Opinión

Los Nadie

Los acontecimientos vividos esta semana en nuestra ciudad han puesto al descubierto las venas abiertas de una realidad cercana, tan próxima, que intentamos esconder con todo tipo de artimañas y subterfugios. Miles de hombres, mujeres, adolescentes, niños sortearon las fronteras que separan Marruecos de Ceuta.

Atónitos, vimos las calles repletas de seres humanos vestidos con bañadores y camisetas, mojados, caminando con chanclas, sujetando bolsas de plástico en las que guardaban sus pertenencias. Deambulaban perdidos, en un ir venir, en un arriba y un abajo se dirigían a ninguna parte, a ningún punto concreto, a ningún sitio, pero sus ojos reflejaban una esperanza difuminada por la incertidumbre.

Comenzaban a llegar noticias:” están saltando las vallas”,” La frontera del Tarajal ha abierto sus puertas”, “Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado están completamente desbordados para retener la avalancha humana”. Todas las informaciones de “ este radio macuto “ fueron confirmándose con el simple hecho de abrir los ojos y mirar para cualquier parte del pueblo.

La noche cayó con los murmullos de las gentes recién llegadas: parques, portales de edificios, la plaza de Revellín, la calle Real, algunos colegios fueron ocupados hasta bien entrada la madrugada. Cientos de ceutíes pasamos la noche en vela esperando asimilar lo que estaba sucediendo.

Y despertamos, despertamos todos, ellos y nosotros, que en realidad somos los mismos. Los medios de comunicación de todo el mundo se hicieron eco de la noticia, Guardia Civil, Policía Municipal, unidades del Ejército, políticos locales, nacionales e internacionales, ambulancias, Organizaciones no Gubernamentales, cada uno en su sitio, con su caleidoscopio, con su perspectiva, intentando ordenar un caos humanitario sin precedentes.

La respuesta ciudadana fue previsible. Buscar culpables, echar culpas, satanizar a los “ invasores” “ criticar a las autoridades” . Pero también se dieron respuesta de solidaridad, de empatía, de ponerse en el lugar, de sentir el mismo frío, el mismo cansancio, la misma angustia de estos seres humanos extranjeros en todos países, incluso en el suyo.

Bares cerrados, comercios con las persianas echadas, colegios vacíos. Un miedo contagioso se apoderó de la rutina cotidiana.

El Presidente del Gobierno y el Ministro del interior se personaron en Ceuta; vimos y oímos cómo algunas personasm,actuaran pateando los coches oficiales y saltándose los protocolos de seguridad. Es extraño que fuera este uno de los comportamientos más violentos sucedidos. La visita del líder de VOX arengó a los exaltados al patrioterismo más rancio de infame recuerdo. Nunca es buena estrategia apagar los problemas con el fuego de la ira. Ya estamos hartos de tantos pirómanos.

El Rey de nuestros vecinos, desde sus palacios, utilizó a los súbditos como si fueran bombas, escudos humanos, escoria. Volvió a venderles la esperanza en un tocomocho mientras, se burla de las leyes, de los derechos humanos, de la diplomacia, de los tratados internacionales. Todo sea por su riqueza.

Ahora que escribo estas últimas palabras pienso en la humanidad, en el planeta común, en la tierra. Vuelvo a creer en la educación como el arma más potente y más cargada de construcción masiva. Esa es la revolución pendiente, madre de todas las revoluciones. Seguro que esta crisis humanitaria volverá a intentar retornar al paraíso imaginado, y lo harán a pie, en pateras, en cayucos, a nado, en camiones de la muerte.

Eduardo Galeano escribió este poema. Allí contó anticipándose al futuro lo que pasa en cada instante, en cada época en cada aquí y ahora.

Los nadie, los hijos de nadie, los dueños de nada

Que no son, aunque sean

Que no hablan idiomas, sino dialectos

Que no profesan religiones, sino supersticiones

Que no hacen arte, sino artesanía

Que no practican cultura, sino folklore

Que no son seres humanos, sino recursos humanos

Que no tiene cara, sino brazos

Que no tienen nombre, sino número

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

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