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Los discípulos se transforman en apóstoles

Cuando Myriam me contó las excursiones que había hecho recientemente con el Sindicato para atención de los mayores, se me pusieron los dientes largos, y sentí mucho no haber podido estar con ella, pues esos viajes son maravillosos, van a lugares frecuentados sólo por los israelitas, alejados del mundanal ruido. Primero llegaron a los Altos del Golán, allí se encuentra un kibbutz, en cuyo altozano se divisan los países de Jordania y Siria. En aquel territorio viven muchas familias palestinas, por lo que se observa mucha vida y movimiento entre las aldeas vecinas. Cuando terminaron el almuerzo en el kibbutz, les enseñaron todas las dependencias y las actividades agrícolas que se desarrollan en el lugar. Aquello son en realidad vergeles que se han ido formando con mucho esfuerzo en medio de una gran aridez, y que ha sido llevado a cabo por colonos allí instalados. El sistema de vida que siguen es un ejemplo para el mundo entero, porque todo se reparte y nadie se queda con lo que corresponde a la Comunidad. Sus habitantes disfrutan de los bienes que producen con su trabajo, y no existen las carencias de unos, ni las abundancias de otros. Ya quisiéramos muchos que en nuestros países existiese la igualdad ciudadana; entonces sí que habríamos erradicado las bolsas de pobreza, la pobreza energética, las desigualdades sociales y todo lo que conlleva a la frustración  social y a la tristeza individual… Me dijo Myriam que luego los llevaron a Tiberias, Mágdala y Corazaín. En Tiberias tenemos multitud de acontecimientos importantes que vivió Jesús; en Mágdala había vivido María Magdalena, donde estaban instalados acuartelamientos militares romanos y donde se formaron las primeras comunidades cristianas, como lo demuestra la arqueología del lugar. Pasaron un día espléndido, y se animaron para volver a la siguiente excursión, que fue la visita de la tumba de Ragel, o Raquel, “a la que llamamos Nuestra Madre, y que significa Caridad. Yo había visitado el lugar hacía muchos años. Entonces aquello era  sencillo, poco significativo, pero hoy es un  sitio impresionante y majestuoso. Ante la tumba, mientras oraba, se acercó una rabbaní y estuvimos conversando. Después me dijo “cuando tú explicas tus criterios sobre la Ley, yo lo veo de otra manera, lo entiendo mejor”. Yo le dije que cuando leyese el Texto pidiera a Dios discernimiento para entender mejor lo leído”. Raquel, como dice el Génesis (a partir del capítulo 29 y hasta el 35), era la hija pequeña de Labán, que vivía en Mesopotamia con su ganado y tierras. Allí llegó Jacob, hijo de Isaac, huyendo de la ira de su hermano Esaú, por haberle arrebatado con engaños su derecho de primogenitura. Quiso Jacob a Raquel desde el primer momento que la vio, pero Labán le dio a Lía por esposa con engaños, después de haber trabajado durante siete años para poder casarse con ella. Raquel sólo pudo darle dos hijos: José, que ya contaremos su preciosa e interesante historia, y Benjamín, el pequeño de los doce hijos de Jacob. Ella murió en el parto, desde entonces, las mujeres a punto de parir, piden su ayuda para ese momento tan difícil. “El lugar de la tumba está al sur de Jerusalem, en Efrat ( Efratá, donde se encuentra Belén). Almorzamos en el hotel Rey David, de lujo. Son situaciones que nunca olvidas y te ayudan a vivir de bellos recuerdos”. Yo le dije que mi deseo hubiera sido pasarlo con ella… Hoy hace un apacible día y se puede navegar por el Lago con serenidad. Las barcas de Pedro y Juan navegan ligeras en unas aguas de intensa actividad comercial y social. Las barcazas que navegan por allí se han enterado que Jesús va en la barca de Pedro, por lo que se aproximan más aún gritando con súplicas y peticiones al Señor, mientras Él bendice a todos y les sonríe. Con Él están Su Madre y y Su tía, madre de los Alfeo. Y en la de Juan se encuentran María Salomé, madre de los Zebedeo, y Susana, de Caná, en cuyas bodas estuvo Jesús e hizo Su primer milagro reconocido, convirtiendo