Opinión

La Lorita y el Corzo

Levantó expectación la llegada del barón de d´Ótreuil a la casa de doña Yole y Bastidas en Urdelios. Venía d´Ótreuil de Lisboa y mostró variedad de artículos con el fin de amortizar los gastos de su pasada expedición que le llevó hasta la lejana ciudad de Timbuctú luego de atravesar los reinos del Ikiwalen. Entre las curiosidades traía a una lorita verdecilla natural de Timmel, que era ver la pelota de trapo de la pequeña Yolanda e ir revoloteando detrás de ella soltando exclamaciones en su idioma natal, que era el bereber. Enseguida, la niña le tomó afición al pájaro. La amistad que surgió entre ambas proporcionaba a la niña la mayor de las satisfacciones porque había veces que la lorita la obedecía en todo para acabar posándose en su hombro.

Sin embargo, cuando el barón d´Ótreuil dio por finalizada su estancia en la casona, la lorita cambió al sentirse abandonada y se asemejó más a un ave rapaz que al dulce pajarillo que había sido hasta entonces. Además de atacar a todo el mundo, el ave pretendía cogerle la vez a doña Yole para tomar el papel principal y demostraba su genio atacando a cualquiera que entorpeciera su más mínimo deseo. Era obvio que el terrible estado equivalente al de novia frustrada se reflejaba en ella. Dado que pudiera causar algún daño a la pequeña, doña Yole pensó en desecharla pero por su afición a las aves y a la amistad que había surgido entre la lorita y su hija hizo acopio de paciencia y se propuso pacificar al animal. Por negarse a hacer otra cosa que su capricho, Yole la recluyó en su jaula de barrotes coloridos cuyas portezuelas siempre estuvieron abiertas siendo hasta entonces más nido que cárcel. De modo que la lorita se pasó largos periodos encerrada. Antes de liberarla provisionalmente de su prisión, doña Yole le dejaba muy claro lo que esperaba de ella y cuando el animal hacía de las suyas, la atrapaba sin demasiados miramientos, reprendiéndola y encerrándola de nuevo. En cierta ocasión, la súplica se asomó a los ojos de la lorita. Fuera de la jaula, una veces se portaba bien y otras no tanto. A causa de la perseverancia de su carcelera, la lorita fue cambiando y llegó a comportarse como una fanfarrona habladora políglota, ya que farfullaba palabras en bereber, francés y castellano, y que se mantenía, no obstante, en los lindes de la buena conducta, relacionándose con la gente sin ningún problema. Y hacía gala de su amistad con doña Yole ante los demás, cosa que no le caía mal a esta.

Además de locuaz y muy despierta, captaba a la perfección pensamientos y estados de ánimo, siendo más parecida a una niña que a una mascota. Era llevada en el hombro de la pequeña Yolanda con gran satisfacción de ambas, actuando Bastidas de perturbador pues le bastaba chasquear la lengua para que la lorita volara hacia él. ¡Propicia ya a complacer a todos al fin y al cabo!

"Por las mañanas, sabía el corzo que la lorita se encontraba en la cocina y daba en el portón en busca de alguna golosina que completara su desayuno y para que ella saliera y estar juntos un rato"

El capítulo de mascotas tuvo su prolongación. Abundaban en los bosques de Urdielos los corzos. Los de monte eran más oscuros que los corzos del bosque; más claros, mostrando unos y otros sus motas blancas de verano. La pequeña Yolanda se prendó de un corcillo blanco que vio en la floresta; y lo pidió. Bastidas decidió regalárselo y tras pasar unos días fuera de casa, regresó con el animal atado a la silla de montar. Resultó que aquel corzo no era blanco sino pardo de monte y con cornamenta metida ya en edad. De todas formas, la pequeña se prendó de él. Incluso la lorita se posó en el lomo del animal en señal de bienvenida. Doña Yole advirtió el daño que el lazo le causaba y quiso soltarlo. El corzo reculó y largó un varetazo.

—¡Si es toro! —exclamó doña Yole que pasó de defensora a cogerle antipatía.

—Ten en cuenta que está garduño—terció Bastidas en descargo del animal.

