Tres hechos singulares están introduciendo en las últimas semanas una aceleración sin precedentes en la dinámica imparable de los contenciosos diplomáticos españoles. Tras el Brexit cuya incidencia real sobre Gibraltar ya sólo admite ponderaciones cualitativas, en diciembre el Tribunal de Justicia europeo ha estatuido que el Sáhara Occidental no forma parte de Marruecos, lo que se traduce en la prohibición para Rabat de utilizar los productos saharauis, limitando así los acuerdos comerciales y en la misma línea, más que previsiblemente los de pesca entre la UE y el reino alauita. Y sólo hace una semana, ochocientos cincuenta africanos han asaltado y saltado masivamente, dos veces en 72 horas, la valla ceutí que por lo desbordable, minora su valor hasta simbólico.
Más allá de cualquier exégesis, parecería emerger con claridad la siguiente proposición: Los nuevos factores dan un cuadro de situación neotérico y por encima de lo novedoso, si no imprevisible sí imprevisto hasta hace pocas fechas, autorizando a formular cuestiones fundadas sobre el fondo de los diferendos, que parecen encaminarse hacia un turning point. Si hasta ahora la duda metodológica hispánica radicaba en proseguir manteniéndose a la defensiva, jugando con las piezas negras, en estos momentos España parece estar facultada para jugar con las blancas, tomando la iniciativa, con un margen bastante, en este lubricán del ajedrez diplomático de los contenciosos. Porque si hay algo claro es que así, donde la situación global no sólo no se resuelve sino que se deteriora progresivamente, no se puede seguir.
En la partida, Madrid debería de basar su juego ante Marruecos y en el Sáhara, en los caballos, pieza más noble aunque más torpe que los incisivos alfiles, más apropiados en la situación casi directa del post Brexit en Gibraltar, y teniendo en cuenta, como idea-guía, la virtualidad de las interconexiones en los diferendos como variable nucleadora. ¨Ningún estado permitirá que una potencia controle las dos orillas del Estrecho¨ (aunque, como ya han sentado los analistas, con España en la OTAN, el aserto podría ser susceptible de segunda lectura) en la valoración geoestratégica de Hassan II, el gran dosificador de los tempos reivindicativos, completado con el corolario ¨cuando España recupere Gibraltar, Ceuta y Melilla volverán a Marruecos¨. Y a su vez, la imprescriptible reclamación alauita sobre las ciudades españolas, se muestra mediatizada, en imprecisable pero alta medida, por la resolución del asunto Sáhara.
En esta situación, Rabat muestra abiertamente sus cartas, por lo demás tan visibles como conocidas y reconocidas y, tras reingresar este enero del 2017, en la Unión Africana, que había abandonado en 1984 cuando la entonces OUA admitió a la RASD, juega un papel decisivo en la emigración irregular, enfatizando la dificultad de ser el primer gendarme en beneficio de los europeos, mientras hace valer su contribución especial a la lucha contra el fenómeno capital del terrorismo, al tiempo que reclama mayores facilidades para la entrada de sus productos en la Europa con la que colabora.
¿Y España? Madrid no puede, como salta a la vista y así se ha sostenido, desaprovechar la oportunidad única, impensada del Brexit, siempre con mayúscula por sus efectos, e invariablemente sin perder de vista el hipnótico punto de referencia de ¨ la diplomacia mercantilista, de tenderos ¨, como sir Harold Nicolson caracterizaba al accionar exterior británico, replanteando la tesis de la cosoberanía, con sus matices, asumida por el actual ministro de Exteriores, esgrimida por Morán, reformulada por Matutes, puesta en la mesa de negociaciones con Aznar-Blair y relanzada por el titular anterior de Santa Cruz, con su torpe ¨pondré la bandera¨, que sin su recusable sentido de la patrimonialización de nuestra sufrida política exterior en el Peñón, hubiera quedado en un más discreto ¨pondremos los españoles la bandera¨.