el agua en vino. Jesús va contestando y confortando a los que Le imploran con fe la solución de problemas que se les acumulan. “Me acordaré de tus lágrimas, y serás consolado, no lo dudes”, dice a unos y otros. Llegan a tierra. Todos se bajan ya de las barcas y éstas se marchan a Tiberíades con los que las conducen. Ellos se encuentran en un pueblecito pobre que no conoce al Maestro. Jesús va indicando a cada uno de los Suyos donde se irá. Su Mamá, su tía y Salomé van a Nazaret. Susana irá a Caná. Y Él tomará otro camino junto a los discípulos. “Mientras, enseñaréis a vuestros conocidos”. Su Madre y las demás mujeres se arrodillan para que el Maestro las bendiga antes de la marcha. Él se despide a orar y pide a los que se quedan, que esperen Su regreso. Ellos suben a una colina muy escabrosa, con un sendero estrecho, por lo que marchan en fila india, en un silencio absoluto. Quizás piensen Sus discípulos a dónde irán, pero no pronuncian palabra alguna. Es muy difícil andar por aquellos peñascos, entre maleza y zarzas. Por fin llegan a un lugar agujereado de cuevas prehistóricas que parecen no haber sido habitadas desde entonces. Corren por esos parajes pequeños torrentes, que les servirán para beber. Traen alimentos en las alforjas, y en aquel sitio es donde vivirán hasta que el Maestro disponga otra cosa. Jesús les pide que no se contraríen, ni protesten. “Debemos estar muy unidos, con total recogimiento, pues tal vez no volvamos a encontrarnos todos juntos en otra ocasión. Quiero formar una sola Institución con vosotros, a partir de ahora”. Jesús les pide quiten el peso de su corazón y lo dejen en las cuevas donde van a estar apartados de todo, y en oración durante unos días. Los quiere fuertes en el espíritu. “No os hablaré mucho, tendréis que meditar a solas. Para ello, os doy la gran medicina: LA ORACIÓN. Oré siempre por vosotros, y ahora vosotros oraréis en soledad, en diálogo animado con Dios y lleno de confianza en Él. La oración es el todo, y de esa forma encontraréis a Dios. Para ello hay que estar fuera del mundo. Ahora sois pigmeos, como niños, flacos, por falta de alimento espiritual. Aquí llegaréis a la madurez espiritual. Renovados. Nos reuniremos a orar juntos por la mañana, al mediodía y por la tarde, con las antiguas plegarias de Israel. Y partiremos el pan. Después cada uno a su cueva, con el alma unida a Dios, preparándoos para cuando comience vuestra Misión. Deberéis ser perfectos, sin cansancio, ni fragilidad. Por ello, escuchaos, medid vuestras fuerzas y después tendréis que decidir. Esta es la última vez que os lo digo, después ya no seréis quienes erais, sino Mis Ministros. Idos cada uno a su cueva. Hace un año que nos conocemos, dentro de poco Me marcharé, por lo que es urgente que aprendáis a valeros por vosotros mismos. Los alimentos quedarán en Mi cueva. Yo los distribuiré. No es mucho, pero el espíritu no debe estar embotado ni somnoliento con la comida. Saldréis elevados, ya lo veréis”. Han pasado algunos días en silencio, a solas. El Maestro parece haber decidido ya la marcha. Primero el Señor contempla la radiante primavera a Su alrededor. Los animalitos llenos de vida, salen de sus guaridas y corretean por la maleza y entre las piedras. Ardillas, liebres, conejos,… Un petirrojo se ve silbando entre los árboles; un precioso mirlo, que busca comida. Jesús desmiga un trozo de pan para que los pajarillos cantores coman a Su alrededor. ¡Todo es belleza que Dios ha creado en Su amoroso cuidado! A continuación, Jesús se dispone para despertar a Sus amigos entrando en cada una de las cuevas donde duermen. Todos se despiertan despistados aún. Juan se echa a los hombros del Maestro, pues ha tenido grandes revelaciones en el interior de la cueva. “Tú eres Señor, el Amor Eterno de la Santísima Trinidad. Muchas cosas se me han revelado, y he podido comprender en esta oscura y fría cueva. Tú me has enseñado las verdades Celestiales. Eres la Segunda Persona del Misterio de Dios. Eres el Verbo Divino, oí Tus palabras en medio de la noche. Tú, Hijo de Dios, Dios como