Los Elefantes de la Plaza de Africa

Imagino la expresión de sorpresa de muchos lectores al descubrir tan, en principio, extraño título. No se asusten. Ni es una metáfora –nadie se sienta aludido- ni perdimos el juicio en las recientes celebraciones navideñas. Hace alusión a los paquidermos que habitaron la región ceutí, eso sí, hace dos milenios o algo más. Aunque pueda sorprender a muchos, la referencia a los elefantes ceutíes no es ninguna novedad. Hace ya algo más de una década el Instituto de Estudios Ceutíes publicó la tesis doctoral de uno de sus miembros, el profesor Enrique Gozalbes Cravioto,  dedicada al estudio de la economía de la Tingitana en época romana. En él indicaba que la del marfil era la segunda gran exportación suntuaria de la provincia norteafricana, únicamente superada por la de maderas de “cidro”. No era ésta sin embargo la primera vez que se ocupaba del tema. Ya en 1988 había visto la luz en los Cuadernos del Archivo Municipal de Ceuta otro trabajo suyo dedicado a los elefantes de Septem Fratres.
La exportación del marfil es incluso anterior a la creación de la provincia romana. Se remonta, según algunos historiadores, al eneolítico, si bien de esta datación no existen pruebas concluyentes.
Más seguras son las referencias al “comercio mudo” de este marfil norteafricano recogidas por Herodoto , las menciones explícitas del denominado Pseudo Scylax a la obtención de marfil por los cartagineses en la fachada atlántica norteafricana o las noticias del Periplo de Hannon de la presencia de elefantes al sur de Tánger. Indica este último texto que “tras haber erigido allí [Solunte] un santuario en honor de Poseidón, volvimos a embarcarnos con rumbo Este por espacio de media jornada, hasta que arribamos a un lago, situado no lejos del mar y lleno de abundantes y grandes juncos (en él, por cierto, también había elefantes y otros muchísimos animales salvajes que se hallaban pastando)”.
Ya en momentos de influencia romana –la Mauretania no sería conquistada hasta época de Claudio-, bajo Iuba II, existen datos diversos que permiten certificar esta explotación de paquidermos norteafricanos tanto como bestias destinadas a los juegos circenses a que tan aficionados fueron los romanos como a la explotación del marfil. Como indica Alicia M. García en su tesis sobre este erudito monarca mauretano, Iuba II prestó atención a estos animales aunque desgraciadamente su obra se conoce muy fragmentariamente y a través de otros autores.
En el mundo clásico los elefantes gozaron de “buena prensa”. Al margen de su interés bélico, se les atribuye una serie de características excepcionales.
En primer lugar destaca su peculiar inteligencia, que les hace quebrar sus defensas para no ser capturados. También, una solidaridad notable que les lleva a ayudar a los ejemplares caídos en trampas y a curarles después las heridas. De ellos se pondera su docilidad, que hace posible amaestrarlos así como su extraordinaria longevidad. Se señalan incluso otros hechos extraordinarios como es su veneración por el sol, al que rezaban de rodillas elevando sus trompas al cielo tras purificarse en las aguas del mar, lo que les hacía gratos ante los dioses.
En el caso de los ejemplares tingitanos la dificultad radica en concretar su procedencia pues raramente se especifica el lugar preciso de captura.
Respecto a este punto y en relación a Ceuta, son más explícitos Estrabón y Plinio cuando señalan la gran cantidad de elefantes que existían en esta región de Ceuta. Así, el primero menciona el Monte Elephas vecino a Septem Fratres y el segundo indica que “la provincia montañosa situada al este produce elefantes. Estos se encuentran incluso en el monte Abila y en los montes que llaman Septem Fratres debido a su similar altura, que junto al monte Abila dominan el Estrecho. Es aquí donde comienza el litoral del mar Interno” (traducción E. Gozalbes).  
La intensificación de las capturas en época altoimperial acabó por diezmarlos y en el siglo IV parecen definitivamente extinguidos en la región. Así, aunque todavía en el siglo III d.C. indica Solino que eran frecuentes en Mauretania, Temistio, en la centuria siguiente, afirma que ya estaban extinguidos. Isidoro de Sevilla (siglo VII) confirma esta desaparición al señalar que la Mauretania estaba llena de elefantes pero que en esos momentos únicamente existían en la India.
Existen pues menciones en diversos textos clásicos que señalaban la presencia de estos animales en las inmediaciones de Ceuta si bien estas referencias no habían podido ser confirmadas hasta el momento. Afortunadamente los resultados de las excavaciones arqueológicas han vuelto una vez más a ser generosos con el conocimiento histórico de nuestra ciudad, especialmente en sus etapas más antiguas. Los análisis de la fauna terrestre de la excavación de la plaza de la Catedral efectuados por los Dres. J. Estévez y E. Camarós de la Universidad Autónoma de Barcelona han permitido documentar, por primera vez en nuestra ciudad, la presencia de tres ejemplares de elefantes, posiblemente capturados en Ceuta o sus alrededores en el siglo VII antes de nuestra era. En la muestra estudiada los elefantes están presentes a lo largo de toda esta centuria, aunque su presencia es muy escasa (menos del 0,2 % del total). Se trata de individuos juveniles con marcas de descuartizamiento que denotan su consumo directo.  Destaca también la variedad de familias identificadas entre las que están presentes équidos, úrsidos, suidos, ovicápridos, bóvidos, cánidos, etc.
Es un hallazgo de importancia, que viene a unirse a los publicados por el equipo dirigido por la Dra. Aranegui de la Universidad de Valencia en Lixus, porque permite certificar con pruebas fehacientes lo conocido por los textos conservados del periodo y porque permite caracterizar la idiosincrasia del asentamiento protohistórico ceutí.
En definitiva, una nueva buena noticia en la arqueología ceutí que servirá también para dar a conocer en el mundo académico nacional e internacional el esfuerzo realizado desde hace ya más de medio siglo por desentrañar los enigmas de nuestro más remoto pasado.

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