Más o menos, todos sabemos del naufragio del “Titanic” y el gran desastre que su accidente en la mar produjo, sobre todo, por el elevado número de vidas humanas que murieron ahogadas, más de 1.500, cuando en la noche del 15 de abril de 1912 dicho barco chocó con un iceberg en las aguas heladas del Atlántico Norte. El Titanic era entonces el barco más grande y más seguro de los de aquella época, y se tenía como “insumergible”, porque se creía de todo punto imposible que pudiera irse a pique. Sobre aquel desgraciado accidente se han escrito verdaderos ríos de tinta en los periódicos, sobre todo, con motivo de haberse conmemorado el año pasado el cien aniversario de tan triste episodio; y también ha sido relatada ampliamente su historia en todos los demás medio de comunicación, tanto en la televisión, exposiciones y hasta se ha llegado a hacer una película sobre aquel gravísimo siniestro, quizá el más grave de los registrados en la mar.
Pero lo que había venido siendo muy poco conocido hasta fechas recientes es el hecho real de que a bordo del Titanic iban también diez españoles, cuya historia sobre cómo lo pasaron y la suerte que los mismos corrieron era inédita, porque nadie se había preocupado de investigarla pese al mucho suspense que tiene, por las lamentables circunstancias que en dicho accidente concurrieron; pues si bien de aquellos diez españoles que iban a bordo embarcados sólo murieron tres, lo que hace un 70 por ciento de vidas salvadas, cuando en el caso de los pasajeros del resto de nacionalidades, sólo se salvaron un 30 por ciento, pero tanto unos como otros tuvieron que vivir momentos de angustia verdaderamente dramáticos y espeluznantes, tratando todos de luchar por la propia supervivencia, de manera que bien merece la pena su correspondiente relato para público y general conocimiento.
Y ahora es posible conocer aquella historia, gracias a tres periodistas que se han puesto manos a la obra, haciendo posible que ahora ya se conozca qué fue de aquellos diez españoles y de las circunstancias de cada uno de ellos. Y este trabajo lo han llevado a cabo Javier Royero, Cristina Mosquera y Nacho Montero, quienes, tras su ardua investigación han publicado el libro titulado “Los diez del Titanic”, en el que narran las peripecias sufridas por cada uno de estos náufragos recurriendo a sus propios familiares, a la lista de embarque y, en general, siguiéndole la pista a cada uno de ellos. Y, aunque no he leído el libro, pero el simple conocimiento por la prensa de que el mismo se ha publicado y que, de cara al año 2016, se pretende hacer una réplica del Titanic, para recorrer de nuevo la misma fatídica ruta, pues es lo que me ha despertado la curiosidad de interesarme por el asunto, recopilando información de distintos medios que en adelante expongo.
Uno de los desaparecidos, y cuyo cuerpo no llegó nunca a encontrarse fue el de Víctor Peñasco y Castellana. Tenía 24 años de edad, y era un rico heredero de una inmensa fortuna; fue nieto del célebre político Canalejas, que fue Presidente del Gobierno con el rey Alfonso XIII. El mismo, contrajo matrimonio el 8 de diciembre de 1910 con María Josefa Pérez de Soto, de 22 años, nacida en Madrid, y el flamante matrimonio iniciaron una “luna de miel” de más de un año de duración, que les llevó a visitar varias capitales europeas, visitando el Casino de Montecarlo, el Teatro de la Ópera de Viena, Londres, París, etc. Se llevaron con ellos al mayordomo de la familia y a una sirvienta llamada Fermina, de la que después ampliaré datos, y cuando ya se disponían a regresar a Madrid, vieron en la capital parisina el anuncio de un crucero en el Titanic, y decidieron prolongar embarcándose en el mismo. Si bien, como la madre de Víctor Peñasco les había insistido mucho antes de partir que no se les ocurriera montarse en barco, dejaron al mayordomo en dicha ciudad con el encargo de que todos los días enviara una postal a los padres de la pareja simulando que estaban todavía en París, y embarcó con los mismos la sirvienta. Viajaban los tres en primera clase, y se disponían ir a Nueva York; pero en el momento en que ya el barco comenzó a hundirse y se pusieron en funcionamiento los servicios de salvamento, como dieron preferencia a las mujeres y a los niños, pues tanto la recién casada, María Josefa, como Fermina, las desembarcaron en un bote y pudieron salvarse.
