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Los enchufados

El PP está adquiriendo una prodigiosa habilidad en la práctica de la doble moral. El cinismo que exhiben en su discurso público, como herramienta dialéctica preferente, resulta ciertamente asombroso. Es un modo de entender la política que sólo se puede interpretar como una zafia burla de la ciudadanía, basada en una insultante desconsideración hacia su inteligencia. Algunos ejemplos, muy de actualidad, nos muestran con inapelable nitidez esta más que reprobable estratagema para ganar voluntades.
Desde hace algún tiempo, el PP repite, con enfermizo frenesí, que una gran parte de la crisis económica del país obedece a la subida de impuestos decretada por el Gobierno de la Nación. Según su doctrina, es justo lo contrario de lo que se debe hacer para recuperar la actividad económica. Sin embargo, aquí en Ceuta, bajo las mismas siglas, se ha materializado el mayor incremento de presión fiscal de nuestra historia (con el agravante de que se ha concentrado en las rentas más débiles). ¿Se puede confiar en quien te intenta convencer de dos argumentos contradictorios simultáneamente? Más curioso (o estrambótico) es el tratamiento dispensado al Vicepresidente Chaves. Aquí, en Ceuta, el PP nos los pasea bajo palio presentándolo como si fuera un virtuoso del arte de gobernar. Pero cuando atiendes a los medios de comunicación de ámbito nacional, la misma gaviota que adorna a Vivas y los suyos, despotrica hasta la saciedad más soez, profiriendo una inigualable panoplia de insultos sobre la misma persona. ¿Es lícita esta fingida esquizofrenia?
No son anécdotas divertidas. Lo realmente preocupante de este modo de aniquilar la ética en la relación intelectual con los ciudadanos es que, además, no es inocuo en su dimensión práctica. El poder pedagógico de la política, mal utilizado, contribuye a pervertir comportamientos sociales, causando efectos demoledores. Uno de ellos tiene una especial incidencia en nuestra Ciudad.
El PP se ha erigido como adalid de un movimiento que pretende recuperar “la cultura del esfuerzo” que, según ellos, ha desaparecido de las aulas como consecuencia del modelo educativo progresista. Una reflexión previa a modo de paréntesis. Es absolutamente cierto que la desmotivación se está extendiendo de una manera alarmante entre los estudiantes. La formación ha dejado de ser una referencia de progreso social incuestionable, y por tanto, universal. Son excesivamente amplios ya los sectores de la población escolar que están absolutamente convencidos de poder desarrollar su vida de manera plenamente satisfactoria sin necesidad de someterse al ímprobo esfuerzo que supone un proceso educativo de, como mínimo, dieciséis años. Existe una presión social en esta dirección muy difícil de superar si no se dispone de apoyo externo suficiente (especialmente de un entorno familiar concienciado y disciplinado). No es fácil revertir  esta situación. Máxime cuando determinados hechos la refuerzan. Es lo que está sucediendo con la política de personal que desarrolla el Gobierno de la Ciudad. El PP, que presume de defender la “cultura del esfuerzo”, enseña a los jóvenes que la mejor manera de obtener un puesto de trabajo de calidad no es estudiar, sino convertirse en un baboso adulador. En una Ciudad como la nuestra, con una desesperante escasez de empleo, y con una brutal asimetría entre el empleo público y el privado; el sistema de selección de personal que aplica el Gobierno de la Ciudad, no es el mérito y la capacidad, sino la afinidad, la docilidad y la sumisión. Todos los ceutíes tienen la certeza (labrada a fuerza de experiencia) de que el método más eficaz (acaso el único) para enrolarse en la administración local es oficiar de fan de Juan Vivas. Guardar los libros en un cajón, y dedicarse a merodear por el entorno presidencial hasta acertar con la tecla adecuada para meter la cabeza en el Ayuntamiento (dice la leyenda que quien entra no sale), es infinitamente más rentable que estudiar.
Pero es que además, y por si no fuera suficiente, esta modalidad de corrupción, impune, genera otra derivada no menos dañina.
Por regla general (dejando a salvo las honrosas excepciones que siempre existen en todo colectivo), las personas que obtienen sus puestos de trabajo sin más esfuerzo que el enchufe, no saben apreciarlos en su justa medida. Se comportan como niños mimados. Se atribuyen todos los derechos (más allá de lo que dictan las leyes y la lógica) y rehúyen las obligaciones. Carecen de compromiso con el servicio público que prestan devaluándolo miserablemente. Aunque, eso sí, votan a Juan Vivas que es lo que se les exige y lo único que parece importar en esta Ciudad.

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