Yole se llevó a la niña, comentando que debía de haber traído un corzo de menos edad y no uno viejo y bravío. Bastidas contestó que aquel animal todavía estaba en edad de aprender, trasluciendo en su rudeza su temple y el afecto que sería capaz de tomar con el tiempo a todos aquellos que lo trataran. Empeñado en demostrarlo, lo llevó a los establos y no le permitía dormir porque apenas dormía, lo despertaba de un manotazo en la cornamenta. Otras noches, cumplida ya la hora de echarse a dormir, Bastidas entraba en el establo con un candil y al pillarlo dormido le daba en las cuernas con unas correas, regateándole la comida hasta que el corzo consintió en alimentarse de su mano. Mal que bien, uno y otro llegaron a hacerse habituales. En cierta ocasión, Bastidas sacó el corzo fuera de los establos y lo ató a un árbol junto a unas vacas que pacían tranquilamente. El venado lo tomó por costumbre y cuando la salida se demoraba, daba con las patas en la puerta del corral para recordar que era su hora de salir de paseo. En cuanto a regresar, no se atenía a hora fija.

Leía Bastidas a la sombra de un árbol el librito que llevaba por título Hhadayiq Aljana (Los Jardines del Cielo) donde la poetisa andalusí Cora Yaya recitaba sus versos a orillas del Guadalquivir en compañía de su amante (obra que se salvó milagrosamente de las quemas que se hicieron en Granada), cuando Bastidas se percató de que , aprovechando su descuido, el corzo había dado cuenta de la recopilación que él hacía de las canciones de Yole. El enfado de Bastidas fue monumental al comprobar como el animal, lejos de contentarse con el anterior y delicioso plato musical, se comía el mapamundi del italiano Alberto Cantini , copia que Bastidas había comprado a d´Ótreuil y donde se hallaban plasmados los últimos descubrimientos de la costa de Brazil, dando cuenta además de las finas tapas de madera.

—¡ El bribón…! ¡Lo mismo le da diez que rediez...! —exclamó Bastidas.

Tras la pérdida, Bastidas aún se preocupó por la salud del corzo ya que una cosa era comerse las hermosas canciones de Yole plasmadas en buen papel Fabiano y otra muy distinta y tragarse el pergamino de aquel planisferio, engullendo con él los mares y países repletos de saós a cual más venenoso, llenos de barullos y monomanías que se atravesaban en el estómago del más pintado.

"El corzo permitió que la niña se le subiera encima, bastando enseñarle una manzana para que acudiera rápidamente [...] Comía de todo pero a su boca nada era más delicioso que una manzana"

Estuvo atento por si el animal sufriera una indisposición intestinal, pero al no observar rastro de ella, la decepción y el disgusto a causa de lo sucedido se abrieron paso y echo al corzo de la casa. Al creerlo desprotegido, la tropa de perros se lanzó contra él, pero el corzo pateó hasta que logró ahuyentarlos a todos, debido quizás al ruido que producía el collar con cascabeles que todavía llevaba al cuello. Al presenciar aquella hazaña y admirar su intrépido carácter, Bastidas le tomó de nuevo aprecio y juzgó que valía la pena acabar de educar al valeroso animal.

El corcillo comía de todo pero a su boca nada era más delicioso que una manzana Cierta vez que era encerrado por la noche en los establos, el corzo se disgustó con las mulas y se enfrentó a una de ellas. Apontocándose sobre las patas traseras, pegaba en la cabeza del mular con las manos. Como la mula le respondiera a coces, el corzo saltaba rápidamente ya a la derecha, ya a la izquierda, y escapaba de las violentas patadas que la acémila procuraba asestarle. Tras el lance, se acercó a Bastidas que rebosaba de satisfacción por lo bien que había peleado pero correspondiendo a la estima que el animal le había tomado, no lo recompensó con el fin de que el corzo no se aficionara a pelear con las mulas, pues de recibir golpe de aquellas patas de acero perdiera la vida o quedara lisiado.

