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Los herejes de Rimini y el milagro de los peces

Decía San Antonio que “el gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree”. También hay una serie de frases célebres que no son coetáneas del doctor evangélico, pero tienen toda su fortaleza, y sobre todo, toda su realidad. Estos pensamientos tienen mucho que ver con su filosofía y su forma de vida, y que sin duda los cofrades no podemos olvidar. El premio nobel Francois Mauriac, conocido por ser uno de los más grandes escritores católicos del siglo XX, decía que “la lucha por la verdad es una larga paciencia”. Anteriormente Sir Francis Bacon a principios del siglo XVII decía que “la verdad no hija de la autoridad sino del tiempo”. Y si nos remontamos más aún en el pasado, San Agustín en el siglo V decía “obedece más a los que enseñan que a los que mandan”. Probablemente San Antonio la dijo todas cuando en una ocasión, los HEREJES DE RIMINI, que -sin entrar en razones- solo la soberbia que emanaba de su efímera autoridad y de sus lóbregos corazones, le impedían al pueblo -con su maldad- acudir a sus sermones. Esos herejes elegidos por su desparpaja egolatría, esos vástagos del pueblo cristiano que lanzan la piedra y esconden la mano, -para que así- no se les pueda juzgar la pena, que siempre será de su hermano, que siempre la culpa será ajena. Esos mismos, que oyen decir “perdonar a los que nos ofenden”, cuando ellos ofenden a los demás hasta perdonando... Esos mismos que al hacer el pan del nazareno contaminan las espigas doradas del trigo con el veneno de cornezuelo del centeno, provocando a San Antonio con su «fuego», esos mismos que -lamentando con su treno- se alegran en el fondo de los males del corazón ajeno, sin pararse a saber quién es el otro y cuál es su sermón agareno. Esos mismos Judas filenos que te besan en Navidad en el huerto de los olivos de la iglesia para luego borrarte como amigo antes de que llegue la cuaresma... ¿Vosotros hipócritas –diría San Antonio a esos herejes, como dijo el Señor- vais a venir aquí, a Ceuta, para prohibir los sentimientos de mi alma que florecieron en el tiempo con las raíces de mi infancia, marcando vosotros a mí, fronteras de exquisita y excluyente intolerancia?. Vosotros, esos nuevos herejes patarinos, esos nuevos cátaros y neofariseos, que desafiáis al tiempo y al espacio, que estáis por encima del bien y del mal, esos hijos de Bonovillo que ven en los demás la maldad cuando ellos la pasean en sus bolsillos llenos de vanidad y de soberbia. Ante esos lánguidos servidores del egoísmo consagrado, ante esos nuevos guardianes celosos de la mente y del pensamiento, adiestrados por una maestría dirigente que es tan espiritual como intransigente, ante esos nuevos estériles sarmientos que quieren ser la vid resplandeciente cuando solo son el eco de sus lamentos, ante esos hipócritas con piel de cordero y alma de lobo publicano, ante esos inquisidores del pietismo, la religiosidad popular y sus sentimientos, ante esos virtuosos ingenieros del anónimo pecado, ante esos manipuladores de la verdad con su cínico esperpento … NO seré yo quien busque tu alimento, quien meta el dedo pulgar de mi mano en el sagrario de vuestro corazón lóbrego y varado, porque seguro que sale córneo y congelado.
Tenéis que saber que en este jardín que Dios nos ha mandado a todos su cuidado, yo solo cultivo flores para Cristo resucitado y nunca para ningún diablo transformado en un becerro dorado. Por eso os digo a ustedes, gigantes paladines, entrenados soldados del ejército filisteo, hombres adonados con cabeza dura y pesada como el bronce pero con pies frágiles como el barro, que no busquéis en mis sermones más flores que las que huelen, ni más cera que la que arde. No busquéis en mis pregones flores regadas de hipocresía; de color blanco son las mías, huelen a azahar, y son siempre para María. Nunca se van a confundir ni por el azar con las vuestras, plastificadas por el tiempo, cubiertas por el sayal, la ceniza y las arenas del desierto, y bañadas por el polvo del olvido y el aroma añejo del recuerdo. De modo que, si no me queréis dejar rezar, por lo menos que sepáis lo que prohíbes, y por lo menos dejadme pregonar a los peces del mar.

Porque si tu SOBERBIA es hija
de tu autoridad,
y de tu ENVIDIA nace el odio,
y el rencor,
aunque contigo acabe
la humanidad
ten cuidado último pecador,
pues fruto de esa infinita
maldad
está creciendo inmenso
en tu interior
el hijo póstumo de Satanás.

Recordad mis pececillos del mar, que la lucha del cristiano no es contra su hermano, sino contra el enemigo de Cristo resucitado y del cielo expulsado, el ángel caído Satanás. Por lo demás, mis queridos cofrades, fortaleceros en el Señor, y en el poder de su fuerza y su bondad. Vestíos con su humilde túnica franciscana diseñada por la grandeza de Dios y tejida por su madre inmaculada con hilos de amor, nobleza, ternura y esperanza mariana, ella será vuestra única armadura, que os dará firmeza y templanza, para que podáis acabar con las asechanzas del diablo y sus alimañas. Los cofrades caballas nunca tenemos que luchar contra la carne y las entrañas, nunca derramar la sangre aunque en ello la vida nos vaya, nunca tenemos que luchar contra el hombre hecho por Dios a su semejanza, sino contra los herejes del pecado, contra sus potestades, contra los emperadores de las tinieblas del malvado, contra sus calamidades, contra las legiones pseudoespirituales de la maldad engendrada en los valles de algunas regiones terrenales. Por tanto, tomad cofrades franciscanos vuestra túnica protectora, tomad la armadura que Dios os pone en vuestras manos, rezad siempre con fuerza en vuestro blanco rosario de la aurora, para que podáis derrotad con vuestra humildad a la soberbia del pecado y a la inercia de su envidia manipuladora.
Después de dicho esto San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó con fuerza a gritar:

“Oigan la palabra de Dios,
ustedes los pececillos del mar,
ya que los pecadores de la
tierra no la quieren escuchar”.

A su llamada de atención, acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro de amor se conoció y conmovió a la ciudad, por lo que los herejes tuvieron que cambiar de opinión…

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