Ponemos en juego unos parámetros para crear un fragmento autónomo de ciudad que reconstruya esencias perceptivas asociadas a una comprensión propia del lugar”.
El texto califica así la filosofía de las 317 viviendas de protección oficial aterrizadas en Loma Colmenar, demostrando que la literatura de combate acompaña no solo a los ejércitos sino a las empresas de construcción.
En la urbanización de Loma Colmenar, vanguardista sin causa, se han levantado volúmenes con arrogancia y se han habilitado espacios de habitación para los que es demasiado temprano emitir juicio. Más allá de la lírica, en la declaración de principios hay una verdad: se ha creado un fragmento autónomo en una ciudad que ya lo es de por si, doblando la apuesta en esto de ir por libre.
La “reconstrucción de esencias perceptivas”, en cambio, más parece obra de un poeta cursi infiltrado en el estudio de arquitectos que una razón técnica. Sobretodo porque las “esencias” del terreno parecen muy otras, y porque la identidad portuaria de la ciudad no obliga a llevar la geometría de los muelles a las lomas del enclave, donde han de habitar familias con carrito y niños, con los que habría sido de agradecer una geometría más clemente.
Ahora bien, no hay que ser agoreros: la apuesta espacial de las 317 viviendas es todo un reto para la prospectiva y un verdadero enigma que se resolverá en unas décadas. Cómo llevará el vecindario la simplicidad de formas, cómo evolucionarán las Navidades o la Fiesta del Cordero en medio de los contenedores arquitectónicos…
Una curiosidad con la solución enfundada en el sobre del tiempo.
De momento, en el “concurso de las ideas”, la arquitectura prosigue platónica, despachando a solas con el poder y en ausencia del tercio -obligado en las democracias- que es el pueblo, que ni está ni se le espera en la toma de decisiones que tanto le afectan.