Opinión

Los arquitectos del barro: las golondrinas

Suelo pasar al menos dos meses al año en mi querida tierra extremeña. Un mes en primavera, cuando Extremadura estalla de exuberancia verde, frondosidad, luz y colores, teniéndose allí un encuentro pleno con la naturaleza. Y otro mes, en octubre, cuando ya ha declinado el rigor de los tórridos calores del estío, y se puede volver a disfrutar de envidiable paz, quietud y sosiego, que tanto relajan y recrean los cinco sentidos.

Estando allí en el pasado mes de abril, como sucede todos los años, llegaron las alegres golondrinas, fieles con su ineludible cita de primavera, a la que nunca faltan en busca de un clima más suave y benigno. Sus costumbres y comportamiento son tan atrayentes y sugestivos, que este año sentí la curiosidad de observarlas para conocer sus hábitos y forma de vida en común, prometiéndome a mí mismo que les dedicaría un artículo, promesa que ahora cumplo. Y es que estas simpáticas aves migratorias, son muy caseras y casi familiares, hasta el punto de que construyen sus nidos en las casas habitadas de los pueblos, donde llegan cada año por la misma fecha con pasmosa exactitud en su puntualidad, siempre al mismo lugar donde el año anterior eclosionó el cascarón del huevo del que nacieron, y donde vuelven a criar, para luego emprender la marcha entre últimos octubre y primeros de noviembre. Es decir, que participo tanto de su llegada que de su partida.

En cuanto llegan, comienzan a posarse en los balcones y en los alambres, normalmente por parejas, cantando y revoleteando por los tejados, alrededor del viejo nido del año anterior, al que primero se asoman con curiosidad y cautela para ver si es el mismo en el que nacieron o tienen que construir otro nuevo. Alegran mucho el ambiente, con sus armoniosos cantos y notas melodiosas que dan al entorno riqueza y colorido. Porque, ¿habrá cosa más bonita y complaciente que la que todavía se vive en muchos pueblos extremeños de poderse despertar al amanecer con los armoniosos cantos de los gorriones y las golondrinas revoleteando por los tejados, y con el típico “quiquiriquí” de los gallos anunciando el nuevo día?. Creo que merece la pena contarlo a quienes no hayan tenido la ocasión de verlo con sus propios ojos.

Pronto comienza la pareja a cortejarse con sus vuelos juguetones y nupciales, porque las golondrinas son aves muy enamoradizas y monógamas que se emparejan para toda la vida y sólo se aparean con su pareja elegida. Empiezan a seguirse en sus vuelos fugaces y quebradizos, cruzándose cada vez más cerca a modo de exhibición como si gustaran mutuamente de exhibirse para atraerse, hasta que la hembra ya está receptiva, porque hasta entonces el macho ni siquiera se le ocurrirá intentar copular. ¡Qué lecciones tan hermosas nos dan en eso y en otras muchas cosas los animales a los que nosotros llamamos irracionales, pero que con su ordenada vida natural y sexual a veces demuestran tener más racionalidad que los seres humanos!.

Si encuentran el nido del año anterior algo deteriorado, pronto se ponen a repararlo. Y si estuviera deshecho,, enseguida lo reconstruyen en el mismo sitio, que normalmente será en algún lugar con techo cubierto, en los patios o naves anexas a la vivienda. Lo construyen adosándolo a la parte más alta del techo que forme ángulo para poder apoyar cada extremo del nido a la pared y así construirlo formando una especie de semicírculo algo ovalado. En aproximadamente una semana lo tienen ya terminado. Macho y hembra van y vienen ambos afanados por los alrededores de las fuentes, regatos y sitios húmedos, donde poder extraer barro y demás materiales que cuidadosamente portan volando en el pico hasta el nido.