el Padre y Dios como el Espíritu Santo. Eres el Eje de la Santísima Trinidad. Eres el amor del Padre, atributo de Dios. Mi corazón Te ha comprendido. Hazme morir de este Amor, dulce Dios mío”. Inclina su cabeza de nuevo en el corazón de Jesús,  y llora en silencio. Jesús le acaricia sus cabellos. Juan pide al Señor que no diga nada a los demás de lo que le ha sucedido, y el Maestro le asegura que mantendrá el secreto. Salen al encuentro de los otros, que esperan sin hablar, recogidos, ensimismados, silenciosos, con una gran majestad en sus rostros, como si fuesen ahora verdaderos Patriarcas. Hasta Judas está lloroso, evadido en sus pensamientos. Pedro mira al Maestro fijamente, pero no dice nada. La cara de Juan está pálida, pero llena de luz. El Señor los va llamando uno a uno, con solemnidad. Les pide que se sienten en el suelo. “Os debo hablar. Habéis aprendido dos grandes virtudes: la humildad y el silencio, y ahora sois hijos de la caridad. Ha nacido en vosotros el santo pudor. El primer día os parecían repulsivas e inhóspitas estas cuevas, y ahora os parecen habitaciones agradables y perfumadas. En ellas habéis conocido a Dios; antes no lo conocíais en profundidad. Entre vosotros, unos están casados, otros tuvisteis relaciones con mujeres, y otros sois castos. Pero ahora ya sabéis cuál es el amor perfecto. Dios se os ha revelado a los que sois vírgenes y a los que ahora sois castos. Él es Purísimo, y a la creatura limpia de lujuria la recompensa, al privarse de todo placer por amor a Dios. En verdad os digo que os tengo gran amor, hasta el punto que Me quedaría aquí con vosotros para que fuerais grandes santos, así no caeríais jamás en el pecado. Pero no puedo, pues debo cumplir con la Misión encomendada por el Padre. Debemos ir todos al mundo, que nos espera y tiene necesidad de maestros y redentores. Al conocer ahora más a Dios, lo amáis más que otros. Ahora anheláis a Dios más que a nada en el mundo. Encerrad en vuestro corazón el tesoro que se os ha dado. Conservadlo y guardadlo para siempre. Estáis curados de cualquier herida mundana. De hoy en adelante no seréis Mis discípulos predilectos, sino Mis Apóstoles, cabeza de Mi Iglesia. De vosotros saldrán todas Sus jerarquías por los siglos de los siglos. No os escogí porque fueseis los más dignos, sino por causas diversas, que ya sabréis. Fijaos que los pastores fueron Mis primeros discípulos, sin embargo, así está bien que Yo lo haya dispuesto de esta manera. Unos sois galileos, otros judíos. Unos cultos y otros sin conocimiento. Unos ricos, otros pobres… De este modo el mundo no podrá objetar que hiciera distinciones entre diferentes cualidades humanas. No obstante, en vuestro trabajo no daréis abasto, pues siempre tendréis mucha tarea que hacer. Os recuerdo (en Crónicas dos, capítulo veintinueve), cuando Ezequías, rey de  Judá, hizo purificar el Templo, y luego ofreció sacrificios por el pecado, por el Santuario y por Judá. Después se procedió a las ofertas de cada uno, pero no tenían bastantes sacerdotes para las inmolaciones. Con el fin de ayudar a los levitas, fueron llamados algunos hombres, que los consagraron con ritos más sencillos de los que se hacían a los sacerdotes. Así lo haré Yo, que soy Pontífice Eterno, pues vosotros solos no sois suficientes para tanto trabajo. Os agregaré discípulos que os ayuden. Unos esperan en la falda del monte, otros más arriba, y otros esparcidos por todo Israel. E incluso otros tantos por todos los confines de la Tierra. Pero con una sola Misión ante los ojos de Dios. Por ello, habréis de vivir santamente, llevando siempre almas al Señor. Destruiréis las idolatrías y purificaréis los corazones y también los lugares. Predicaréis la Palabra de Dios, que es el cargo más santo y digno sobre el orbe. Y ¡ay del Apóstol que cae!, pues con el escándalo arrastra a otros muchos discípulos, y éstos, a muchos más fieles. Todos seréis perfectos, pues el mundo, hijo de Satanás, estrangulará vuestra alma. Defendeos de la carne y del demonio, pero sobre todo, defendeos de vosotros mismos, que es mucho