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Los malos no tienen que ganar

No hay nada más fervoroso en la Semana Santa sevillana que un militante de la izquierda más radical enjugándose las lágrimas cuando pasa “La Macarena”, para acto seguido atiborrarse de tapas y cervezas, si es posible sufragadas a costa del erario público, en la Sevilla más señorita.
Ese fervor visceral, y afición a distraer el erario público, que tiene la izquierda más sectaria, es lo que ha llevado a Tania Sánchez, líder de IU y

pareja de P. Iglesias,  a pronunciar la frase del título. Su empecinamiento en mantenerse viviendo a costa de la política pese a una imputación que le va a caer antes que después, es demostrar de viva voz que se pertenece a la más pura y deleznable casta política.
A mi no me sorprende nada que la izquierda pertenezca a la casta política. El término “izquierda caviar” es una expresión internacional acuñada en 1980. Cuanto más de izquierda, más casta, más caviar. Del triste llamamiento “a las barricadas” han pasado “a las mariscadas” de un modo gráfico, constante y efusivo.
Lo peor de esa visceralidad que denota Tania, es la radicalidad que encierra la frase “los malos no tienen que ganar”. Pensar que en política hay “malos” y por omisión “buenos”, y además identificar esa maldad con los que piensan diferente, es una muestra de totalitarismo, intolerancia e incapacidad de mejora. Es una táctica de defensa que han cogido prestado de los nazis los nuevos totalitarismos. Emitir un juicio de malos y buenos en una declaración política es un acto grave de irresponsabilidad, una justificación para que, acto seguido, les sea impuesta una “sentencia condenatoria” a esos “malos”. Sobre todo cuando viene de un sector con cierto regusto por la guillotina.
En democracia no hay buenos ni malos. La bondad y la maldad se ciñe al individuo, a una cuestión ética y moral, que sin lugar a dudas puede confluir en un grupo. En democracia se puede gobernar mejor o peor e incluso hacer el mal con la política; pero no corresponde a un sector político, que intenta evadir su responsabilidad, declarar la bondad o maldad del adversario.
Hay un sector poblacional muy aficionado a las “conspiranoias“ . Bajo el falaz “sangre por petróleo” , la práctica del antisemitismo, o el racismo estructural, se esconde un déficit importante de raciocinio o los bastardos intereses de ocultar nuestras propias miserias con las malas acciones de los demás. Ya avisa el refranero español: “mal de muchos consuelo de tontos”.
Tania y sus seguidores deberían abandonar ese radicalismo militante y pensar por un momento lo que conviene a Rivas-Vaciamadrid y por ende a España que, en estos momentos, no creo que sea la negativa a abandonar el sillón, o echar más leña al fuego de la crispación política.
Efectivamente, como dice Tania, los malos no tienen que ganar, pero ocurren dos cosas: una es que Tania no es precisamente un modelo de virtud política para definir a malos o buenos; y otra que, desafortunadamente, los malos solo pierden en las películas.

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