El debate sobre la españolidad de Ceuta nunca estará cerrado. La inquebrantable voluntad anexionista de Marruecos, la amplitud y fortaleza de sus aliados, y el arraigo de los postulados contrarios a nuestros intereses en sectores del espacio de opinión nacional e internacional muy significativos nos obligan a convivir indefinidamente con esta antipática y desagradable controversia. Otra cosa bien distinta es que sus manifestaciones se produzcan con mayor o menor intensidad o virulencia, supeditadas a cada coyuntura política. Por ello, cuando vivimos una época de tranquilidad, la confundimos con un espejismo que nos hace creer que la pesadilla terminó. Peligrosa distracción. La enemistad es el más fiel de los sentimientos. Quizá por eso han sorprendido los últimos fogonazos. Un periodista propone “vender Ceuta y Melilla a Marruecos” como alternativa a los recortes sociales; y otra líder de opinión equipara Ceuta y Melilla a Gibraltar. Esta interpretación del conflicto, sustentada en la teoría de la “psicología de los mapas” está demasiado extendida en nuestro país.
Estábamos aletargados. Pero la amenaza sigue latente. Inevitablemente. Por ello lo que Ceuta debe hacer es diseñar una estrategia que le permita desenvolverse con éxito en la tormenta. Es conveniente actuar con inteligencia y determinación para reducir a su mínima expresión estas corrientes de opinión tan extraordinariamente lesivas. La respuesta del pueblo de Ceuta, ante las constantes agresiones a nuestra seña de identidad por excelencia, no puede ser un desordenado y provinciano concurso de insultos e improperios carentes por completo de interés más allá de un desahogo tan pueril como estéril. La sensación de histerismo que transmitimos es contraproducente. La razón siempre se expone con serenidad y aplomo. Por otro lado, deberíamos entender que el argumento de que “Ceuta es España antes de que Marruecos se constituyera como estado”, aún siendo cierto, ya está más que amortizado. Lo que deberíamos averiguar y combatir son las causas que impiden que este razonamiento, aparentemente concluyente, sea incapaz de cambiar opiniones y mentalidades. Aquí tropezamos con la imbatible fuerza pedagógica de los hechos. De muy poco sirve disponer de un magnífico elenco de convincentes argumentos, si los comportamientos públicos no guardan la coherente sintonía.
Estas reflexiones nos conducen, inexorablemente, al debate autonómico, como máxima expresión de una cesión implícita del reino de España a las pretensiones marroquíes. Es un modo dulcificado de rendición. Pero no deja de ser una inocultable claudicación. Todas las personas con un cierto nivel de formación e información saben perfectamente que Ceuta y Melilla no son Comunidades Autónomas porque Marruecos ha exigido, y conseguido, que no se modifique el “status” de ambas Ciudades. El limbo administrativo es el lugar ideal para quien reivindica un territorio sin urgencias. La traición se perfecciona mediante una trama política de consumo interno, habilidosamente pergeñada entre PP y PSOE, destinada a convencer a una incauta ciudadanía de que Ceuta y Melilla están integradas en el estado de las autonomías como miembros de pleno derecho, desactivando de esta forma un incómodo movimiento reivindicativo. Pero la realidad es demasiado tozuda. Cada situación comprometida se salda con un gesto dudoso, esquivo o equívoco. De hecho, en el discurso de PP y PSOE son muy frecuentes las expresiones relacionadas con las “17 Comunidades que forman España”, creando paulatinamente en el imaginario colectivo una idea de España que excluye a Ceuta y Melilla.
Esta sucia maniobra se puede entender (no aceptar) desde la perspectiva de quien ostenta la responsabilidad del Gobierno de la Nación. Es muy complicado gestionar un conflicto con Marruecos. El peso específico de Ceuta y Melilla se diluye en un inextricable marasmo de relaciones, interrelaciones, influencias y poderosos intereses de toda condición. Lamentablemente, hasta ahora, el pragmatismo ha impuesto su implacable ley. Pero esto ha sido así, entre otros motivos, porque los ceutíes obnubilados, narcotizados o derrotados, nos hemos convertido en cooperadores necesarios. Porque lo que resulta absolutamente repugnante es que los ceutíes (enrolados en el PP, o en el PSOE) se presten a un juego suicida que contiene tácitamente, y a largo plazo, la cesión futura de Ceuta y Melilla a Marruecos.
La posición del PP local refleja con meridiana claridad la rotundidad de la traición. Cuando Caballas expuso en el Pleno de la Asamblea que renunciar a que Ceuta sea Comunidad Autónoma debilita la defensa de nuestra españolidad, el portavoz del PP respondió diciendo que la defensa de la españolidad de Ceuta quedó demostrada en el episodio de Perejil. No existe ni un solo ciudadano en su sano juicio que piense que el conflicto entre Marruecos y España se va a dilucidar en el ámbito bélico. El PP no alberga la menor duda al respecto. Pero habla así, no para defender Ceuta, sino para defender sus votos. Es tal la desconsideración que dispensan al pueblo de Ceuta, que están convencidos de que estas ridículas apelaciones a la testosterona cautivarán a una ciudadanía atrapada en el túnel del tiempo. Lo peor es que los hechos avalan esta penosa opinión.
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