lo que os acecha: la soberbia, la tibieza, la avaricia…  Cuando os ocurra la tentación acordaos de la cueva de la montaña para evitar el pecado. Ahora vamos a encontrarnos con los demás, que esperan nuestro regreso con mucha emoción. Yo iré a Tiberíades, y allí  nos encontraremos en el monte cerca del mar. Por aquellos poblados  subiré a predicar”. Se despiden. Jesús entrega las bolsas y los mantos, para con ello ir El más libre, sin equipaje alguno. Después de unos días ha regresado el Maestro a la mitad de la ladera del monte, al  encuentro con los Suyos; también ha venido mucha gente que le espera para escuchar Su palabra y recibir curaciones milagrosas. El Señor los consuela y se compadece de ellos. Hay un niñito todo quemado, porque se había caído en un pajar ardiendo. Era un amasijo de carne maloliente, que gemía sin fuerzas. Jesús sopló por encima de su cabeza y el pequeño quedó curado al instante y sin rastro de quemaduras. La mamá lloraba de gozo ante el asombroso milagro. Los demás estaban atónitos, cantaban salmos y alababan a Dios. Un pobre abuelo, enfermo de tuberculosis, le pide ayuda, ya que cuida a sus nietecitos huérfanos, y tiene que trabajar la tierra con dureza para darles de comer; e inmediatamente queda sanado. Alguien pide misericordia y piedad al Señor en su interior. Jesús dice que atiende a su petición. “Rompe las ligaduras con el pasado y ven a Dios, que te espera con un amor absoluto”. Les dice a todos que Sus discípulos han aprendido a diagnosticar lo que necesita cada alma. “Dirigíos a ellos, Yo los he elegido”. Los Apóstoles tienen cara de espanto. Él les sonríe para infundirles ánimo. “Darán a vuestras almas luz de estrellas y consuelo de rocío. Así resurgiréis de las tinieblas que os envuelven. Seréis con ello, fuertes, y tendréis una alegría sobrenatural en vuestro ser. La paz sea con vosotros. Debo irme, otros más necesitados Me esperan. No os dejo solos. Mis Apóstoles os cuidarán”. Apenas si puede hacerse paso entre la multitud. Jesús toca con Su manto a una anciana medio paralizada. Al verse libre de la parálisis, grita de alegría, pues ahora puede mover su cuerpo con soltura:” ¡Gloria al Mesías del Señor!” Y por fin el Maestro, a solas con los Suyos, les pide que regresen a sus cometidos. “Esperad Mi regreso”. Cuando al fin se ven solos, se sienten desamparados e incapaces de comenzar con una nueva responsabilidad de la que se sienten inseguros. Pero Tomás dice que deben obedecer al Maestro sin demora. Pedro está aterrado, piensa que para él es una tarea imposible de llevar a cabo. Santiago de Alfeo insiste en que obedecer es amar a Dios. Zelote dice que ha llegado la hora de ayudarlo. Bartolomé comenta que ya no solo hay que llevar las alforjas, sino que ha llegado la hora de ayudar al Rabbí. Santiago Zebedeo, hermano de Juan, está compungido y lloroso, pues se considera un ignorante. Y Andrés avisa que vienen ya los del pueblo para ser consolados. Mateo, con suma humildad, pide orar juntos, por lo que dice a Judas Tadeo que comience con la plegaria de Salomón, para pedir que Dios les conceda sabiduría. “Dios de mis padres, Señor de misericordia, que todo lo creaste…”. La gente los rodea y les hace muchas preguntas. Quieren seguir al Maestro “desde los senderos del alma”, como dice Jesús. Iscariote les responde que para ello han de ser perfectos. Santiago de Alfeo agrega que es necesario cumplir con la Ley de Dios, y con ella, llegar a la perfección. Un joven del grupo dice a los Apóstoles que los que han venido a por ayuda, están perdidos, pues conocían el camino antiguo, largo y difícil. Escabroso. Y ahora ven un camino limpio y luminoso, más alto y fácil. No sabemos llegar a él, ¿cómo lo hacemos?”. Judas Iscariote se ha dado cuenta de quién es este joven tan instruido y con quién está. Pero, ¿cómo se lo dirá a los demás, con tanta gente allí concentrada?

BIBLIORAFÍA: “Poema del Hombre Dios”, María Valtorta; Mt.10,1-4;Mc. 3,13-19;Lc.6,12-16; Gén.8,115-9,17;12,1-9;15;17;28,10-22;35,1-15; Sab. 9

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