Los coches del cuco

Muchas veces la vida es como una tragedia griega, otras hasta te escalfa los huesos, porque no me digan que lo de Marta del Castillo, no les hincha ya las venas del cuello.    A mí, llegados estos días en que el levante barrunta el calor del verano y que la gastroenteritis vírica ha hecho mella en los colegios, me molesta hasta que se mencione en prensa a Marta como la joven sevillana presuntamente asesinada, porque díganme ustedes, que de todo saben, si no les suena la expresión a coña o chufleo , porque parece- mismamente- que la criaturita está por ahí divirtiéndose , con ese presuntamente asesinada, porque aún no se ha dado con su cadáver , o lo que es cien mil veces peor , puede parecer , que , por infundios de los que nos dedicamos a cotorrear en prensa, el cuco , el Carcaño y los otros no son más que angelitos desplumados, a los que encausan , sin pruebas, ni culpa alguna.                                                                                    
Ahora , la gaita- en este caso en el que han soplado todos los vientos desde el principio-la inflan los coches de la madre del Cuco y de su pareja, en número de tres , a los que la policía, como no tenía ni indicios, de que existieran , los dejó correr, al parecer, con pruebas posibles, de que en ellos se había trasladado el cuerpo de Marta.                                                                                                                                            
Uno de ellos y sus posibilidades de enterarnos, que fue lo que –realmente- sucedió esa noche con esa niña, ha quedado destruido, por las casualidades fatales de dejarlo abandonado en la vía publica , con las ruedas pinchadas y medio destrozado, siendo recuperado por la grúa, y llevado a desguace, donde se pierde el rastro biológico que pudiera haber.                                                                                                                                                    
El otro ha sido recuperado, pero veremos a qué lleva, porque ha tenido que andar lo suyo, hasta con las ruedas pinchadas.   Lo que está claro, al menos para mí, desde un principio, es, que este caso, es sangrante y no se me olvida el correo que recibí hace ya demasiado tiempo, en el que se me pedía que difundiera la foto de una cría desaparecida ,de cara angelical y cuerpo de modelo , que había tenido la mala suerte de cruzarse en su camino con un chico malo, de los malos –malos , que gustan tanto a las niñas guapas, a esas que en su casa no les falta de nada y a las que parece que Satanás, se place en tentar con el peor de los destinos.                                                                                                                                               
Durante días publicité en mi bló-hoy tan extinto por mi voluntad, como la querida niña- su cara, su nombre y el lugar donde- al parecer- había desaparecido. No se me olvidará la gente que la buscaba, ni se me olvidará la llamada angustiada de sus padres , ni de su familia, que decían a ciencia cierta, que era causante el que ahora también es presunto, clamando que se la había llevado contra su voluntad.                                                                   
¿ Y saben qué me mata?... que Marta era joven y guapa, como tantas muñecas con vida que pueblan los tuentis y las discotecas light y las risas y los ligoteos, mientras los chicos malos-malos están ahí, al acecho, como el lobo de Caperucita, esperando la cestita de la abuelita, en mitad del bosque. Marta era joven  y guapa, y ya no está, eso es cierto, no presunto sino real, no está, su padre no la mira, ni la lleva al instituto, ni sueña con su futuro, ni se preocupa por con quién va, mientras el lobo del cuento , presuntamente comedor de la niña y de su abuelita, espera juicio y cuenta mil cuentos y los coches se destruyen y los padres y las novias y los amigos y los hermanos, presuntamente presunteados, hacen o dicen o redicen lo que les da la gana, para dejarnos a todos con dos palmos de narices y algunos , con las venas del cuello hinchadas como cabos de amarrar, por tener que soportar tal sarta de bajeza y necedad.