Van poco a poco pegando el barro y remodelándolo con sus propios pico y saliva, con cuyos medios hacen una especie de argamasa a la que añaden alguna pequeña paja o trocito de tela que encuentren para que les sirva de unión y mayor adherencia del último barro traído con el ya antes colocado, para que el nido quede sólidamente adosado a la pared de forma que no pueda desprenderse, dejándole la parte de arriba abierta sólo con la necesaria abertura para poder entrar y salir, sin que los polluelos puedan asomarse demasiado para que no se caigan cuando todavía no vuelan. La parte interior del nido la recubren de materiales blandos, como plumas pequeñas y suaves, trocitos de lana, tela o trapitos sueltos que encuentran, para que la cría pueda sentirse dentro de la manera más cómoda y confortable. Por eso podría decirse que las golondrinas son como los perfectos arquitectos del barro. Es increíble los nidos tan bonitos y que construyen pegados a la pared con la mezcla de barro y demás ingredientes que ellas mismas hacen para que fragüe y quede fuertemente adherido a la pared, trabajando afanada la pareja con tanto entusiasmo y amor compartido.

Luego, una vez acabado el nido, vendrá la puesta de huevos por la hembra, con el macho siempre vigilando alrededor, hasta que transcurren los 21 días que nacerán los polluelos. Y es digno de contemplar la ternura, delicadeza y exquisitos cuidados que los padres ponen en el trato y crianza de sus hijos. De día los alimentan constantemente, alternándose para salir a cazar de manera que una siempre esté velando por la seguridad de la prole. Regresan cargados de mosquitos, pequeños insectos y agua que transportan en el pico y depositan en la boca abierta de sus “pequeñines”.

Y qué lindos se ven cuando sienten que llegan los padres y todos se asoman a la vez pidiéndoles comida, que los mayores les entregan procurando ir cebando a todos por igual. Y, si alguno se asoma demasiado del nido pidiendo alimento, lo corrigen empujándole hasta dentro para que no se caiga al suelo. En cambio, cuando ya son mayores y deben abandonar el nido, los padres les van reduciendo la comida para que sientan hambre y el instinto les impulse a salir fuera a buscarla, poniéndose los progenitores cerca del nido llamándolos para obligarles a salirse y enseñarles a volar y cazar. Pienso que deben tener su propio lenguaje de comunicación entre padres e hijos.

Y cuando luego vuelvo en octubre, me encuentro con el fenómeno inverso, ya confundidos los padres con los hijos, cazando por los alrededores de la vivienda en la que se criaron. Cada pareja suele criar entre 3 y 6 polluelos. En cuanto nos ven llegar, parece como si se alegraran de volver a vernos, poniéndose a dar vueltas volando alrededor. Y cuando a ellas les llega el momento de marcharse, se ven nerviosas revoleteando y dando continuas pasadas, como si estuvieran anunciando la despedida. Comienzan a abandonar los alambres caseros y se van reagrupando por bandos en las afueras de los pueblos en los más espaciosos cables colgantes de los postes telefónicos, donde se ven todas juntas, hasta que emprenden la marcha hacia el Sur de África, a más de 3000 kilómetros de distancia, volando cada día unos 200.

Llegan y regresan cruzando el Estrecho de Gibraltar, acampando en sus orillas a la espera que la corriente de los vientos favorezcan su travesía. Por eso el Estrecho es el mejor puesto de observación para poder ver cruzar no sólo las golondrinas, sino otras muchas otras aves que vienen y regresan a África. Eso se ve muy bien en Ceuta, cuando en la primavera y en los otoños se puede contemplar el paso de las aves en uno y otro sentido. Hay biólogos y personal especializado que apostados en Algeciras y Ceuta observan y estudian sus comportamientos migratorios.

La llegada de las golondrinas despierta en Extremadura, y en cualquier otro lugar, una doble sensación: la primera, de alegría por su presencia siempre agradable y simpática, con esa imagen tan familiar de lealtad y acompañamiento, sin que cada año falte su visita, poniendo donde quiera que llegan, con sus hábiles vuelos y armoniosos cantos, una nota característica de general complacencia y satisfacción. Pero la otra sensación que producen, es de rechazo por su suciedad, cuando los padres al volar sueltan sus pegajosos excrementos en los alambres de los tendederos en los que la ropa lavada se pone a secar y en ocasiones los depositan obligando a hacer la colada de nuevo, lo mismo que ocurre con los vehículos aparcados a su alrededor, cuya suciedad hay que limpiar casi a diario. O cuando los hijos son pequeños, que es curioso ver cómo sus progenitores les retiran las heces con su pico para asearles el nido; pero cuando ya van siendo grandes y aprenden a sacar por fuera sus gruesas posaderas, los golondrinos disparan a placer sus potentes “cañonazos”, que vaya si deben quedarse descansados al soltarlos, pero como acierten en el “tiro”, compadezco al pobre siniestrado que pillen debajo.