María Josefa Pérez de Soto: Además de lo ya dicho anteriormente en lo referente al matrimonio y luna de miel con su esposo Víctor Peñasco, ella tenía 22 años, embarcaron en Cherburgo. En el momento en que a ella y la asistenta Fermina tocó agua el bote salvavidas, él dijo a su esposa: “Pepita, que seas muy feliz”. Momentos después pudieron contemplar las dos desde el bote cómo el Titanic se hundía.
En 1818, tres años después del naufragio, volvió a contraer matrimonio con Juan Barrionuevo y Armas Ortuño y Fernández de Arteaga, perteneciente a la nobleza en su condición de Barón de Río Tovia, con el que tuvo tres hijos. Para poder casarse de nuevo, como el primer esposo no constaba como ahogado, le tuvo que enviar un certificado (se dice que falsificado) el Vicecónsul en Canadá.
Fermina Oliva y Ocaña: Además de lo que ya se ha dicho, tenía 39 años, y se salvó junto a la anterior. Embarcó en Cherburgo de casualidad, porque ella no quería realizar aquel viaje. Era una humilde costurera madrileña, que fue contratada como sirvienta por el matrimonio anterior. En principio, no iba a ser admitida para embarcar en el bote número 8, pero viendo que se quedaba a bordo del Titanic que estaba ya hundiéndose, comenzó desesperada a gritar, la echaron al mismo cuando ya descendía, según ella después dijo, “la tiraron como a un saco de paja”. Volvió después a su oficio de costurera en Madrid, en calle Regueros. No quiso hablar nunca nada más sobre el naufragio, que más tarde convirtió en pensión. Falleció el 28 de mayo de 1969, con 96 años de edad.
Encarnación Reynaldo: Tenía 28 años, procedía de Marbella (Málaga). Contrajo matrimonio en 1902 y tuvo tres hijos, habiéndole fallecido una hija. En viudó y se embarcó en Youthampton (Inglaterra), donde prestaba servicios como sirvienta de un matrimonio residente en Gibraltar. Sobrevivió. Iba a Nueva York, no se sabe si con la familia a la que servía o para visitar a una hermana que tenía en la capital neoyorkina.
También viajaba un grupo de cuatro personas, formado por Julian Padró y Manet, Emilio Pallás y las hermanas Florentina y Asunción Durán y Moré. Los cuatro viajaban desde Barcelona a La Habana (Cuba), a “hacer las Américas”, como se decía entonces de los que emigraban en busca de fortuna. El primero, de 26 años, natural de Olerdrola (Barcelona), tenía un restaurante y lo vendió para marcharse a Cuba, junto con su esposa. Se salvaron, y llegó a ser propietario en Cuba de una fuerte compañía de autobuses. fue rescatado por el buque Carpantia, que recogió superviviente. Emilio Pallás Castelló. Sobrevivió. Después regresó a Lérida, donde se casó y fue propietario de una panadería. Al saltar al bote salvavidas se rompió una pierna que después le dejó secuelas. Falleció en 1940. Florentina Durán y Moré: de 30 años. Era prometida de Julián Paró. Se salvó en el bote número 12. Falleció el 1 de octubre de 1959 en La Habana. Asunción Durán y Moré, hermana de la anterior. También se salvó.
Juan Monrós, de Barcelona, pero residente en París. Por conducto de un amigo se embarcó como ayudante de camarero en el Restaurante a la Carta del Titanic, pese a que desconocía la profesión. Antes había escrito desde Londres a su madre muy ilusionado, diciéndole que era la gran oportunidad de su vida, y que la próxima carta se la enviaría ya desde Nueva York. Era el único tripulante no pasajero del Titanic, y la noche del naufragio prepararon una cena especial en honor del Capitán, Smith.
Fue encontrado cadáver en avanzado estado de descomposición, junto con los 70 tripulantes que iban todos en tercera clase, en cuyos compartimentos fueron retenidos impidiéndoles el acceso a cubierta, convirtiéndose así en una trampa de muerte segura. Fueron sepultados en la mar.
Y Servando Oviés. Importante hombre de negocios, asturiano. Era empresario hijo de emigrantes que vivía en París. Iba a Cuba con motivo de una inspección que todos los años hacía al negocio.
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