La charca sigue aumentando de tamaño y la pestilencia de su contenido apenas si es ya soportable, un “apenas” que separa el verbo “aguantar” de “reaccionar” y que nos mantiene, absolutamente a todos como rehenes de una pesadilla en forma de indecentes rentabilidades a costa de la vida de millones de seres humanos.
Las cifras nos indican, cada día con más virulencia, que no existe límite alguno para una calculada codicia que, a velocidad de vértigo, está exterminando cualquier atisbo de derecho social o de servicio público. Como si de un maquiavélico engranaje se tratase, cada uno de nosotros cumple con su papel de rodamiento para que la máquina del Poder nunca pare. Así, todos, de una u otra manera, somos responsables de esta voladura más que controlada de la Democracia, algunos por su decidida apuesta por la dictadura del dinero y otros por nuestro miedo a hacer o decir algo.
Cierto es que siempre resulta más fácil mirar como cae el diluvio esperando a que escampe, incluso si para cuando deje de llover ya nada tenga importancia porque ya todos estemos empapados hasta los huesos.
El caso es que los huracanes provocados por los apóstoles del neoliberalismo a ultranza, apoyándose en el falso argumento de que la economía tiene que regularse por sí sola, están arrasando palmo a palmo todo lo que hasta ahora se había conocido como avances sociales… entendiendo como tales la Educación, la Sanidad o los derechos laborales.
Las medidas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional (un organismo del que se llegó a hablar muy seriamente de su desaparición hasta la explosión de la crisis… ¿curioso, verdad?) al más puro estilo “Doctrina del Shock”, nos empujan hacia la miseria más absoluta.
Con la máxima de “todo lo que pueda ser rentable, nos lo quedamos” promulgan la desaparición de lo público en favor de la gestión privada, esgrimiendo un plus de eficiencia que sólo es válido cuando es sinónimo de beneficios, de grandes beneficios. Así, todo se resume en una sola palabra: sacrificio. Esa visión bíblica de la economía quiere implicarnos a todos en un desastre que otros han provocado y que sólo pagamos nosotros sin obtener nunca nada a cambio.
Así, las medidas que se están tomando son, sin duda alguna, tan inútiles como dolorosas sin que, en ningún momento, se traduzcan en otra cosa que no sea sufrimiento y empobrecimiento; los más de 5 millones de parados son la mejor prueba de todo lo expuesto.
Pero, la gran pregunta es ¿por qué cedemos todos y tanto a tamaña brutalidad?
La mecánica es simple: primero, se provoca un caos económico; segundo, se deja hundir el sistema financiero sin mostrar intención alguna de salvarlo (Lehman Brothers –epicentro y génesis de esta crisis- pudo haberse rescatado evitando así el desastre, pero se dejó que se fuese a pique… ¿más evidencias necesitamos?) y, tercero, una vez que los países se ven arrastrados al fango por unas circunstancias que les son ajenas, se les ofrecen créditos de ayuda a cambio de mucha, muchísima, letra pequeña.
Las condiciones siempre resultan ser un salvavidas envenenado cargado de amenazas y chantajes que puede concretarse en un simple “o haces lo que yo digo, o no verás ni un céntimo y será el desastre total”.
Y se aceptan como buenas todas las recetas de ese FMI/Banco Mundial/Banco Central Europeo sin siquiera rechistar ni cuestionar quién ni por qué se dictan, cuando precisamente quienes tenían el rol de vigilantes de las finanzas internacionales se dedicaron a mirar para otro lado en el preciso momento en que algo olía a descomposición en el mundo de las finanzas. Pero nada, ni una simple protesta, ni un reproche… nada.
Debemos suponer que los gobernantes no se sienten nada cómodos con la aplicación de este tipo de medidas, a cual más traumática, pero tampoco se salen del guión bajo el temor de ser los culpables de lo que los defensores de las privatizaciones no paran de vaticinar como un desastre de dimensiones apocalípticas; la aplicación del “más vale malo conocido” nunca causó tanto sufrimiento inútil. Evidentemente, y lejos de querer santificar a nadie (que se salve el que pueda) el grueso de los chicos de los recados del momento comulga, a pies juntillas, con las políticas de privatizaciones a ultranza y línea neoliberal… es lo que tiene no tener que sufrirlas en primera persona.
Visto lo visto, quizás haya llegado la hora de aplicar la “Táctica Kirchner” en toda su extensión. Néstor Kirchner, fallecido presidente de Argentina, “heredó” un país prácticamente sumido en la miseria y la crisis que procedía de la época de la dictadura y -mire usted por dónde- de una gestión de la economía guiada por los mismos que hoy, a escala mundial, establecen las reglas de la austeridad a ultranza y de las privatizaciones. De nuevo, Escuela de Chicago pura y dura.
La deuda era tan descomunal y los intereses tan abultados que resultaba imposible pagar y crecer. Con esas condiciones tan adversas, Kirchner se presentó en la sede del FMI con un mensaje evidente: “no les voy a pagar”. Simple y contundente. Cuentan que el presidente de uno de los países más ricos del Cono Sur agregó: “y ahora, si quieren, nos vuelven a enviar los tanques”. Funcionó. Argentina salió de la crisis… y acabó pagando la deuda más tarde, cuando la recuperación económica así lo permitió.
Resulta evidente que la aplicación de la llamada “Táctica Kirchner” se muestra necesaria para pararle los pies a los buitres del mercado financiero, pero claro, para llevarla a cabo se necesitan dos cosas: la implicación y movilización de los ciudadanos y el compromiso de los gobernantes.
Lejos de ser imbéciles, los arquitectos de toda esta infernal maquinaria usurera saben, más que de sobra, qué tipo de presión ejercer para que nadie se atreva a blandir la bandera de la protesta: el miedo, otra vez el miedo, siempre el miedo.
A pesar de todo, sigo afirmando que, para parar esta carnicería social, todos debemos poner nuestro grano de arena, nuestro esfuerzo, nuestra protesta. Es hora de acciones que demuestren, como clamara Gabriel Celaya, que aquí, Al sur del Edén, “nosotros somos quienes somos, ya basta de historia y de cuentos”. El efecto dominó se antoja como la única posibilidad que realmente tiene visos de parar en seco esta dictadura de los mercados, un eufemismo para evitar decir “dictadura de los poderosos”. Si somos capaces de tener lo que hay que tener para decir NO, en Madrid se rendirán a la evidencia de que rechazamos frontalmente esta verdadera sangría y se verán obligados a tener, ellos también, lo que hay que tener para hacer rectificar los dictados de troikas y compañía, y de eso ya hay precedentes.
Mi mañica preferida, siempre tan clarita a la hora de dejar fijada su posición, afirma que “ya está bien de ser la eterna carne de cañón, o les demostramos que todos tenemos lo que hay que tener y paramos esta masacre silenciosa o estamos condenados a retornar a las épocas más negras de la Historia engullidos por esta mutación social que estamos viviendo y que nada bueno presagia”. Contundente.
A partir de ahora le toca a usted, porque usted mejor que nadie sabe lo que tiene y lo que no, aunque por ahora, parece que entre todos juntamos poco peso específico en cuanto a eso que se supone que deberíamos atesorar… Ya sabe, que estemos a tiempo o no depende de usted, más que nunca.
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