Tienen mucha paciencia, pero su constancia es aún superior; el caso es que cada mañana, en cuanto amanece, aparecen unos cuantos pajaritos revoloteando delante de la ventana de la cocina de casa.
Hay otra ventana, cercana a esa, pero para ellos es como si no existiera; debe ser porque la persiana se levanta más tarde y nunca hay nada en su alfeizar.
Ellos, los pajaritos, necesitan comer todos los días, lo mismo que nos ocurre a nosotros, los seres humanos. Ellos tienen su sistema, muy variado, de agenciarse el alimento y lo suelen encontrar con cierta facilidad; hasta tienen sus preferencias y hay alimentos que les gustan más que otros y hasta los seleccionan según las horas del día.
La Naturaleza les ofrece todo lo que, básicamente, necesitan pero han descubierto otras vías y hasta parece que se transmiten esa información de generación en generación.. El caso es que causa mucha satisfacción y cariño cuando cada mañana se levanta la persiana de esa ventana y se ve a los pajaritos revoloteando en su cercanía.
A veces está oscuro, con el sol sin salir, y se nota la ausencia de los visitantes; no tardan en llegar en cuanto la oscuridad se empieza a deshacer y no paran de revolotear con gracia, como si jugaran o como si ya sintieran la satisfacción de lo que piensan que van a recibir, un poco de pan desmenuzado en trocitos.
¡Qué poco es pero cuánto les satisface! Bajan hasta el alfeizar de la ventana y allí se van relevando, por parejas, para picotera y volver a volar después. No hay peleas entre ellos y cuando llega la pareja de tórtolas le dejan el campo libre porque tienen otra forma más lenta de comer.
Ese es el mundo que se contempla a primera hora de cada día, cuando el sol sale y se alza la persiana de esa ventana que tan bien conocen y estiman los pajaritos. ¿Es sólo ese mundo el que existe? ¿Es ese el único que se quiere ver? ¿No hay otros mundos en los que pasan hambre, de todo tipo, los seres humanos, pequeños y mayores?
¿Se les abren ventanas de esperanza o se les deja vivir como puedan, como si fueran unos seres extraños de los que se quiere saber poco, o, tal vez, nada? Están esperando que se abran las ventanas del amor, de ese amor que exige servir con el alma bien dispuesta y abierta a la verdad y a la luz fuerte de la esperanza.
Es cierto que se han logrado unos acuerdos que pretenden normalizar, en parte, la vida económica del país. Hay que darles la confianza que puedan merecer, pero sin olvidar que cada mañana, cuando despunta el día, se levantan las persianas de cada ventana y se puede ver la realidad de la vida de tantas mujeres y hombres que no tienen trabajo y que van de acá para allá buscando algo que pueda solucionar esa triste situación, con las secuelas - verdaderamente graves - que le son anejas: los hijos, su educación y, en general, su grave y dolorosa forma de vida.
¡Cuánta alegría verdadera necesita nuestra sociedad! Alegría que la debe proporcionar toda persona que tenga sentido real y profundo de ese amor que exige toda una vida de entrega y dedicación a la gente, a toda la gente sin distinción alguna de clase. La ventana del alma acoge con cariño a toda persona. ¿No se acoge así a los pajaritos?
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