa familia dónde la lacra del desempleo los ha disociado fuera y dentro del mismo hogar?; ¿cuál será el índice de deserción escolar, derivado de todo este conflicto .....?
Butelli no lo dice, porque  a buen entendedor...; por supuesto, tampoco lo haré yo, pero el cuarto momento se abre a múltiples soluciones. Alejemos el que nos haría caer en la trampa que como el “CRAC-CRAC”, onomatopéyico del ave carroñera, pretende envolvernos en el falso espejismo de un futuro bienestar, un “mañana, mañana”, tal como lo anuncia el pajarraco, pero  que nunca llegará. Sino que se lo digan a los griegos, entrampados hasta la eternidad. La tormenta se ha instalado encima de nuestras cabezas. La descarga ya no será económica, más bien social cien por cien. Las protestas se suceden cada día y cada hora. Cortes de carreteras, bloqueos, manifestaciones de iras contenidas... El columnista Raúl del Pozo lo ha explicado con claridad: los partidos políticos, los que ya se ven castigados y los que se sienten liberadores mesiánicos que  sueñan con llevarnos a la tierra prometida, previa lluvia del maná, tienen poco que ofrecer. Se acercan los mítines. Unos y otros  volverán a los juegos de manos, a las promesas que no se cumplirán, a los embustes.Entramos en un periodo donde tendremos que acostumbrarnos a que si hay una gente que tiene hambre y frío, y si no hay otros medios, tomará por la fuerza lo que necesite.Repitamos lo de Antonio Machado, después de oir un discurso de Pablo Iglesias: “EL MUNDO ESTÁ MUCHO PEOR DE LO QUE YO CREÍA”.

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