La falta de una RPT convierte el asunto de las contrataciones en materia farragosa, dada al escándalo social y teñida, siempre, de suspicacias. La ley del mínimo esfuerzo y del compadreo termina imperando en una ciudad en la que todo se presume, más aún se cuestiona y más se pide. Por muchas comparecencias, por mucho alarde de transparencia, resulta harto complicado defender claridad cuando las casualidades son tan constantes y las colocaciones terminan teniendo parentesco familiar o ideológico. Son contratos al estilo ‘secta’, es decir, obtienes un puesto de trabajo si te subes al carro de quienes piensan igual que el páter. Los demás, deberán esperar mejores tiempos.
El propio presidente Juan Vivas reconocía como asignatura pendiente la falta de esa relación de puestos de trabajo. Pero ese reconocimiento no vale cuando son ya bastantes años los que han pasado sin disponer de ese esqueleto económico que designe lo que debe cobrar cada funcionario según categoría, evitando así los mamoneos que pueden sucederse y dar lugar a cobros tan diferenciados como los que hay en la actualidad.
En lo laboral, nos desenvolvemos en un ámbito turbio, en el que las palabras ‘amiguismo’ o ‘enchufe’ están a la orden del día. Pero no las focalicemos sólo en el lado acusador hacia el Gobierno; son demasiadas las convocatorias en las que la crítica sindical ha brillado por su ausencia, mientras que en otras se produce una campaña de acoso y derribo brutal. ¿Extraña esa disparidad de criterios? Ya no. La demagogia barata se ha convertido en bandera de demasiados frentes, algo que sumado a la palabrería barata y a la necesidad de denunciar según intereses convierte la transparencia o la necesaria fiscalidad en una mera utopía.