Siempre por supuesto, con el asenso de los llanitos y el correspondiente blessing desde Londes, doble condición sine qua non, que podría prenegociarse muy cordial y simbólicamente - lejos del ¨a Ynglaterra metralla que pueda descalabrarles ¨, del muy citado por nosotros Gondomar- hasta tomando un café con Picardo en el Jury´s, lo que como los conocedores intuyen no supone ninguna boutade, sino más bien situar coloquialmente la cuestión en coordenadas mentales y geográficas, en principio no reñidas con un asunto que todo él, es sui generis.
Y al tiempo de sopesar debidamente que no es lo mismo tratar con los hijos del Profeta que con los de la Gran Bretaña, si existiera la suficiente voluntad política, ahora, justo ahora, sería el momento, en el juego del federalismo nacional que se avecina, de, como hace años se ha propuesto, elevar a las ciudades a comunidades autónomas (ya hace casi tres lustros, ante una pregunta periodística, me pronuncié positivamente, como antes habían hecho otros tratadistas, sobre su factibilidad constitucional) reforzando su status, que es lo que demanda en primera instancia el interés nacional, que se vertebraría además en términos psicológicos, tremendamente valorables, agradecidos, por aquellas latitudes.
Y de manera subsidiaria, abriendo un abanico de posibilidades que ya he recogido reiteradamente, y que podrían llegar, con el tiempo y vistas las circunstancias del momento, hasta la independencia, sin que resultara inconveniente determinante la exigüidad territorial (Ceuta,19.300 kms cuadrados; Melilla, 12.300). Recordemos que Mónaco tiene una superficie de 20 kms. cuadrados. A partir de ahí, la viabilidad sería otra cuestión, lo que emplaza el tema ante la posibilidad teórica de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de la ¨amistad protectora¨ de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino y dentro de esos regímenes interesarían los aspectos económicos, es decir, las uniones aduaneras del tipo Liechtenstein-Suiza o Mónaco-Francia.
¿Y en el Sáhara? Dentro de nueve meses, en enero próximo, hará cuarenta años que el diplomático que suscribe comenzó a ocuparse de los 335 compatriotas que allí quedaron, a los que censé, siendo felicitado y condecorado también por tan relevante misión, quizá una de las mayores operaciones de protección de españoles del siglo XX.
Tras la digresión anterior, que va tanto dentro como fuera de texto y ante el dramático impasse, el análisis debería de incluir como dato configurador, que los polisarios iniciaron, natural y lógicamente, una guerra colonial, de liberación, frente a España, aunque dadas las circunstancias a pequeña escala pero con algún que otro episodio mayor, que llevaron a Madrid a cerrar las oficinas de representación que los saharauis tenían en España. Y que después, libraron una contienda contra Marruecos, donde la suerte de las armas les fue esquiva. Y ya han recordado los tratadistas, que en las guerras los derrotados pierden territorio y mencionado el caso de México, que vio amputado nada menos que el 55% del suyo a manos de Estados Unidos, por citar un ejemplo con participación de unos de los principales intervinientes en el conflicto saharaui. Al mismo tiempo, la RASD ha obtenido de manera concluyente la victoria diplomática en el conflicto, que no quedará resuelto hasta que se celebre el referendum de autodeterminación, en el sentido que sea. Y además, procede añadir, que de la controversia se ocupan tanto la ONU, como la UA, y ahora, que ese es el punto, asimismo la UE, esto es, atención, pues, de primer nivel.
Aceptando como verosímil la bondad de la tesis aquí expuesta, es decir, que se asiste a un cambio, relativa pero quizá suficientemente sustancial en la temática de los contenciosos, España debe de integrarse en la coyuntura y efectuar sin mayores dilaciones, el indicado movimiento de caballo, indirecto, que vistos los importantísimos intereses que tenemos en Marruecos, no habrá necesidad de subrayar que requerirá un delicado trabajo de ingeniería y hasta de artesanía diplomática, siempre de la mano de la realpolitik, para adaptar, hasta donde las tensiones lo permitan, el interés nacional a la indeclinable responsabilidad histórica.