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Los nuevos amos de europa

Ya da, más que sonrojo, vergüenza de repetirlo una  y otra y otra vez. Y cien veces. Esta Europa va dejando de ser cada día que pasa menos Europa para convertirse en un apéndice de las ciudades africanas y/o asiáticas. Esta Europa cuya realidad  se funda en la Edad Media sobre su pertenencia común a la Cristiandad, que a su vez basa su andamiaje en la realidad grecolatina, y que paradójicamente irá superando los esquemas mentales  de la religión inicial para construir una poderosa sociedad civil, esta ‘Europa’ –repito– se encuentra en una peligrosa encrucijada: “¿Puede tenerse la misma Europa con personas diferentes? La respuesta es no”. Lo más sorprendente de la ‘europeidad’ de Europa es el hecho de la ‘cristianización’ de, no sólo los que estaban más acá de los ‘limes’, de las fronteras del Imperio romano, sino de los ‘bárbaros’ que lentamente iban entrando en el Imperio desde finales del siglo II. Pero, ojo, esa cristianización no supuso rechazar el legado antiguo, básicamente griego, filosófico y científico. Nada de eso. El cristianismo asume ese legado en su totalidad, y busca en esa filosofía una anticipación del mensaje cristiano.
Pero hete aquí que después de dos milenios Europa tiene nuevos ‘amos’. Otros ‘bárbaros’ que vienen mucho más allá de los ‘limes’ tradicionales, vienen allende los mares. De países del norte de África, del África negra, de Latinoamérica y Caribe, China, Pakistán…, etcétera. Vienen de sociedades desestructuradas, cuando no corrompidas, de sociedades donde la cultura de la violencia y el abuso es un valor, del sálvese quien pueda, en muchas de esas sociedades la vida tiene menos valor que un billete de un dólar, de donde existen patologías humanas y sociales que hacen difícil la convivencia basada en el respeto a los demás y el acatamiento de las leyes. Muchos de esos países están desquiciados por guerras y conflictos de todo tipo, no sólo internos, sino con sus vecinos. Toda esta casuística es puesta en práctica en nuestras sociedades europeas, en nuestros barrios periféricos, convirtiendo la convivencia en un infierno y generando un odio visceral a los autóctonos de los países que les han acogido, a los que culpan de sus desgracias y de sus carencias de todo tipo y de su falta de oportunidades. Y yacen en la creencia de que por el mero hecho de ser inmigrantes –muchos de ellos ilegales–, cada vez que abran sus bocas, el autóctono ha de correr como un poseso para satisfacer sus deseos apenas son pronunciados, caso contrario, ‘racista’ será la palabra más suave que saldrá de sus bocas dirigida a los nativos por no complacer sus antojos.   
Así, la vieja Europa está empezando a descomponerse –a ‘pudrirse’– por los barrios periféricos de sus ciudades europeas. Esos nuevos ‘bárbaros’ son sobrevivientes de un viaje penoso, doloroso, cruel, desde sus países de origen hasta llegar a Europa. Han pasado calamidades sin cuento, que los han endurecido, encanallado, envilecido, y una vez alcanzada la meta, hacen lo que sea para sobrevivir, para no ser deportados, y, por tanto, no se les puede pedir escrúpulos ni principios ni ética de ningún tipo. La única conciencia cívica social es la suya propia. Tienen conciencia de su exclusión y de quienes los excluyen.
A este respecto, se ha proyectado en Francia –según el digital AD– el reportaje titulado “Extranjeros-2” dedicado a la vida en los suburbios –‘banlieus’– de París bajo el control de las comunidades étnicas y de los narcotraficantes. (El camarógrafo ya fue golpeado antes de salir del coche para filmar en los barrios). Le ha faltado tiempo a “Le Monde” para criticar la película afirmando que todos los problemas expuestos no tienen nada que ver con la realidad. Según los expertos, a los franceses no les gusta que se haya planteado un problema que el propio país es incapaz de resolver y hace todo lo posible por ocultar. He ahí la palabra mágica: “ocultar” la realidad de la inmigración. Esta es la postura tradicional de los europeos: meter la cabeza en un boquete para no ver la realidad desagradable que no hemos sido capaz de evitar. Si no la veo, no existe. Esta es la postura de la que se aprovechan los inmigrantes para tomar al asalto el ‘fortín’ europeo, para campar a sus anchas ante la hipocresía de unos, el entreguismo de otros y el horror de muchos ciudadanos. La gente no quiere que le hablen de problemas. Y si se los ocultan, mejor. Lo que sí procede recordar, una vez más, es que todo esto nos ha sucedido por haber asumido un comportamiento equivocado de la tolerancia. Y su corolario es, debido a este aumento desordenado de la inmigración, que en la gran mayoría de los países europeos las actitudes xenófobas y racistas han experimentado un resurgimiento.  La realidad nos ha devorado y ahora es la hora de los ayes y de las lamentaciones.
“Los ciudadanos no se fían de quienes anticipan problemas, de quienes reclaman cambios para evitar las dificultades del porvenir. Y los políticos, que lo saben, prefieren callarse: quienes señalan los problemas parece que los crean. Mejor disimular, ignorarlos, ir tirando. Todo antes que encararlos, que hacer propuestas que apunten a la raíz del problema”. Disculpas por la cita tan larga del profesor Ovejero Lucas, pero parece que está ‘cocinada’ para el caso que nos ocupa. Los nuevos ‘bárbaros’ son, pues, los nuevos ‘amos’.

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