Llegando el periodo en el que los partidos deben sentarse para clarificar quiénes serán las caras que muestren en los próximos comicios comienzan a surgir las guerras internas. Esto se traduce en la aparición de grupos oscuros que empiezan a hacer sus putadicas en la intimidad. Se les denomina la mayoría silenciosa, y no son más que elementos que no se atreven a dar la cara a modo de alternativa ni a hacer valer sus opiniones contrarias a lo que defiende la corte de pelotas que, sin opinión alguna, se mueve en torno al líder. Comienza así el juego del puñal, de la presión psicológica, de las amenazas o de los intentos de hacerse con el favor de esos pequeños partidos políticos que nacen, únicamente, para venderse al grande prometiendo que le arrastrarán varios puñados de votos. (Habría que saber la fuerza real que tienen, pero lo cierto es que todavía se confía en ellos para que hagan pupa al resto).
En el PP empieza a haber un grupo de, llamemos descontentos, que amenazan con comenzar a sacar las vuvuzelas. El reciente nombramiento de Carreira no ha hecho sino calentar el ambiente, y los que se avecinan para contentar al personal, terminarán ayudando a prender la pequeña hoguera. Tras hablar con varios de ellos les echo en cara su falta de valentía para decir, en los foros adecuados, lo que piensan. No lo harán porque, quien más quien menos está chupando del bote. Y claro, así resulta complicado expresar esos malestares.
En el PSOE sucede lo mismo. ¿O alguien se cree que todos levantaron sus palmas para aplaudir el apoyo a Carracao? Lo malo del asesor -por nómina- de don José es que se crea que tiene el apoyo de todos los de su partido, por mucho que Juan Hernández celebre la victoria de España junto a él y el mandamás de la plaza en un alarde de ya hemos dejado cicatrizar las heridas.
En Caballas el pescado está vendido y veremos si el experimento dará sus resultados después de quedar, más que claro, que los caracteres de Juan Luis y Mohamed son distintos, tanto que sirven para dejar al descubierto las mentiras de quienes están obligados a ser estómagos agradecidos.
El quid de la cuestión es si los grandes estarán preparados para asumir no tanto la guerra entre partidos sino las presiones internas que nacerán en sus propias sedes. Presiones que serán objeto de análisis por parte de quienes, desterrados, todavía son peligrosos porque saben demasiado.