Luego de que el venado mostrara docilidad, la pequeña pudo disfrutar con él, dándole golosinas que se quitaba de la boca y haciendo que la acompañara a todas partes como si fuera perrillo faldero. El corzo permitió que la niña se le subiera encima, bastando enseñarle una manzana para que acudiera rápidamente, no importando cuán lejos se encontrase.

En cuanto a la lorita y al corzo, pasaron al cabo de sentirse rivales a una amistad de consistencia. Por las mañanas, sabía el corzo que ella se encontraba en la cocina y daba en el portón en busca de alguna golosina que completara su desayuno y para que ella saliera y estar juntos un rato. La lorita tomaba plaza entre las cuernas del corzo y desde semejante atalaya contemplaba su alrededor asumiendo el papel de muy importante dama, durmiendo en ocasiones con él pluma con pelo y acudiendo en su socorro como halcón amenazador si lo creía en peligro.

Era frecuente que la familia visitara el poblado-ferrón durante todo el año, y la costa durante el tiempo estival. En el poblado ferrón, abandonado hacía ya tiempo a causa de una epidemia, Yole y Bastidas desgranaban las posibilidades de poblarlo de nuevo, pues muchas de las casas se conservaban en buen estado. Y hacían planes sobre lo que sería necesario remozar, levantando asimismo edificaciones que por el momento no se sostenían en el aire. Entre tanto, la pequeña Yolanda, la lorita y el corzo hacían a aquellas calles vacías escenario de sus correrías, desde la iglesia al horno de fundición que todavía estaba en su sitio.

En verano, la familia frecuentaba el mar aunque el corzo no iba a la costa. A Yole no se le había desdibujado durante el tiempo que estuvo fuera de Urdielos las empinadas laderas de El Tolmo, escarpada isla próxima a la costa, contando el lugar, además de su belleza, con el atractivo de las aves que anidaban en él. A veces se llegaban a El Tolmo en barca. Había época en que el cloqueo de las aves alcanzaba su apogeo. En aquellos acantilados abundaban en tal número las aves que se empujaban unas a otras, debiendo mostrarse atentas las que estaban en primera fila para que el huevo no se les cayera al abismo. Un poco más allá, los cormoranes, tras la pesca, extendían sus alas al sol dejando oír sus voces peculiares entre otras muchas. La pequeña Yole se divertía a modo persiguiendo a los corre-limos y cercetas moteadas. A veces, la lorita tomaba protagonismo y volaba sobre el mar dejándose caer sin tocar el agua.

Cuando los cuatro se dirigían en el carro hacia la costa a lo largo de los viñedos de la Corraleda , los vecinos que se cruzaban con ellos sabían a lo que iban, y tras saludarlos con toda cortesía, se reían buenamente de la extraña costumbre, que habían traído de no se sabe dónde, de almorzar en la orilla bajo el cobijo de una lona y de bañarse en cueros en el mar bravío. Cosa difícilmente concebible tratándose de personas tan excelentes y razonables en apariencia. Cierto que no molestaban a nadie ni pedían que se les acompañase e imitara, pero ¿a quién, aparte de a aquellos locos, se le ocurriría hacer algo semejante?

Entradas recientes

La UA Ceutí ficha al cierre Mauro Sánchez

La UA Ceutí continúa con su proceso de la formación de la plantilla para la…

22/07/2024

Los farmacéuticos alertan sobre la mezcla de medicamentos y sol

En pleno verano, cuando se alcanzan los mayores índices de radiación solar, desde el Colegio…

22/07/2024

Niños de Manzanera, sin columpios: con un candado por una queja vecinal

Los niños de Manzanera están, en pleno verano, sin poder disfrutar de los únicos columpios…

22/07/2024

Los cambios del nuevo Reglamento de Extranjería: formación, empleo y familia

El Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones ha celebrado la tercera Conferencia Sectorial del…

22/07/2024

Ceuta, donde más cae la creación de empresas

Caída de la actividad económica y nueva señal de alerta para el empresariado. Ceuta registró…

22/07/2024

Rachid Ahmed: “Será una temporada dura”

Rachid Ahmed será el nuevo entrenador de la Real Sociedad La Pantera para la temporada…

22/07/2024