Pero, por lo demás, las golondrinas son las aves quizá más queridas y privilegiadas. Por algo será que la leyenda y la tradición les atribuyen incluso protección divina de Dios. José Mª Pemán lo recogió así con su fina pluma en una de sus rimas: “Al rendir el Salvador/ su dulce frente al dolor/ de su amargo sufrimiento/ como se rinde una flor/ que troncha al pasar el viento/ llegaron cantando a la cruz/ unas cuantas golondrinas/ y dulcemente arrancaron/ las zarzas y las espinas/ que los sayones clavaron/ sobre las sienes divinas.../ Y al ver hoy estas edades/ llenas de vanas torpezas/ y de míseras ruindades/ pregunto yo, con dolor/ si el mundo falso y traidor/ al irse las golondrinas/ no ha vuelto a llenar de espinas/ la frente del salvador…/ De espina sí, de rencores/ de ingratos apartamientos/ de hipócritos fingimientos/ de mentirosos amores/ espinas más engañosas/ porque se ocultan en rosas/ de mil fingidas virtudes/ espinas de ingratitudes/ que son las más dolorosas/ ¡Que no hay puñal que taladre/ con tanta fuerza y dolor/ como la espina que a un padre/ le clava un hijo traidor…!/ Así es el mundo pecador/ hiere las sienes divinas/ del Divino Redentor/ ¿No habrá ya golondrinas/ para arrancar las espinas de la frente del Señor?.

Por su parte, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer les tiene dedicado su “rima 53 de las 80 que compuso, titulada “Volverán las oscuras Golondrinas”, que dedicó a su amada Elisa Guillén cuando ella lo abandonó. En dicha rima se refiere al amor-desamor, al decir: “Volverán las oscuras golondrinas/ en tu balcón sus nidos a colgar/ y otra vez con el ala a sus cristales/ jugando llamarán/ Pero aquéllas que el vuelo refrenaban/ tu hermosura y mi dicha a contemplar/ aquellas que aprendieron nuestros nombres…/ ¡ésas…,no volverán!. Volverán las tupidas madreselva/ de tu jardín las tapias a escalar/ Pero aquéllas cuajadas de rocío/ cuyas gotas mirábamos temblar/ y caer como lágrimas del día…/ ¡esas, no volverán!. Volverán del amor en tus oídos/ las palabras ardientes a sonar/ tu corazón, de profundo sueño/ tal vez despertará/ pero mudo y absorto y de rodillas/ como se adora a Dios en altar/ como yo te he querido…, desengáñate/ ¡así, no te querrán!.

Pero, ¿por qué utiliza Gustavo Adolfo Bécquer las golondrinas en su rima?. Pues porque es un ave de hábitos migratorios; lo que significa que siempre viaja hacia donde es primavera. Y con su llegada anuncia el nuevo ciclo estacional, mientras que con su marcha en el otoño está representando el fin de ese mismo ciclo, que fue el que vivió junto a Elisa cuando decidió dejarlo. Pero como el ciclo se reproduce, volverá la primavera, y llegarán de nuevo las golondrinas, volverán a enamorarse y a emparejarse, porque ellas son el símbolo de la fidelidad, del amor, y de la fertilidad feliz.

Todavía recuerdo el acertijo que de niños nos ponía a adivinar en la Escuela de mi pueblo, Mirandilla, mi maestro don Félix, hace más de 65 años: “Tengo unas vecinitas, que a mi casa han pesado su casita; son muy madrugadoras, me despiertan hacia la aurora. Las pequeñas cantoras, son…: las golondrinas”.

 

 

 

 

 

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