Opinión

Los falsos mitos de la política y la constitución

Ahora que nos encontramos en plena celebración de nuestra constitución democrática, votada en el 78 por más del sesenta por ciento de los españoles de entonces, nos parece apropiado realizar algunas reflexiones críticas en torno a los partidos políticos y a algunas de las instituciones propias de nuestro decadente Estado-Nación español.
También quiero expresar que estamos asistiendo a un triste periodo de decadencia social y política en la UE que, desgraciadamente, solo nos llevará a tener que afrontar graves problemas y una gran crisis crónica que ya ha empezado a evidenciarse con el hartazgo de millones de personas desheredadas de los privilegios que conlleva el consumo de bienes y el de poder llevar una vida medianamente desahogada en los aspectos económicos.
Quizá una de las cuestiones que primordialmente podríamos plantear es la existencia de los partidos políticos tal y como se conciben hoy en día. De esta manera, el mito de concebir la acción política a través de los partidos debería desmontarse con algunos argumentos lógicos y comprensibles a cualquier ser humano con un mínimo de entendederas. No, los partidos políticos no son necesarios para votar a diferentes opciones, bastaría con aplicarnos a presentar plataformas ciudadanas para procurar una gestión inteligente de las ciudades y los territorios, integrando opciones diferentes y enfrentando los discursos con otras formas políticas e igualmente válidas de solucionar los problemas.
Definitivamente, los partidos son nidos de sectarios fuertemente ideologizados donde, por otra parte, lo que priman son los valores tribales más básicos de poder y acumulación de prebendas. A pesar de que el sistema de partidos está bastante agotado en nuestro país, la red clientelar tejida en el seno de la sociedad es asombrosamente extensa y consigue aguantar la ficción, aunque resquebrajada incluso cuando la abstención llega a igualar o incluso superar a la participación. En fin, si una tribu lleva mucho tiempo bailando alrededor de un Totem y genera sus tabúes y ceremoniales, es prácticamente imposible que sus miembros se atrevan a enfocar ciertas realidades a la cara, sin que estas estén indefectiblemente cubiertas de un halo mitológico en el que otras razones son sistemáticamente rechazadas por la congregación de seguidores y, sobretodo, de clientes interesados. Pero claro, el discurso de un partido político no tiene nada de mítico por mucho que sus sumos sacerdotes intenten convencer a la audiencia de un país de sus postulados económicos, sociales o de cualquier otra índole.
El mito antiguo surge para congratularnos con el mundo espiritual y para dar sentido a nuestra existencia y está muy relacionado con los sacrificios rituales. De hecho no existe nada más contrario al mito que el propio Estado-Nación y con él sus partidos representativos, que son siempre contrarios al sacrificio propio y están siempre alentando, si no incluso obligando, al ajeno. Si ya es difícil digerir una supuesta historia fantástica de unificación cultural e intereses comunes y fronteras inviolables resulta prácticamente imposible convencer a la sociedad moderna de la infalibilidad de los partidos políticos y su necesaria existencia.
De la misma forma resulta algo absurdo mantener el tabú de la constitución perfecta e intocable antes los más tontos y necios mientras los trileros de los dos grandes partidos se ponen de acuerdo para modificarla sin dar cuenta al parlamento y sin permitir que el resto del arco parlamentario español opine. Asimismo, la inviolabilidad de instituciones como la monarquía en nuestro país es otro artículo casposo que ha llegado hasta nuestros días. Si el rey desea ser inviolable y estar por encima del bien y del mal, al menos debería pensar en dar a cambio de su inviolabilidad su propia vida, como ocurría en las antiguas culturas donde se practicaba el regicidio tradicional al cabo de un tiempo después de haber accedido al trono. Esta era una forma, enajenada pero todo un mito también, de encontrar un supuesto equilibrio con el cosmos o con el orden establecido por los dioses y por qué no, también ocurre en el mito de la religión cristiana que, indudablemente, según comenta Joseph Campbell bebe de las fuentes sumerias y mesopotámicas en las que los dioses suelen morir para hacer brotar los principales alimentos vegetales que nutrirán a los seres humanos. El curioso mito del origen del maíz es uno de estas historias mitológicas en las que la tradición antigua rememora los antiguos sacrificios y regicidios. Claro que también su majestad podría tener a bien repartir, de verdad, en favor de los más necesitados de su sociedad y sentir más de cerca los sufrimientos económicos del pueblo al que supuestamente dice servir. Éste si podría convertirse en un buen mito, un rey que desea vivir económicamente pobre hasta que el último de sus súbditos esté contento con su poder adquisitivo. Evidentemente, solo quedará en el ámbito de los cuentos fantásticos, pues habría que ser un gigante humano para eso y no el simple heredero de una vulgar dinastía europea.
Estaría bien si nos indignáramos más y más debido a la falta de legitimidad de los partidos políticos ante sus sociedades por el incremento de la abstención durante la celebración de sufragios. Tampoco se puede considerar una respuesta de acción mítica desarrollar ceremonias pomposas entorno a la constitución, con algunos toques muy carcas e incluso con algún tufillo de repugnante nostalgia. Se trata más bien de decorar con artificios un cuento de hadas para niños tontos después de comprobar la abstención cada vez más mayoritaria de la población española; un cupo de mínima legitimidad podría caber en nuestra carta magna para que una proceso de sufragio fuera validado por la propia constitución. A falta de verdadero mito, o pensamiento mítico, en el seno de nuestras sociedades se ha instalado el miedo burgués y mediocre a perder la capacidad de consumo mientras se fomenta la triste fantasía del crecimiento económico infinito y no se pone en suficiente tela de juicio el Armagedón que amenaza el futuro de la humanidad tal y como la conocemos, que alienta el cambio global y que está en nuestra mano comenzar a revertirlo: no es otra cuestión que la insultante y estúpida desbocada demografía humana. Ante el derrumbarse del mundo humano moderno más democrático, libertario, libertino y decadente también, los hijos terribles de la modernidad salen hasta de debajo de las piedras y pertenecen a los dos últimos bandos perfeccionados en la civilización humana. Así los más radicales izquierdosos llenos de odio de clase o los tardo-fascistas amedrentadores pululan por doquier imponiendo y exponiendo sus respectivas intransigencias, y los oportunistas se mueven de partido en partido político cuando ven que no pueden medrar en el inicial puesto que ya existen clanes que acaparan los recursos y los medios necesarios para alcanzar el poder. Si este movimiento no es suficiente, deciden entonces crear un partido alternativo para medrar en los momentos apropiados y alcanzar el ansiado poder. Así se generan las castas partidistas de hoy en día, que atraen a los prebendados potenciales mientras esperan su oportunidad de medrar. Sabandijas escondidas o durmientes que esperan su momento para saltar a la palestra política, apalancados eternos de los partidos políticos. En la marinera ciudad, solo basta echar un vistazo despierto al interior de las instituciones públicas con cargos de libre designación para ver como se nutren estos departamentos.
Ningún sector se libra de estos mediocres y trepas, comeculos profesionales que se mueven sigilosamente entre estos estercoleros de los partidos políticos y que generan tensiones sociales y provocan algunas histerias entre algunos colectivos más vulnerables y edad provecta cuando ven que, por más años que cumplen, continúan aguantando mecha mientras niñatos de carnet político se sientan en cómodos asientos inventando estúpidas simplezas para aparentar.

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