No cabe la menor duda que el hórreo es la estructura más típica del noroeste español. Dicho vocablo procede de latín “horreum”, que significa granero y como tal está diseñado para proteger el grano de humedades y roedores . De ahí su perfil tan característico que le diferencia de cualquier otra estructura: elevados sobre columnas, pegollos o muros, descansan sobre ménsulas que sobresaliendo de los soportes tienen la misión de impedir la escalada de tales animales. En Galicia su cubierta, a dos aguas, se realiza con pizarras o tejas, rematándose sus frontis con cruces de piedra que graciosamente se abren en los extremos de sus brazos. Predominan los de base rectangular cuya longitud puede superar los treinta metros, como el célebre hórreo de Carnota (provincia de A Coruña).Indistintamente los podremos ver aislados, junto a la casa, o por el contrario, concentrados en un lugar determinado de la localidad, como en A Merca o en Molgas (ambas en Ourense) , o como en el caso de Combarro (Pontevedra) en los que se mantiene una regularidad en cuanto a sus formas y dimensiones. Mientras que en los “solitarios”, estas varían a tenor de las características del terreno y a la riqueza de la propiedad, manteniendo no obstante unos rasgos comunes que aportan cierta personalidad a los de determinada comarca. Así, por ejemplo, los de la “Mariña” lucense (representado en la imagen) alzan sobre dos soportes de pizarra su estructura de madera con rendijas verticales y enormes vigas del mismo material en su base que se incurvan en el centro. Sobre la cubierta presentan unos esbeltos pináculos que mantienen las lascas de pizarra al tiempo que la erizan. Sin embargo en los de la “Costa da Morte” toda la estructura es de granito, sus claros horizontales y sus cubiertas de tejas rojizas.
En Arroxo, Lugo, encontré uno muy especial. Su base casi cuadrada es de una sólida estructura de piedra , con una puerta que nos hace suponer su finalidad como almacén de los aperos de labranza. Sobre ella un estrecho corredor rodea curiosamente el granero que para su ventilación muestra tres hiladas de aspilleras abocinadas. Sobre la cubierta de cuatro aguas se yerguen los puntiagudos remates que mantienen las oscuras láminas de pizarra entre las que se instalaron hace tiempo amarillentos musgos.
Mi admiración por la cultura y obra popular me motivan cuando en algunas zonas, como en las pequeñas aldeas abandonadas , nos muestran entre sus ruinas restos de estas construcciones que en su día fueron seguras despensas de los moradores de las cercanas viviendas, cuyos muros igualmente van cediendo con el paso del tiempo.
Juan Antonio.